Una cristiana.pdf - Ataun
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- Que se te quitaría el viento de la cabeza. ¡Los diablos carguen contigo! Pasábamos esta conversación a tiempo que saliendo de la calle Mayor, penetrábamos en el famoso Viaducto o suicidadero. La tarde, de magnífica serenidad, convidaba a arrimarse al alto enverjado y admirar al través de sus huecos el punto de vista, acaso el más hermoso de Madrid. Sin entretenernos en resolver los libros viejos, de texto la mayor parte, mugrientos y maltratados casi todos, que vendía al aire libre y sobre el santo suelo un vejete con facha de maniático, aproximamos la cara a los hierros y nos embelesamos en mirar primero el grandioso panorama de la izquierda, el rojo palacio de Uceda con sus blancos escudos a que sirven de tenantes fieros leones, las mil cúpulas y rotondas de templos y casas que domina, esbelta como la palmera, la torre mudéjar de San Pedro. Luego nos volvimos hacia la derecha, encantados por la fresca verdura del jardinete que a gran distancia debajo de nosotros extendía un
tapete de coníferas y arbustos en flor. Allá a lo lejos, el Manzanares trazaba sobre las verdes praderas una ese de metal blanco, y el Guadarrama erguía su línea blanca y refulgente detrás de los severos y escuetos contornos de las sierras próximas. Pero lo que nos fascinaba, la nota sublime de aquel conjunto, era la calle de Segovia, a pavorosa profundidad, abajo, abajo... Luis me apretó la muñeca diciéndome: - Hijo, este viaducto explica todas las muertes que han ocurrido en él. - Como que convida a arrojarse - respondí sin dejar de contemplar el abismo del empedrado y sintiendo ya en la planta de los pies el hormigueo del vértigo. - Mira un suicida, chacho - exclamó súbitamente Portal, señalándome a un hombre de muy derrotadas trazas, apoyado en la barandilla también. Lo que es ese se tira de un momento a otro. Me acerqué curiosamente. El presunto suicida se volvió... ¡Cuánto tiempo hacía que no
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nota sublime de aquel conjunto, era la calle de<br />
Segovia, a pavorosa profundidad, abajo, abajo...<br />
Luis me apretó la muñeca diciéndome:<br />
- Hijo, este viaducto explica todas las muertes<br />
que han ocurrido en él.<br />
- Como que convida a arrojarse - respondí<br />
sin dejar de contemplar el abismo del empedrado<br />
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- Mira un suicida, chacho - exclamó súbitamente<br />
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