Una cristiana.pdf - Ataun
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su tipo físico entre el del bobo de comedia y el mico malicioso. Dudaba yo si encontrarle cara de simple o de trasto. Al mismo tiempo había en él algo de persistencia de la infancia, tan a la vista, que impedía tomar por lo serio sus palabras ni sus acciones. -¿Se baña? - me preguntó hablando en impersonal, según costumbre. -¿Que si me baño - En el mar, señor. En San Andrés. Porque yo bajo todos los días a la playa, y puedo acompañarle. - Bien, convenido; nos remojaremos. - Ya me parecía a mí que le iba a petar eso del baño. Su tío también se remoja todas las mañanas. Hace como el bacalao. Ni por esas está más fresco. ¡Gui, gui! - Lo malo es que no tengo traje de baño. -¡Ay! Yo tampuerco. Si es tan melindroso... Con irse a un rinconcillo detrás de unas peñas... -¡Hombre!
- O con llevar unos calzoncillos de repuesto... - Vamos, así pase. A todas estas el cleriguín (mejor le llamaría el monago), se arrellanó en la silla con trazas de no despegarse en toda la noche. Yo comprendí que era preciso tomarle a beneficio de inventario, y desnudándome rápidamente, me deslicé en la cama. -¿Tiene soneca? - preguntome Serafín arrimándose al lecho y pegándome, con la mayor confianza, un pellizco monjil en un hombro y una sobadura en los carrillos. Chillé, y por instinto devolví un coscorrón formidable, lo cual le hizo estallar en convulsiva risa: «¡Gui, guiíi gui guiíi!». Empeñose después en averiguar experimentalmente si yo tenía cosquillas, y también si tenía mimo, para lo cual me apretó fuertemente el dedo meñique. Aquella extraña familiaridad, más propia de criatura de seis años que de hombre, y particularmente de hombre que aspira al sacerdocio, ejerció sobre
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