Una cristiana.pdf - Ataun
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vez primera noté en su fisonomía una expresión de extrañeza y recelo, lo mismo que si acabase de caer en la cuenta de que su mujer... Clavó en ella la vista y su mirada suspicaz le quiso registrar el alma: ideas que acaso no habían cruzado por su mente, se condensaron, y una expresión irónica timbró su voz al decir: -¿Qué te sucede, Carmen? ¿No comes? Parece que no tienes apetito. Estás así como si te sucediese algo raro. - He comido - respondió ella. - No es verdad. No has probado la tortilla ni los riñones, la chuleta se queda ahí. ¿No guisa a tu gusto la cocinera? ¿Por qué no mandas que te hagan otra cosa? ¡Sombra de la sospecha, ligera nube que pasas rozando apenas el espíritu y dejas en él para siempre tu negror! ¿Atravesaste entonces por la imaginación del hebreo? ¿El genio cauteloso de su raza se reveló en aquellos instantes decisivos de su vida? ¿Alumbraste también con siniestra luz la conciencia de aquella mujer purísima,
casta, noble, pero mujer al fin de carne y hueso, hija y descendiente de Eva, vehemente y apasionada en el fondo, aunque sujeta al yugo de la virtud por las áureas ligaduras de la fe más acendrada? ¿La dijiste lo que no quería creer? Al notar el marido la absorción y desgana de la esposa, las mejillas de Carmiña pasaron de la palidez a un rojo vivo; temblor violento la sacudió, y con su indispensable séquito de acongojados sollozos declarose en ella el ataque de nervios... que, digan lo que gusten los saineteros y los escritores festivos, rara vez se presenta en la mujer a no provocarlo una causa honda, psíquica, algo que hiere en el corazón femenino sentimientos profundos o pudores recónditos y sagrados... El ataque duró poco: un minuto escasamente. En seguida reaccionó la tití: bebió agua, se levantó y contestó a las obstinadas y recelosas interrogaciones de su marido: - Sí, puede que no esté bien... ¡Qué disparate! ¡Qué ha de valer esto la pena de llamar al mé-
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casta, noble, pero mujer al fin de carne y hueso,<br />
hija y descendiente de Eva, vehemente y apasionada<br />
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la virtud por las áureas ligaduras de la fe más<br />
acendrada? ¿La dijiste lo que no quería creer?<br />
Al notar el marido la absorción y desgana de<br />
la esposa, las mejillas de Carmiña pasaron de la<br />
palidez a un rojo vivo; temblor violento la sacudió,<br />
y con su indispensable séquito de acongojados<br />
sollozos declarose en ella el ataque de<br />
nervios... que, digan lo que gusten los saineteros<br />
y los escritores festivos, rara vez se presenta<br />
en la mujer a no provocarlo una causa honda,<br />
psíquica, algo que hiere en el corazón femenino<br />
sentimientos profundos o pudores recónditos y<br />
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El ataque duró poco: un minuto escasamente.<br />
En seguida reaccionó la tití: bebió agua, se<br />
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