Una cristiana.pdf - Ataun
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- le dijo en voz vibrante, aunque contenida - y clame tu permiso, para que sea feliz». Al pronunciar estas palabras, clavó en su padre una mirada elocuente, profunda, casi terrible a fuerza de concentración. El señor de Aldao volvió la cabeza, murmurando un «Dios te bendiga». Creo que noté en sus pupilas cierto brillo... Hay cosas que crispan los nervios. Las amiguitas se dedicaron a arreglar a la novia los volantes, a recoger las perlitas del bordado, algunas de las cuales andaban por el suelo ya. Y sin darnos el brazo, en formación desordenada, nos encaminamos a la capilla. Esta estaba fragante de flores, toda tapizada de helecho y anís, iluminado el altar con infinitos cirios. La ceremonia fue larga, porque se casaron y velaron a un tiempo. Escuché el claro sí de la esposa, y el opaco del esposo. Oí leer la que todo el mundo llama epístola de San Pablo, aunque no lo sea. Allí el marido era asimilado a Cristo, la mujer a la Iglesia; y en confirmación de esta superioridad viril, la bordada estola
cayó sobre la cabeza de la novia a la vez que sobre el cuello del novio. Carmiña Aldao, cruzando las manos sobre el pecho, inclinó la frente sometiéndose al yugo. Había entre el concurso de espectadores aldeanos y aldeanas, venidos por curiosidad, y que se empujaban, con murmullo respetuoso, a fin de ver algo por encima de las cabezas del señorío. Cuando se hubo terminado la misa, estallaron los cohetes, las gaitas del país dejaron oír su ronquido característico, y la gente se agolpó, saliendo en tropel, la novia rodeada de sus amiguitas, que pellizcaban pétalos y gromos de azahar, y la besuqueaban. Aquel fue un momento embarazoso. ¿A dónde ir; qué hacer; con qué entretener a la reunión? Castro Mera, que era joven y animado, propuso que nos trasladásemos al Tejo, que sacasen el piano al jardín y que armásemos baile, mientras los novios y el Padre Moreno se desayunaban, pues por la misa y la comunión no habían podido hacerlo.
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