Una cristiana.pdf - Ataun
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salir de Marruecos no esperaba tan buen encuentro». Los compañeros ya alborotados le preguntaban al oído a mi amigo: «Pero qué, ¿este caballero es moro?». Y mi amigo, por no mentir descaradamente, contestó: «Bien lo conocerán en el nombre: Aben Jusuf le he llamado». «¿Y es amigo de usted?». «Sí, le conocí en Canarias, donde fue a tomar unos baños». «¡Hombre! convidarle a ver la Alhambra, por ver qué dice». «Corriente». Acepté el convite, por supuesto: como que lo tenía aceptado desde la víspera. Mi amigo, acercándose a mí, me tendió la mano y me dijo: «Aben Jusuf, yo le convidaría a venir con nosotros a la Alhambra; pero temo causarle impresiones tristes». Repuse, que, en efecto, había de ser triste para un hijo del desierto la vista de monumentos erigidos por sus antepasados y que ya no pueden habitar; pero que por no desairar su compañía y la de aquellos señores, iría de buena gana... -¿Y seguían teniéndole a usted por moro? - preguntó el señor de Aldao.
-¡Vaya! Y por tan moro: por morísimo. Yo representaba mi papel con toda seriedad. A uno de los acompañantes le oí que decía a los demás: «Buen tipo de raza tiene este moro». En cada puerta, en cada ajimez, en cada patio, yo me detenía como entristecido y caviloso, pronunciando frases entrecortadas, así como una especie de gruñidos de pena: en fin, lo que imaginaba que un moro debía expresar allí. Una vez me eché mano a la barba... -¡Ay Padre Moreno! - exclamó mi futura tía - . ¡Quién me diera verle con la barba! -¡Naranjas! ¡Verdad que no me has visto! - exclamó el fraile moro soltando el hilo de la narración -. Aguárdate, mujer, que aquí debo de tener yo... Espera... - Y rebuscando en la joroba de su manga, sacó una cartera desflorada y pobre, y de ella una tarjeta fotográfica que en un momento recorrió toda la sociedad apiñada en el segundo piso del árbol. Las mujeres lanzaban chillidos de admiración y Candidiña exclamó con maliciosa bobería: «¡Qué buen
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me detenía como entristecido y caviloso, pronunciando<br />
frases entrecortadas, así como una<br />
especie de gruñidos de pena: en fin, lo que<br />
imaginaba que un moro debía expresar allí.<br />
<strong>Una</strong> vez me eché mano a la barba...<br />
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. ¡Quién me diera verle con la barba!<br />
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narración -. Aguárdate, mujer, que aquí debo<br />
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