Navarrete, La vida cotidiana de los mayas - Histomesoamericana

es y mujeres, sobre sus creencias religiosas, cuya complejidad
y sabiduría no deja de seducirnos, sobre sus hábitos alimenticios,
sobre su forma de gobernarse. Mientras más aprendemos
sobre ellos los podemos reconocer más parecidos a los otros
hombres que hemos poblado este mundo, pero también más
singular y rica nos parece su cultura y más coherente encontramos
su forma de ver el mundo y su forma de vivir.
Los mayas antiguos, tan lejanos a nosotros en el tiempo, en
el espacio y en la cultura, son un espejo en el que no podemos dejar
de contemplamos y de contemplar nuestro futuro: admiramos
sus hazañas, sus logros estéticos e intelectuales pero detrás
percibimos siempre, con la melancolía contundente de esas ciudades
abandonadas, el trágico fin de su mundo; un destino del
que nada, ni sus conocimientos matemáticos, ni la devoción a
sus dioses, ni la fina ironía de su forma de hablar, los pudo salvar.
La iglesia se levanta frente a una plaza inmensa con suelo de
tierra, rodeada de humildes edificios de manipostería y madera.
Más allá del pequeño poblado se adivinan las colinas erosionadas
de la fría sierra, cubiertas por la neblina. Miles de hombres
vestidos de negro se mueven de un lugar a otro en la explanada,
algunos blandiendo amenazantes bastones de madera. Las mujeres,
más pequeñas aún, atraviesan la plaza con ligereza sobre
sus pies descalzos y evitan cualquier contacto con los visitantes.
Está prohibido tomar fotos para registrar este trajín y estos gestos
ajenos, esta actitud de desafío que pesa en el aire. Adentro
de la iglesia sin muebles, sobre el piso cubierto con agujas de
pino, entre las familias que rezan laboriosamente frente a los
santos arrimados contra la pared, el sentimiento de lejanía se
hace aún más tangible.
San Juan Chamula es un mundo distinto al nuestro, como lo
fue Palenque, pero no es un mundo distante, está aquí y ahora.
El orgullo de los chamulas, su fidelidad a sus tradiciones son
producto de su decisión de no ser como nosotros. Detrás de las
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humildes fachadas de su pueblo moderno se descubre una forma
de vida tan firmemente anclada en una concepción singular
del mundo, tan congruente con sus propias normas como la que
existía en las ciudades mayas hace 1,000 años.
El rostro de los mayas de hoy es un espejo en el que también
nos contemplamos, en el que podemos admirar otras formas
de ser humanos, pero este reflejo tiene también su lado oscuro:
día a día recibimos noticias, generalmente confusas, de
los conflictos que enfrentan a los pueblos mayas con el gobierno
guatemalteco o mexicano —los modernos estados en los
que la fatalidad histórica los ha colocado—, conflictos en que
lo más frecuente es que corra la sangre india. El Premio Nobel
de la Paz otorgado a Rigoberta Menchú, una mujer quiche, es
testimonio de la gravedad y la importancia que a los ojos del
mundo han adquirido esos conflictos. Estas dramáticas noticias
nos recuerdan que la pobreza de los mayas, su nutrición deficiente,
sus enfermedades, su marginación son en buena medida
culpa de nuestra sociedad que los ha explotado y despojado a
lo largo de los últimos 500 años. La historia moderna de los
mayas es el revés de nuestra historia moderna, el lado oculto
que no queremos ver.
De Palenque a San Juan Chamula hay una distancia muy grande,
sin duda, pero quizá sea menor que la que hay de nuestras
ciudades a San Juan. Es por ello que el camino de entrada al
mundo de los mayas antiguos pasa por los mayas de hoy, que
la admiración que nos despiertan los primeros debe traducirse
en respeto por los segundos. Detrás del espejo hubo y hay seres
humanos y sólo cuando los reconozcamos como tales podremos
empezar a comprenderlos y a admirarlos realmente.
Pero ¿qué es lo que tienen en común los mayas de hace
más de un milenio con los mayas de hoy? Más allá del hecho
de que viven en la misma región y hablan las mismas lenguas,
hay muchos otros elementos comunes a las diversas culturas
mayas a lo largo del tiempo y del espacio. En primer lugar está
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