Una cristiana.pdf - Ataun
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fósforo y la repetición azorada de la palabra «¡Credo!». Acudíamos hipócritamente, preguntando si estaba enfermo, si le ocurría algo. -¡Credo! - respondía el buen hombre -. ¡Credo! ¡Persevejos por aquí, persevejos por allí! ¡Credo! ¡Irra! Al día siguiente le proponíamos variar de cuarto, y así lo hacía esperando hallar remedio a sus males; sólo que como repetíamos la caza, repetíase también el sainete. Con semejantes chanzas pesadas fuimos engañando la canícula; y lo que más me asombra es que al bendito portugués, blanco de todas ellas, no se le ocurriese ni remotamente cambiar de hospedaje, ni plantarle un día un bofetón de cuello vuelto a su verdugo. Cuando aprobé en septiembre las asignaturas que me faltaban, necesité hacer un enérgico llamamiento a la potencia superior del alma, o sea a la voluntad, para resolverme a poner por obra lo que en mi opinión convenía al lusitano: mudar de alojamiento. El cebo de la pereza y de
la vida alegre; lo entretenido del trato de Botello, a quien era imposible no profesar cierta lástima muy análoga a la ternura; los mismos defectos e inconvenientes de aquella posada, iban apegándome a ella más de lo justo. Sin embargo, venció mi razón en la contienda. «La vida es un tesoro y no hemos de despilfarrarla en chiquilladas y en insulsas bromas», pensaba yo al arreglar mis bártulos para irme a otra parte con la música. «Si ese infeliz de Botello es un sonámbulo y se ha propuesto morir en el hospital, yo en cambio estoy determinado a tener una carrera, tomarla por lo serio y ser libre y dueño de mis acciones. Aquí no hay más que ilusos y gente predestinada a la miseria anónima. Vámonos a donde se pueda trabajar». No obstante, la despedida me oprimió unas miajas el corazón. La Pepa lloraba a lágrima viva por tan buen huésped, que pagaba religiosamente y nunca le había «dado que sentir ni así tanto». Mis ojos no se humedecieron; pero, lo repito, sentí pena como sume apartase de seres muy
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a quien era imposible no profesar cierta<br />
lástima muy análoga a la ternura; los mismos<br />
defectos e inconvenientes de aquella posada,<br />
iban apegándome a ella más de lo justo. Sin<br />
embargo, venció mi razón en la contienda. «La<br />
vida es un tesoro y no hemos de despilfarrarla<br />
en chiquilladas y en insulsas bromas», pensaba<br />
yo al arreglar mis bártulos para irme a otra parte<br />
con la música. «Si ese infeliz de Botello es un<br />
sonámbulo y se ha propuesto morir en el hospital,<br />
yo en cambio estoy determinado a tener<br />
una carrera, tomarla por lo serio y ser libre y<br />
dueño de mis acciones. Aquí no hay más que<br />
ilusos y gente predestinada a la miseria anónima.<br />
Vámonos a donde se pueda trabajar». No<br />
obstante, la despedida me oprimió unas miajas<br />
el corazón. La Pepa lloraba a lágrima viva por<br />
tan buen huésped, que pagaba religiosamente y<br />
nunca le había «dado que sentir ni así tanto».<br />
Mis ojos no se humedecieron; pero, lo repito,<br />
sentí pena como sume apartase de seres muy