Una cristiana.pdf - Ataun
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learse, supuesto que no recuerdo haberla tenido nunca muy vivaz y sólida. Creo que nací racionalista. Pues aquí entra lo raro: con ser esto verdad, el insulto de «judío tramposo» me quedó siempre fijo en el alma, a manera de envenenado hierro de flecha salvaje. Nunca se atrevieron a repetirlo delante de mí mis compañeros de aula; yo, sin embargo, ni un día lo olvidé. Hallándome próximo a terminar el bachillerato, y siendo va espigado y talludito, contraje amistad con un don Wenceslao Viñal, ente estrafalario, pero sabidor, algo ratón de biblioteca, erudito en menudencias estrambóticas, y muy al corriente de mil cosas raras de arqueología, epigrafía e historiografía gallegas. Este tal me prestaba libros viejos, y a veces me sacaba a pasear por las inmediaciones de Pontevedra, a caza de vistas pintorescas y edificios ruinosos. Yo, a fuer de chico aplicado, le crucificaba a preguntas. Una tarde se me puso en la cabeza que Viñal podía sacarme de dudas acerca de la cues-
tión hebraica, y armándome de resolución, le dije: - Oiga, don Wenceslao, ¿es cierto que en Marín hay familias que descienden de judíos, y una de ellas los Cardosos? - Sí tal - contestó apaciblemente el bibliómano, que ni percibió el afán con que yo preguntaba -. Son familias de origen portugués. Es tan cierto, que en Marín les tienen mucha tirria: dicen que no han abjurado, que aún siguen el rito mosaico, que se mudan los sábados en vez de los domingos, y que no comen un pedazo de tocino ni por una onza. -¿Y usted cree eso? - Para mí son paparruchas y cuentos de viejas: digo, lo de seguir ahora cumpliendo el rito mosaico. Lo de venir de casta de judíos sí que no puede negarse. Hay más: si tengo tiempo, aún he de rebuscar en unos papelotes antiguos que yo me sé, y vamos a desenterrar a un Juan Manuel Cardoso Muiño, natural de Marín, a quien la Inquisición de Santiago administró
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learse, supuesto que no recuerdo haberla tenido<br />
nunca muy vivaz y sólida. Creo que nací racionalista.<br />
Pues aquí entra lo raro: con ser esto verdad,<br />
el insulto de «judío tramposo» me quedó siempre<br />
fijo en el alma, a manera de envenenado<br />
hierro de flecha salvaje. Nunca se atrevieron a<br />
repetirlo delante de mí mis compañeros de aula;<br />
yo, sin embargo, ni un día lo olvidé. Hallándome<br />
próximo a terminar el bachillerato, y<br />
siendo va espigado y talludito, contraje amistad<br />
con un don Wenceslao Viñal, ente estrafalario,<br />
pero sabidor, algo ratón de biblioteca, erudito<br />
en menudencias estrambóticas, y muy al corriente<br />
de mil cosas raras de arqueología, epigrafía<br />
e historiografía gallegas. Este tal me prestaba<br />
libros viejos, y a veces me sacaba a pasear<br />
por las inmediaciones de Pontevedra, a caza de<br />
vistas pintorescas y edificios ruinosos. Yo, a<br />
fuer de chico aplicado, le crucificaba a preguntas.<br />
<strong>Una</strong> tarde se me puso en la cabeza que Viñal<br />
podía sacarme de dudas acerca de la cues-