Una cristiana.pdf - Ataun
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sonoras, metálicas y brillantes que tanto se aplaude en los conciertos: jamás la vi romper a sudar mientras tocaba, ni hago memoria de que saltase cuerda alguna en el arrechucho de una serie de octavas o de una escala cromática doble. Su manera despuntaba por lo suave, tersa, matizada y sobria. No daba una pifia, ni aplicaba el pedal cuando no hacía falta. Tenía gusto en la elección de piezas: no recuerdo que estudiase fantasías sobre motivos de ópera alguna. Cogía, sí, la ópera entera, e iba leyéndola, divagando, deteniéndose más en los pasajes reconocidamente hermosos, y manifestando al traducirlos que había entendido muy bien su sentido recóndito, el pasional inclusive. Sus trozos predilectos eran sonatas de Beethoven o de Schumann. También tocaba música de iglesia, pero decía ella que no se prestaba el piano, y que tenía capricho de un buen armonio. Capricho, ¡ay! que llevaba pocas trazas de satisfacer, pues mi tío no parecía muy inclinado a aflojar cuartos para fines meramente recreativos.
Cada día se patentizaba mejor que mi tío Felipe Unceta sufría honda crisis: no estaría enfermo del cuerpo, pero debía de estarlo, y gravemente, del espíritu. Su carácter más desabrido y agrio, sus períodos de murria y silencio, la indiferencia en que a ratos caía, indicaban sobradamente que no era su estado de ánimo el propio de un hombre a quien mira con buenos ojos la fortuna, que ha triunfado en su pequeña escaramuza por la existencia, y es dueño de una esposa joven y envidiable como Carmiña Aldao. Repito que le observaba sin cesar. No me ocupaba en otra cosa; aunque en apariencia me distrajese, volvía siempre al foco o centro de mi vida sentimental, que eran Carmiña y su marido - y aún creo que pudiera invertir los términos diciendo mi tío Felipe y su mujer -. El odio puede ser más irritante y activo que el amor, y yo por odio me convertí en anatómico de dos almas. La historia de mi loca pasión por la tití podía reducirse a un espionaje, pues me basta-
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Cada día se patentizaba mejor que mi tío Felipe<br />
Unceta sufría honda crisis: no estaría enfermo<br />
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del espíritu. Su carácter más desabrido<br />
y agrio, sus períodos de murria y silencio, la<br />
indiferencia en que a ratos caía, indicaban sobradamente<br />
que no era su estado de ánimo el<br />
propio de un hombre a quien mira con buenos<br />
ojos la fortuna, que ha triunfado en su pequeña<br />
escaramuza por la existencia, y es dueño de<br />
una esposa joven y envidiable como Carmiña<br />
Aldao.<br />
Repito que le observaba sin cesar. No me<br />
ocupaba en otra cosa; aunque en apariencia me<br />
distrajese, volvía siempre al foco o centro de mi<br />
vida sentimental, que eran Carmiña y su marido<br />
- y aún creo que pudiera invertir los términos<br />
diciendo mi tío Felipe y su mujer -. El odio<br />
puede ser más irritante y activo que el amor, y<br />
yo por odio me convertí en anatómico de dos<br />
almas. La historia de mi loca pasión por la tití<br />
podía reducirse a un espionaje, pues me basta-