Una cristiana.pdf - Ataun
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Sentí una revolución en mi ser. No me reprimo en aquel instante si me ofrecen la gloria. Estábamos solos en la casa, porque los criados hallábanse recluidos en la cocina, al extremo del largo pasillo. Comprendí que rara vez vería a mi tití tan fuera de su reserva acostumbrada; o, mejor dicho, no reflexioné sobre el caso, sino que me dejé llevar del instinto, el más seguro consejero en guerra y en amor, y ataqué a la pobrecilla con este inesperado ardid: - Pues ya que te empeñas... pecadora serás. Si es pecado lo que se hace contra toda voluntad, lo que nos impone una fuerza superior a nosotros mismos... entonces, pecadora eres, a pesar de tus buenos propósitos. Alzó la cabeza y me miró con inquietud y ansiedad. -¿Que te repugna tu esposo? (osadamente). ¿Que no le puedes sufrir? Pues más mérito si le sufres. ¿Que mi compañía te presta... alguna distracción... o algún consuelo? Pues más mérito... más mérito si huyes de mí, y no me permi-
tes que me acerque, y ahora mismo te desvías y te arrinconas en el diván para no tocarme ni al pelo de la ropa. ¡Santa, santiña! También para ti hay tentación y corona... No todos los cilicios son de cerdas, ni es el pan duro y las hierbas sin sal la comida que peor sabe... ¿Verdad, Carmiña? ¿Verdad? Di que sí. Articulé estas últimas palabras en voz baja, y con ese tono ahogado, que ni se finge, ni se oye impunemente. Fascinada por el mismo terror que la causaban sus impresiones, mi tití calló, volviendo el rostro. Así permaneció un momento, que yo aproveché para asir otra vez su vestido (no me atreví a las manos) y besarlo con tal unción, que ella gritó como si la mordiese en su carne: -¡Salustio! ¡Salustio!... De vergüenza estoy que no sé lo que me pasa... O te vas, o salgo a la ventana y grito... Te digo que te vayas... y, también que no vuelvas a hablarme en tu vida de semejantes cosas... Es lo más ridículo y lo más bochornoso... Pero tú ¿qué te has figurado?
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Sentí una revolución en mi ser. No me reprimo<br />
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Estábamos solos en la casa, porque los criados<br />
hallábanse recluidos en la cocina, al extremo<br />
del largo pasillo. Comprendí que rara vez vería<br />
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o, mejor dicho, no reflexioné sobre el caso, sino<br />
que me dejé llevar del instinto, el más seguro<br />
consejero en guerra y en amor, y ataqué a la<br />
pobrecilla con este inesperado ardid:<br />
- Pues ya que te empeñas... pecadora serás.<br />
Si es pecado lo que se hace contra toda voluntad,<br />
lo que nos impone una fuerza superior a<br />
nosotros mismos... entonces, pecadora eres, a<br />
pesar de tus buenos propósitos.<br />
Alzó la cabeza y me miró con inquietud y<br />
ansiedad.<br />
-¿Que te repugna tu esposo? (osadamente).<br />
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