Una cristiana.pdf - Ataun
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guas a la redonda, despoblándose para alumbrar y escoltar a los númenes de la provincia, la Virgen y el Santo milagroso... Algunos curas atendían, se entusiasmaban con el plan, y exclamaban por lo bajo: «Muy bien... lo primero los sentimientos católicos, hombre». Castro Mera estaba empeñado en defender las excelencias del derecho; un señorito de San Andrés desafiaba a otro de Pontevedra a quién se bebía más curasao; el ayudante de Marina disputaba con el alcalde sobre aparejos de pesca prohibidos; Serafín reía convulsivamente, porque Viñal sostenía con gran tesón que él poseía documentos comprobantes de cómo Teucro había fundado a Helenes, y hasta se jactaba de conocer el sitio en que Teucro podía estar enterrado. El señor de Aldao determinó levantar la sesión diciendo a los convidados que no se molestasen, que él iba a enseñarle a Pimentel la finca y a tomar un poco el fresco. Fuéronse la novia del brazo de Pimentel y el novio y suegro muy compinches.
Con su marcha, la animación de la mesa subió de punto, y la algarabía fue tal, que allí no se entendía nadie. Unos disputaban, otros reían, otros argüían descargando puñadas sobre el mantel, ya manchado de vino y salpicado a trechos del huevo hilado que se caía de las tartas o de pedazos de fruta en dulce. En los platillos se derretían fragmentos de queso helado, mezclados con ceniza de cigarro. Ya nadie comía; sólo se bebía haciendo gasto extraordinario de licores y vinos dulces. El señorito de San Andrés, el de la apuesta, había tenido que asomarse a tomar el fresco en la ventana, y en cambio el de Pontevedra, impávido a pesar de la prodigiosa cantidad de copas sorbidas, se entretenía ahora en sacar de sus casillas a Serafín. Ya le había hecho beber media azumbre de anís del Mono, y ahora se entretenía en echarle, por un barquillo puesto a manera de embudo, Jerez y Pajarete, todo mezclado. El monago protestaba unas veces, tragaba otras y en su rostro pálido y desencajado notá-
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y escoltar a los númenes de la provincia, la<br />
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atendían, se entusiasmaban con el plan, y exclamaban<br />
por lo bajo: «Muy bien... lo primero<br />
los sentimientos católicos, hombre». Castro<br />
Mera estaba empeñado en defender las excelencias<br />
del derecho; un señorito de San Andrés<br />
desafiaba a otro de Pontevedra a quién se bebía<br />
más curasao; el ayudante de Marina disputaba<br />
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Serafín reía convulsivamente, porque Viñal<br />
sostenía con gran tesón que él poseía documentos<br />
comprobantes de cómo Teucro había<br />
fundado a Helenes, y hasta se jactaba de conocer<br />
el sitio en que Teucro podía estar enterrado.<br />
El señor de Aldao determinó levantar la sesión<br />
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brazo de Pimentel y el novio y suegro muy<br />
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