Una cristiana.pdf - Ataun
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tremos un poco ¡a casarnos con mujeres extranjeras!... A veces por estas metafísicas nos liábamos y pegábamos grandes voces, de sobremesa o mientras despachábamos el cocido. Por lo regular nos infundían estas disputas mayor afán de comunicación y roce intelectual; insensiblemente, discutiendo, nos adheríamos el uno al otro, por el convencimiento de que aún profesando opiniones distintas, éramos capaces de entendernos y de darnos mutuamente un poquillo del alma. Habíamos llegado a ser inseparables. Nos auxiliábamos para el estudio; paseábamos juntos, hasta cuando Luis iba a rondar la casa de cierta novia cursi que se había echado; juntos nos sentábamos a la mesa del café de Levante; juntos íbamos, cuando danzaban en nuestro bolsillo algunos realejos, a nuestra distracción favorita, el paraíso del Teatro Real. Todos los estudiantes alojados en casa de doña Jesusa éramos filarmónicos, todos nos perecíamos por la Africana o los Hugonotes, especial-
mente el cubano, melómano furioso, que padecía accesos de epilepsia musical. Su admirable retentiva no era menor para la notación que para la palabra rimada, y nosotros nos divertíamos, al volver, haciéndole tararear la ópera enterita. - Trinidad - le decíamos, porque el cubano se llamaba así -, anda, cántanos el dúo de amor, de Vasco y Selika. - Trinidad, los puñales. - Trini, el o paradiso. - Trinidad, aquello del coprefuoco. - Anda, Trinito, el salmo protestante... Ea, la entrada de los violines... las notas del oboe, cuando sale Marcelo... El sinsonte gorjeaba cuanto le pedíamos, repitiendo con pasmosa exactitud los detalles de instrumentación más leves. Por último, cansado ya, nos decía en tono suplicante: - Déjenme acostar, que esto ya parece songa. - III -
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tremos un poco ¡a casarnos con mujeres extranjeras!...<br />
A veces por estas metafísicas nos liábamos y<br />
pegábamos grandes voces, de sobremesa o<br />
mientras despachábamos el cocido. Por lo regular<br />
nos infundían estas disputas mayor afán de<br />
comunicación y roce intelectual; insensiblemente,<br />
discutiendo, nos adheríamos el uno al otro,<br />
por el convencimiento de que aún profesando<br />
opiniones distintas, éramos capaces de entendernos<br />
y de darnos mutuamente un poquillo<br />
del alma. Habíamos llegado a ser inseparables.<br />
Nos auxiliábamos para el estudio; paseábamos<br />
juntos, hasta cuando Luis iba a rondar la casa<br />
de cierta novia cursi que se había echado; juntos<br />
nos sentábamos a la mesa del café de Levante;<br />
juntos íbamos, cuando danzaban en<br />
nuestro bolsillo algunos realejos, a nuestra distracción<br />
favorita, el paraíso del Teatro Real.<br />
Todos los estudiantes alojados en casa de doña<br />
Jesusa éramos filarmónicos, todos nos perecíamos<br />
por la Africana o los Hugonotes, especial-