Una cristiana.pdf - Ataun
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ía aquí del brazo; la sentaría junto a mí, en esta misma peña, que parece hecha a propósito para una escena tan inolvidable. Ciñendo su cintura, reclinando su frente sobre mi pecho, sin asustarla, sin herir su pudor, iría preparándola suavemente a compartir el arrebato de la pasión; a transigir gustosa con el fatal desenvolvimiento del amor humano. Y los instantes más bonitos, los instantes deliciosos, en que pensaríamos toda la vida... serían estos, estos. ¡Qué gozo callado y profundo nos abrumaría! ¡Qué silencio el nuestro tan dulce! Tal vez una ventura así será demasiado grande para que la resista el corazón. Pesa tanto, que no hay quien pueda con ella. Por eso dura poco y se encuentra rara vez. Y - decía yo prosiguiendo en mi soliloquio - el caso es que esa ventura ya no la catas nunca tú, hijo mío. Tití Carmen es como todas las mujeres, que sólo tienen una inocencia. Hoy la perderá; hoy otro hombre corta la azucena; hoy profanan lo que más respetas en el mundo. Por muchos años que transcurran y muchos favores
que consigas de esa mujer, no te será posible traértela a una playa, con luna, de noche, por caminos donde a un lado y a otro crecen madreselvas, a probar emociones no sentidas, a entrar en la vida por la puerta de la ilusión». En sustancia, y sin duda en más desordenada forma y con mayor viveza de imágenes, ved aquí lo que se me ocurría durante el paroxismo de la pena, mientras luchaba con el abatimiento que causa la semiembriaguez. Un pensamiento flotaba confusamente dominando a los restantes. «Si el dueño de Carmen no fuese mi tío, yo no estaría tan llevado de los diablos. Mi entusiasmo romántico por ella no es más que la eterna prevención contra él, que adquiere otra forma». Subí al Tejo más desesperado que si me apretase alguna tribulación real y positiva. Creo que en el camino arrojé y pisé con furia aquella rama de azahar tan solicitada por la mañana. Me dominaba para no hacer mayores extremos y locuras, y al entrar en la quinta huí de la gente y me fui derecho al dormitorio, de-
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lo que se me ocurría durante el paroxismo de la<br />
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«Si el dueño de Carmen no fuese mi tío, yo no<br />
estaría tan llevado de los diablos. Mi entusiasmo<br />
romántico por ella no es más que la eterna<br />
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Creo que en el camino arrojé y pisé con furia<br />
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