Una cristiana.pdf - Ataun
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debajo del «Miguel de los Santos Pinto» esta cajetilla: «Corno de Boy». A fin de no molestarse en añadirlo a todas las tarjetas, hízolo sólo con veinticinco, escondiendo las restantes. Al otro día justamente salió de visiteo el lusitano, y repartió diez o doce de las tarjetas adicionadas por Botello. El domingo siguiente encontrose en la calle del Arenal a un conocido, que le detuvo y le preguntó sofocando la risa: - Pero don Miguel, ¿usted se llama efectivamente Corno de Boy? ¿Hay en su país de usted ese apellido? -¿Yo? - respondió amoscado el lusitano -. Yo mi llamo Santos Pinto nada más. - Pues mire usted esta tarjeta. -A ver... a ver... - murmuró el pobre hombre -. ¡Y dis eso! - exclamó atónito al leer la coletilla. - Será alguna equivocación del litógrafo - indicó maliciosamente el amigo. Pero don Miguel no se la tragó, y apenas llegado a casa enseñó la tarjeta a Botello, pidiéndole estrecha cuenta del desaguisado. Tan calurosas protestas de ino-
cencia hizo el grandísimo truhán, que logró convertir hacia mí las sospechas. «¿No ve usted -decía- que la tinta y la pluma con que eso se escribió, en su cuarto las tiene Salustio? No se fíe usted de las mosquitas muertas. El que parece más formal...». De resultas de este ardid maquiavélico, yo, que en la vida me metía con el benigno portugués, fui el único huésped a quien él miraba con prevención y recelo. Creo firmemente que su ceguedad era voluntaria, pues de otras diabluras de Botello no pudo quedarle ni la duda más leve. Jugando un día al dominó con su víctima, Botello tuvo arte para encasquetarle una corona de papel con orejas de borrico, a fin de que se desternillase de risa la ninfa de la plancha, que atisbaba cuanto en la habitación ocurría. Otra vez le prendió rabitos de papel en los faldones, y así salió Pinto a la calle, siendo la irrisión de los granujas. No obstante, la indulgencia del portugués hacia el bohemio no se desmintió jamás. Cuando a Botello le faltaba parné con que pagar la entrada en
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cajetilla: «Corno de Boy». A fin de no molestarse<br />
en añadirlo a todas las tarjetas, hízolo sólo<br />
con veinticinco, escondiendo las restantes. Al<br />
otro día justamente salió de visiteo el lusitano,<br />
y repartió diez o doce de las tarjetas adicionadas<br />
por Botello. El domingo siguiente encontrose<br />
en la calle del Arenal a un conocido, que<br />
le detuvo y le preguntó sofocando la risa:<br />
- Pero don Miguel, ¿usted se llama efectivamente<br />
Corno de Boy? ¿Hay en su país de usted<br />
ese apellido?<br />
-¿Yo? - respondió amoscado el lusitano -. Yo<br />
mi llamo Santos Pinto nada más.<br />
- Pues mire usted esta tarjeta.<br />
-A ver... a ver... - murmuró el pobre hombre<br />
-. ¡Y dis eso! - exclamó atónito al leer la coletilla.<br />
- Será alguna equivocación del litógrafo - indicó<br />
maliciosamente el amigo. Pero don Miguel<br />
no se la tragó, y apenas llegado a casa enseñó la<br />
tarjeta a Botello, pidiéndole estrecha cuenta del<br />
desaguisado. Tan calurosas protestas de ino-