Una cristiana.pdf - Ataun
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el oficio de difuntos. Como necesitaba la guita, el pupilo solía armar con su curador unas zapadestas de mil diablos. «A ver, señor mío, ¿qué hago yo este mes?». Y entonces - aparición providencial- surgía la Pepa en defensa de su caro estafador, y chillaba amenazando a Botello: - Usted calla... Usted calla... Yo me espero... -¡Sí! - respondía el mísero -; pero el caso es que ni para tabaco me ha dejado un real. La Pepa echaba mano a la faltriquera, y a sacando una peseta roñosa: - Usted tome... Una cajetilla compre... Cuando las pesetas de la Pepa escaseaban - y aunque no escaseasen- Botello recurría a colarse en la habitación del portugués no bien le oía restallar el fósforo para encender el cigarro; y entre bromas y veras, la mitad de la cajetilla pasaba al bolso del bohemio. Acostumbrado el portugués al carácter y modos de Dumillas (de quien aseguraba con profunda fe que era muito artista), no se formalizaba jamás ni por sus gua-
sas ni por sus merodeos y depredaciones. Al contrario, diríase que las travesuras de Botello despertaban en el médico guitarrista afecto y benevolencia inexplicables. Y cuidado que a veces las jugarretas del bohemio pasaban de castaño oscuro. Citaré una para muestra. Obligado el portugués a hacer visitas y presentar recomendaciones para activar el despacho de su asunto, encargó un ciento de tarjetas muy satinadas y litografiadas, donde en preciosa letra cursiva se leía su nombre: «Miguel de los Santos Pinto». Acertó a verlas Botello, y nos las fue enseñando por todos los cuartos, asombrándose de que tuviese tan pocos apellidos un portugués. El quería añadir cuando menos: «Teixeira de Vasconcellos Palmeirim Junior de Santarem do Morgado das Ameixeiras», para que estuviese en carácter. Se lo quitamos de la cabeza; pero fue todavía peor lo que se le ocurrió después. Escamoteándome la pluma topográfica y la tinta china que yo usaba para mis planos y mis dibujos, escribió delicadamente
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el oficio de difuntos. Como necesitaba la guita,<br />
el pupilo solía armar con su curador unas zapadestas<br />
de mil diablos. «A ver, señor mío,<br />
¿qué hago yo este mes?». Y entonces - aparición<br />
providencial- surgía la Pepa en defensa de su<br />
caro estafador, y chillaba amenazando a Botello:<br />
- Usted calla... Usted calla... Yo me espero...<br />
-¡Sí! - respondía el mísero -; pero el caso es<br />
que ni para tabaco me ha dejado un real.<br />
La Pepa echaba mano a la faltriquera, y a sacando<br />
una peseta roñosa:<br />
- Usted tome... <strong>Una</strong> cajetilla compre...<br />
Cuando las pesetas de la Pepa escaseaban - y<br />
aunque no escaseasen- Botello recurría a colarse<br />
en la habitación del portugués no bien le oía<br />
restallar el fósforo para encender el cigarro; y<br />
entre bromas y veras, la mitad de la cajetilla<br />
pasaba al bolso del bohemio. Acostumbrado el<br />
portugués al carácter y modos de Dumillas (de<br />
quien aseguraba con profunda fe que era muito<br />
artista), no se formalizaba jamás ni por sus gua-