Una cristiana.pdf - Ataun
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tirle, y si usted no procura buscarse entretenimiento... En el campo... - No se apure por eso, Carmiña. El campo me gusta muchísimo. Nunca me aburro en la aldea. Este sitio es precioso. Hoy, tomé un baño más rico... -¿Y esa ingrata de Benigna? ¡Cuánto siento que no venga! Es muy simpática su mamá de usted, y yo siempre la quise. Ahora... con más razón. - Ya ve usted... A mamá no le es fácil moverse. Nunca falta que hacer por allá... Después de estos lugares comunes, mi futura tiíta y yo nos quedamos hechos unos páparos, sin saber qué decirnos. Ella, al fin, discurrió un acto de cortesía y amabilidad. - Como me trajo usted una fineza tan mona... ¿quiere ver las demás que he recibido? Las tenemos en una habitación aparte, porque si no, las chiquillas son tan curiosas y tan amigas de revolver, que... Por aquí.
Echó a andar y yo tras ella: en el bolsillo de su traje, al compás de sus pasos, sonaban varias llaves, haciendo una musiquilla graciosa, familiar. Sacó el manojo, y abierta la puerta misteriosa, descorridas las cortinas, brotaron en todo su esplendor las magnificencias del equipo. Cuando digo magnificencias, no hay que entenderlo en sentido absolutamente literal, porque bastantes objetos olían a provincia, y otros, aunque de origen madrileño, no eran de exquisito gusto, al menos según puedo yo juzgar de estas materias. La novia iba explicándome todo. Aquel vestido de raso negro, con bordados de azabache, era regalo del novio, como también los pendientes de la perla rodeada de brillantes. Papá se había despilfarrado con un traje azul marino, seda rica, muy buena combinación de brochado; y por allí andaban los sombrerillos correspondientes. Otro traje pareció muy lindo a mis ojos profanos: de seda blanco hueso, lucía delante una sutil red que imitaba perlas, una preciosa cola, y dos grupos de hojas y flores
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Después de estos lugares comunes, mi futura<br />
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