Una cristiana.pdf - Ataun
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en los bolsillos, apretaba los dientes, y callado como un muerto paseaba de arriba abajo por la sala. Aquel silencio encendía más el furor de la mujer, que a veces se deshacía en crisis nerviosa de llanto; y después de abofetear al valenciano con los últimos denuestos, salía pegando un portazo que retumbaba en todo el edilicio. Entonces solía asomarse al pasillo un hombre grueso, rubio, calvo, como de cincuenta y tantos años, de semblante afable y complaciente, quien con marcado acento portugués preguntaba a la colérica patrona: - Pepiña, ¿quí tiene? - Nada tengo yo... - respondía ella, metiéndose de estampía en la cocina y mascullando en vascuence terribles imprecaciones. La oíamos lidiar a porrazos con sartenes y cacerolas, y a pocos el chirrido consolador del aceite nos anunciaba que, a pesar de todo, se freían patatas y huevos y el almuerzo no andaba muy lejos ya.
El señor calvo y, grueso, que ocupaba la «sala del patio» llamada así por tomar luz del principal de la casa, era un inédito portuense, venido a España con el fin de entablar un litigio contra la Administración, por no sé qué infundios referentes a un patronato. Admirador entusiasta, como los portugueses en general, de la música popular española, vestido lo más ligeramente posible, en calzoncillos y, elástica (he de advertir que esto ocurría en el mes de junio), recatando su calva una gorrita escocesa con dos cintas flotantes atrás, y rascando una guitarra a cuyo compás gatuno y desafinado entonaba la letra siguiente: «Quiérimi sivillana - niña lousana - cándida flor que al son di mi guitarra - pur ti palpita - mi corasaun...». Aquí interrumpía el canticio y miraba hacia el ventanuco de una chica planchadora, asaz fea pero no menos vivaracha y comunicativa.
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El señor calvo y, grueso, que ocupaba la «sala<br />
del patio» llamada así por tomar luz del<br />
principal de la casa, era un inédito portuense,<br />
venido a España con el fin de entablar un litigio<br />
contra la Administración, por no sé qué infundios<br />
referentes a un patronato. Admirador entusiasta,<br />
como los portugueses en general, de la<br />
música popular española, vestido lo más ligeramente<br />
posible, en calzoncillos y, elástica (he<br />
de advertir que esto ocurría en el mes de junio),<br />
recatando su calva una gorrita escocesa con dos<br />
cintas flotantes atrás, y rascando una guitarra a<br />
cuyo compás gatuno y desafinado entonaba la<br />
letra siguiente:<br />
«Quiérimi sivillana - niña lousana<br />
- cándida flor que al son di mi guitarra<br />
- pur ti palpita - mi corasaun...».<br />
Aquí interrumpía el canticio y miraba hacia<br />
el ventanuco de una chica planchadora, asaz<br />
fea pero no menos vivaracha y comunicativa.