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VENGANZA Y DESEO Samantha James - SERLIB

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

<strong>Samantha</strong> <strong>James</strong>


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Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la<br />

cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún<br />

medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización<br />

escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.<br />

Título original: His Wicked Ways<br />

Traducción: Silvina Merlos<br />

© 1999 Sandra Kleinschmit. Reservados todos los derechos<br />

© 2008 ViaMagna 2004 S.L. Editorial ViaMagna. Reservados todos los derechos.<br />

© 2008 por la traducción Silvina Merlos. Reservados todos los derechos.<br />

Primera edición: Julio 2008<br />

ISBN: 978-84-92431-31-1<br />

Depósito Legal: M-31128-2008<br />

Impreso en España / Printed in Spain<br />

Impresión: Brosmac S.L.<br />

© Valery<br />

www.valery.es<br />

editorial@valery.es<br />

Editorial ViaMagna<br />

Avenida Diagonal 640, 6ª Planta<br />

Barcelona 08017<br />

www.editorialviamagna.com<br />

email: editorial@editorialviamagna.com


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CAPÍTULO 1<br />

Escocia, principios del siglo XIII<br />

«No temas».<br />

Aquellas palabras se deslizaron por su oído, frías como<br />

un lago en medio de una helada invernal. Al oírlas, Meredith<br />

Munro sintió un frío que se coló en los rincones más profundos<br />

de su alma… un frío que había experimentado sólo una vez.<br />

El rosario se le resbaló y cayó al suelo. «No temas»,<br />

había modulado aquella voz. ¡Pero Meredith sentía miedo!<br />

De hecho, estaba aterrorizada, puesto que dentro de su pequeña<br />

celda, tres hombres se hallaban de pie junto a ella: dos<br />

figuras imponentes que había alcanzado a vislumbrar por el<br />

rabillo del ojo… y aquél que, con la mano, la había amordazado<br />

con firmeza.<br />

El priorato de Connyridge no era un sitio para hombres.<br />

El padre Marcus era el único que visitaba el lugar, y<br />

cuando lo hacía, era para celebrar misa y escuchar los pecados<br />

de las monjas y novicias que residían entre aquellas antiguas<br />

paredes de piedra.<br />

La mente le daba vueltas. Dios bendito, Meredith se<br />

hallaba de pie. ¡La habían forzado a esa posición cuando estaba<br />

rezando de rodillas junto a su lecho! La mano del hombre<br />

que la sujetaba… era inmensa. Con ella le había tapado la<br />

boca y la nariz de manera que apenas pudiera respirar; lo único<br />

que podía oír era el pulso de su propia sangre en los oídos.<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

El temor la recorría con cada uno de los latidos del corazón,<br />

un temor alimentado por la certeza nefasta de que<br />

aquellos hombres querían hacerle daño. Una docena de preguntas<br />

se agolpaban en su mente. ¿Dónde estaba la madre<br />

Gwynn? ¿Y la hermana Amelia? ¿Cómo había sido posible<br />

que invadieran aquellas sagradas paredes? Tres hombres habían<br />

logrado introducirse… ¡tres! ¿Nadie había oído nada?<br />

Un pensamiento terrible se alzó en su mente. ¡Quizá las demás<br />

no habían escuchado nada porque ya estaban muertas!<br />

No. ¡No! ¡No podía pensar de ese modo, porque no<br />

podría tolerarlo!<br />

Como para recordándoselo, su captor tensó el brazo<br />

con el que le sujetaba la cintura muy ligeramente.<br />

Sintió un cálido aliento rozar a toda prisa su oído.<br />

—Te lo advierto. —Y aquel susurro crispante y masculino<br />

regresó—. No grites, porque no lograrás nada bueno,<br />

te lo aseguro. ¿Comprendes?<br />

Su tono de voz era casi agradable, pero Meredith presentía<br />

que no era su intención serlo. «Grita», pensó vagamente.<br />

La conmoción y el miedo la tenían paralizada. ¡La sola idea<br />

era absurda! ¡Los músculos de la garganta se habían constreñido<br />

de tal modo que no habría podido emitir sonido alguno<br />

de haberlo intentado!<br />

—Asiente con la cabeza si comprendes.<br />

De algún modo, se las ingenió para levantar y bajar la<br />

barbilla.<br />

—Excelente —murmuró el hombre—. Ahora, Meredith<br />

Munro, vamos a echarte un vistazo.<br />

El mundo le daba vueltas. La conocía. ¡Conocía su<br />

nombre! ¿Cómo era posible?<br />

El hombre que la sujetaba levantó su mano con lentitud.<br />

Meredith se sintió girar por completo hasta quedar frente<br />

a aquella figura.<br />

Como haciéndole un favor a su captor, la luz de la luna<br />

llena se escurría a través de la angosta ventana ubicada en lo<br />

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

alto de la pared exterior. Meredith sintió toda la fuerza de su<br />

mirada posarse sobre ella largamente y con dureza. A pesar del<br />

grueso hábito gris que todavía llevaba puesto, se sonrojó, puesto<br />

que no contaba con un griñón o velo con el que cubrirse el<br />

cabello. Ningún hombre la había visto de aquel modo desde<br />

el día en que se despidió de su padre, hacía ya muchos meses.<br />

Y entonces dejó de tocarla, aunque las puntas de sus<br />

pies casi se rozaban. Su instinto le dijo que aquel hombre era el<br />

líder. Meredith reunió coraje y alzó la mirada hacia su rostro,<br />

que se hallaba mucho más arriba que el suyo. En el alboroto<br />

desenfrenado de su mente, aquel hombre representaba todas<br />

las formas posibles del mal. Sus rasgos eran difíciles de distinguir<br />

en la oscuridad, pero aun así Meredith jamás había visto<br />

ojos como aquellos, intensos y brillantes, como lascas. Se le<br />

congelaron las entrañas. ¿Era aquél el rostro de la muerte?<br />

Su mirada se dirigió hacia abajo, en dirección a la espada<br />

que llevaba a un lado del cuerpo. Del otro pendía un puñal<br />

igual de funesto. Y entonces la invadió un escalofrío; de pronto<br />

estaba casi segura…<br />

Si aquella noche iba a derramarse sangre, sería la suya.<br />

Uno de los otros hombres encendió el cabo de una vela<br />

en la mesa de madera.<br />

—¿Es ella? —quiso saber.<br />

Aquellos ojos no dejaban de mirarla. De hecho, parecían<br />

atravesarle la piel.<br />

—Sí —fue todo lo que dijo el líder.<br />

—Pues sí —contestó el hombre—. Tiene toda la apariencia<br />

de una Munro.<br />

A Meredith se le había secado la boca, pero a pesar de<br />

eso se obligó a hablar.<br />

—¿Qué hacéis aquí? No os conozco, pero vosotros sí<br />

me conocéis a mí.<br />

El líder no asintió, pero tampoco expresó hallarse en<br />

desacuerdo.<br />

—Vosotros queréis matarme, ¿verdad?<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

No lo negó. En su lugar, preguntó:<br />

—¿Eres digna de morir?<br />

«No». Meredith sintió deseos de llorar. Pero en lugar<br />

de hacerlo, buscó con la punta de sus dedos el pequeño crucifijo<br />

de plata que pendía de su cuello y que había sido un obsequio<br />

de su padre el día de su llegada a aquel lugar. Tocó sus<br />

delicados bordes como en busca de fuerzas y consuelo. Una<br />

vez más, oyó las palabras que su padre había pronunciado al<br />

despedirse: «Recuerda, hija mía, Dios siempre estará contigo…<br />

y así también yo».<br />

Meredith sacudió levemente la cabeza.<br />

—No me corresponde a mí juzgarlo.<br />

La sonrisa de aquel hombre no se extendió a sus ojos.<br />

—Tal vez me corresponda a mí hacerlo.<br />

Meredith dio un grito ahogado. ¿Acaso aquel hombre<br />

no sentía respeto por el Señor? «¡Oh, esa es una pregunta estúpida,<br />

por supuesto!», la reprendió una voz interior. Su sola<br />

presencia en aquel lugar le dictaba la respuesta.<br />

—A ningún hombre le corresponde juzgar tal cosa.<br />

Sólo a Dios —replicó Meredith, que intentaba con fuerzas<br />

que no le temblara la voz.<br />

—Sin embargo, difícilmente sea ése el caso, ¿no es<br />

verdad? ¿Cuántas criaturas del Señor mueren a causa de una<br />

enfermedad? —Aquel hombre no reflexionaba ni esperaba<br />

que Meredith le respondiera—. Los niños y los ancianos, quizá.<br />

Pero los hombres… ah, bueno, los hombres matan a otros<br />

hombres… y a veces mujeres también.<br />

Un frío le recorrió la columna en forma descendente,<br />

puesto que esta vez era imposible confundir la amenaza implícita<br />

en su tono de voz. Meredith no pudo evitarlo: se sintió<br />

palidecer.<br />

—Las demás —dijo con voz trémula—. La madre<br />

Gwynn, la hermana Amelia, ¿están…?<br />

—Están todas sanas y salvas, y arrebujadas en sus lechos.<br />

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

Meredith inspiró y contuvo el aire. Lo dejó salir luego<br />

lentamente, al tiempo que trataba con desesperación de no<br />

dejarse vencer por el pánico. ¿Por qué había venido por ella?<br />

¡Seguramente no estaba allí porque su padre lo hubiera enviado!<br />

¡Oh, pero Meredith tenía que escapar de aquel lunático,<br />

porque sólo un lunático podía atreverse a invadir un lugar<br />

sagrado como aquél de ese modo! Escapar era lo primero que<br />

tenía en mente. En su corazón…<br />

Meredith echó a correr.<br />

¡Oh, pero debería haberlo sabido! Si ella era veloz, su<br />

captor lo era aún más. No había alcanzado a dar tres pasos<br />

cuando ya lo tenía encima. Dos fuertes brazos la sujetaron y<br />

detuvieron en seco. Meredith se sintió arrastrada hacia atrás,<br />

mientras que su cuerpo entero era forzado a enderezarse contra<br />

él. Fue como si hubiera golpeado una pared de piedra.<br />

Su reacción fue más instintiva que resultado de un pensamiento<br />

consciente. Meredith se enroscó y retorció en el intento<br />

salvaje de escapar del grillete que formaban sus brazos.<br />

—¡Quédate quieta! —le ordenó él entre dientes.<br />

No. No podía. No lo haría. Reanudó su lucha con vigor,<br />

sólo para escuchar una vívida maldición resonarle en el oído.<br />

—¡Por Dios, detente!<br />

Su captor tensó el antebrazo con el que sujetaba su cintura.<br />

Aquel movimiento amenazaba con quebrarle las costillas<br />

y cortarle la respiración. Meredith podía sentir la fuerza<br />

de aquel hombre, percibirla en cada uno de los músculos de su<br />

cuerpo. Le resultaba difícil respirar, y fue entonces cuando<br />

advirtió que él podía quebrarla con la misma facilidad con la<br />

que arrancaría una rama de un árbol.<br />

Su cuerpo perdió toda capacidad de resistencia. Volcó<br />

la cabeza. Un sonido ahogado emergió de su garganta, un lamento<br />

de desesperación. Meredith odiaba el modo en el que le<br />

temblaba el cuerpo… y odiaba saber que seguramente<br />

también él era capaz de percibirlo. Si había de morir (¡y que<br />

todos los santos perdonaran semejante cobardía!), entonces<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

rezaría para que su muerte ocurriera con prontitud, con una<br />

daga enterrada en el corazón. Así de simple.<br />

Pero no habría de morir.<br />

Sin más, Meredith sintió cómo sus pies abandonaban el<br />

frío suelo de piedra. Se quedó estupefacta al encontrarse con<br />

que la habían depositado en el banco situado frente a la mesa.<br />

—Ahora, pues, harás lo que yo te diga.<br />

Y entonces un pensamiento cruzó su mente con rapidez,<br />

como una ráfaga de viento que atraviesa los árboles. Ya la<br />

habían forzado una vez a abandonar el lecho en medio de la noche.<br />

¿Serían las mismas las consecuencias? Que Dios no lo<br />

permitiera. Si así fuera, no podría tolerarlo… No otra vez.<br />

Meredith levantó la cabeza poco a poco.<br />

—Si intentáis…<br />

Necesitaba fe. ¡Pero no podía hallarla en su interior ni<br />

siquiera para pronunciar aquellas palabras!<br />

No es que hubiera necesidad.<br />

—¿Deshonrarte?<br />

Meredith sintió su piel enardecerse a causa de una inmensa<br />

vergüenza.<br />

—Sí —murmuró.<br />

La risa de aquel hombre carecía de regocijo… y no había<br />

en ella piedad alguna.<br />

—No lo creo, Meredith Munro. Si necesitara una mujer,<br />

es seguro que no serías tú. De hecho, debo obligarme a<br />

padecer tu presencia.<br />

Aquella aseveración no la tranquilizó en modo alguno.<br />

Sintió entonces el chasquido de sus dedos, con el cual uno de<br />

los otros hombres apareció trayendo consigo un pergamino,<br />

tinta y una pluma, que colocó delante de ella.<br />

—Le escribirás una nota a la madre Gwynn en la que<br />

declararás que, desafortunadamente, no puedes entregarle tu<br />

vida al Señor ni permanecer en el mundo terrenal puesto que<br />

te sientes profundamente avergonzada de tu debilidad de espíritu<br />

y devoción.<br />

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

Meredith se quedó boquiabierta. ¡Dios bendito, aquel<br />

hombre la haría renunciar a su propia vida!<br />

—¡No, no puedo hacerlo! Quitarme la vida sería pecado<br />

mortal.<br />

Aquel extraño sombrío sólo tenía que colocar su mano<br />

en el puñal.<br />

Ella sacudió la cabeza.<br />

—No sé escribir —comenzó a decir con desesperación.<br />

—Mientes. Tú llevas las cuentas para la priora.<br />

¿Cómo sabía aquello? ¿Quién era él, que sabía todo<br />

acerca de ella? Su intento de mirarlo con ferocidad resultó lamentable<br />

—¡puesto que ella misma daba lástima!—.<br />

¡Meredith nunca había sentido por sí misma el desprecio<br />

que experimentaba en aquel momento! Bajó la mirada a<br />

fin de que él no alcanzara a notar su desesperación y luego<br />

tomó la pluma. Con los ojos llenos de lágrimas, fue observando<br />

cómo poco a poco sus palabras adquirían forma.<br />

«Madre Gwynn y queridas hermanas en Cristo:<br />

A pesar del profundo dolor que me invade, no me queda<br />

otra opción al respecto. Me temo que no podré continuar<br />

al servicio del Señor. Me avergüenza inmensamente mi gran<br />

debilidad de espíritu y devoción, por lo que debo ponerle fin a<br />

todo. Perdonadme, hermanas, por lo que debo hacer, y rezad<br />

por mí, para que mi alma no deambule en eterna perdición».<br />

En un intento desesperado por calmar sus temblores<br />

interiores, Meredith estampó su firma. Con un sentimiento<br />

abrumador en lo más profundo de su pecho, alzó la mirada.<br />

Él estaba observándola; su mirada era como la punta de<br />

una lanza. Tomó la carta y la escudriñó velozmente.<br />

—«Rezad por mí» —citó —. Esperemos que alguien lo<br />

haga. —Dejó la carta sobre la mesa, en el medio del aposento.<br />

—Levántate —ordenó.<br />

La idea de desafiarlo cruzó la mente de Meredith…<br />

pero sólo por un momento. En rigor, era un alivio tal estar<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

viva todavía que por un vertiginoso instante temió que sus<br />

piernas fueran incapaces de soportar el peso de su cuerpo.<br />

—Coloca tus manos como si fueras a rezar.<br />

Meredith cumplió aquella orden sin decir una palabra.<br />

Ante el gesto de asentimiento de su líder, uno de los otros se<br />

aproximó con obediencia. Luego ató las manos de Meredith<br />

delante de su cuerpo con un trozo de cuerda. Una vez concluida<br />

la tarea, se volvió y procedió a abrir la puerta.<br />

Aquellos ojos en llamas atraparon los de Meredith.<br />

—Ven —fue todo lo que dijo.<br />

Meredith retrocedió en forma instintiva, pero fue en<br />

vano. Los dedos de su captor se cerraron alrededor de su codo.<br />

Toleró el contacto lo mejor que pudo. No tenía otra opción<br />

más que seguirlos mientras batallaba contra una frustración<br />

repleta de impotencia y de un miedo paralizante. ¿Quién era<br />

aquel hombre? ¿Qué quería de ella? ¿Por qué no la había matado<br />

ya? De hecho, ¿por qué la querría muerta? ¿Por qué querría<br />

mantenerla con vida? ¿O realmente era su intención que<br />

Meredith se suicidara?<br />

Habían pasado por los aposentos de la madre Gwynn.<br />

La mirada de Meredith dio un brinco hacia delante, para luego<br />

retroceder con rapidez. Se mordió el labio. El pulso se le<br />

aceleraba. Se estaban aproximando a la puerta de la habitación<br />

en la que dormían las monjas. Si Meredith gritaba y daba<br />

la alarma, alguna de sus hermanas podría despertarse. De hecho,<br />

quizá alguien se encontrara despierto ya, puesto que seguramente<br />

era casi hora de reunirse para la prima en la capilla.<br />

Y entonces los intrusos serían descubiertos.<br />

Su captor la atrajo contra su cuerpo. Meredith respiraba<br />

con agitación. Su corazón debió de paralizarse, porque de<br />

repente se hallaban unidos: su pecho contra el de él, sus muslos<br />

contra los de ella. Meredith se quedó inmóvil y, en ese<br />

preciso momento, la idea de que su pecho se asemejaba a una<br />

enorme pared de hierro atravesó su mente de un salto.<br />

El pánico le recorrió el cuerpo a toda velocidad, puesto<br />

que él había inclinado ahora la cabeza de manera que sus la-<br />

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bios rozaban los de ella. De no haberla sujetado, Meredith<br />

ciertamente se habría escabullido de su propia piel. Jesús bendito,<br />

aquel hombre no estaría pensando en…<br />

—No lo hagas —le advirtió él en un tono de voz que<br />

sólo ella podía oír—. Si intentaran socorrerte, sólo resultarían<br />

heridos. Ésta es una batalla que no pueden ganar… ni tú ni<br />

ellos. Estoy resuelto a cumplir con mi propósito, y nadie me<br />

detendrá… nadie. —Antes de retroceder, tensó apenas el brazo<br />

con el que sujetaba su espalda. Meredith se convenció con<br />

amargura de que, en efecto, se trataba de una advertencia.<br />

Desesperada ante su debilidad, de su propio desmedro,<br />

Meredith transformó sus manos atadas en puños. Para hacer<br />

aún más inmensa la humillación, aquellos tiesos labios adquirieron<br />

la forma de una sonrisa tensa, con lo que Meredith<br />

apretó los suyos.<br />

Sus ojos hallaron los de aquel hombre entre las<br />

sombras.<br />

—Existen otras formas de pelear que no involucran la<br />

espada. —¿De dónde habían surgido sus palabras? ¿O su coraje?<br />

Era una pregunta que Meredith siempre se haría.<br />

Se oyó una risa corta y áspera.<br />

—Sí, en efecto.<br />

Con aquel comentario enigmático, su captor volvió a<br />

asir su brazo y la guió al interior del corredor, por las angostas<br />

escaleras. Los otros dos venían rezagados detrás de él.<br />

Al conducirla a través de la nave de la capilla, aquel hombre<br />

parecía saber exactamente hacia dónde se dirigía. Bordearon<br />

el presbiterio, apresuraron la marcha a través del claustro y doblaron<br />

a la izquierda al aproximarse al refectorio. En menos de<br />

lo que esperaban, emergieron en la libertad inundada de luna de<br />

la noche. El paso enérgico de su captor jamás vacilaba. Continuaron<br />

la marcha, más allá de las dependencias de madera y<br />

abriéndose paso a través de los jardines y al interior del huerto.<br />

En breve habían atravesado la elevada pared de piedra que encerraba<br />

el priorato, y sólo entonces se detuvieron.<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

Se ubicaron frente a la cercada cruz de granito de San<br />

Miguel, que hacía siglos se hallaba en aquel lugar. El olor del<br />

mar era acre y penetrante, pero Meredith apenas podía percibirlo,<br />

presa de los azotes del dolor causado por sus recuerdos.<br />

Y debió hacerle frente a un torrente de lágrimas repentino y<br />

abrasador. El sufrimiento que le hacía arder los pulmones era<br />

tan intenso que casi termina de rodillas. Había sido allí, en ese<br />

preciso lugar fuera del priorato de Connyridge, donde se había<br />

despedido de su padre. Le había suplicado que no regresara,<br />

no hasta que ella se lo pidiera. Mejor dicho, a menos que<br />

ella se lo pidiera, puesto que temía que, de volver su padre,<br />

podría sucumbir a la tentación de partir con él, de retornar al<br />

castillo Munro, al hogar de su juventud. A Meredith se le retorcía<br />

el corazón, puesto que casi podía volver a verlo: sus ojos<br />

azules tan similares a los suyos, brillando trémulos y llenos<br />

de unas lágrimas que no había hecho ningún esfuerzo en<br />

ocultar. Había llorado tan abiertamente…<br />

Y también ella.<br />

Tenía la sensación de que había sucedido hacía tanto,<br />

tanto tiempo… Parecía haber ocurrido el día anterior. Meredith<br />

recordaba vívidamente de qué modo se había odiado a sí<br />

misma, odiado el hecho de haber defraudado a su padre.<br />

Como única hija, y en ausencia de hermanos varones, Meredith<br />

sabía que el verdadero deseo de su padre era que algún<br />

día se casara y le diera nietos…<br />

Meredith sabía que nunca iba a casarse… nunca.<br />

Jamás le contó a su padre lo ocurrido aquella noche nefasta.<br />

Y nunca lo haría. ¡De hecho, se trataba de algo que no<br />

había compartido con nadie sobre la faz de la tierra! Si bien<br />

le había hecho añicos abandonar su hogar, no podía quedarse.<br />

No podía vivir temerosa de cada uno de los hombres que viera,<br />

preguntándose en cada caso si se trataría de aquél que la<br />

había tocado, de aquél que la había agraviado de ese modo. Y<br />

tampoco podía decirle a su padre la verdad sobre los acontecimientos<br />

de aquella funesta noche… En rigor, ni ella misma<br />

sabía cuál era esa verdad.<br />

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

Era ése el motivo por el cual se había alejado de su padre<br />

tan amado… y por el cual jamás regresaría a su hogar.<br />

Cuando Meredith le había pedido que la llevara a<br />

Connyridge a fin de unirse a las hermanas, su padre se había<br />

quedado perplejo. Le había hecho muchas preguntas, pero al<br />

final no se había rehusado a cumplir con su ruego. Ella tenía<br />

la dolorosa certeza de que su padre esperaba que aquel claustro<br />

durara para siempre.<br />

Meredith había llegado a Connyridge solamente en<br />

busca de refugio. Y fue allí en donde el terror cuyo origen se<br />

remontaba a aquella noche había finalmente comenzado a cesar.<br />

Meredith había hallado asilo entre aquellas paredes, había<br />

empezado a recuperar parte de esa paz que había creído<br />

perdida para siempre. Si bien le había llevado tiempo, se hallaba<br />

a gusto en el priorato, a pesar del frío que se colaba a través<br />

de sus sandalias y en el interior de sus huesos. No hacía<br />

mucho tiempo atrás, había decidido entregar su vida a Dios.<br />

Como monja al servicio del Señor, se hallaría protegida del<br />

apetito de lujuria de los hombres…<br />

¡Sin embargo, su lucha había continuado de otras maneras!<br />

Una profunda confusión había invadido su ser. De hecho,<br />

aquel estado no había cesado aún. Si bien se trataba de su<br />

decisión, no tenía la misma seguridad… ¿Estaría haciendo lo<br />

correcto al tomar los hábitos? ¿Se trataba de su vocación? ¡Su<br />

corazón debería habérselo dicho, pero no lo sabía! Durante las<br />

semanas previas a su rapto, Meredith había rezado en forma<br />

diaria en busca de una guía que le permitiera saber si había tomado<br />

la decisión correcta.<br />

Meredith tomaría sus hábitos ese mismo mes… ¿Estaría<br />

viva para entonces?<br />

Para algunos, una vida como ésa podría haberse tornado<br />

una prisión, puesto que en un convento todo lo que se hacía<br />

era rezar, trabajar, estudiar, dormir y comer. Se creía que<br />

el ocio era enemigo del alma. Con la mente ocupada de aquel<br />

modo, no era necesario que pensara en… otras cosas.<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

Sin embargo, el asilo buscado había dejado de serlo.<br />

Todo a causa de aquel hombre.<br />

Otro hombre cuyo nombre desconocía.<br />

Meredith no podía evitarlo. Al observar a su captor, lo<br />

hacía con recelo. En la oscuridad de la noche, parecía moreno<br />

y anodino. A Meredith le provocaba escalofríos imaginarse<br />

qué aspecto tendría a plena luz del día. Tenía la impresión de<br />

que era joven, no de la edad de su padre o de su tío Robert.<br />

¡Oh, pero seguramente un hombre de tal vileza habría de ser<br />

tan horrible como los pecados del mismísimo demonio! Sin<br />

lugar a dudas, sus dientes se hallarían separados, amarillos y<br />

putrefactos, en tanto que su piel morena como la de un salvaje<br />

se encontraría repleta de manchas y hoyuelos. Meredith se<br />

estremecía al pensar que tal vez era mejor de aquel modo. ¡Su<br />

aspecto a la luz del día podría haberla aterrado hasta el punto<br />

de mandarla a la tumba!<br />

Meredith aguardó con incomodidad mientras su captor<br />

se dirigía a sus hombres en un tono muy bajo que le impedía<br />

oír lo que les estaba diciendo. Éstos asintieron con la cabeza<br />

y se marcharon. Con la boca seca, Meredith observó cómo<br />

su captor se aproximaba a un carro en el que hasta entonces<br />

no había reparado.<br />

Su aprensión se arremolinó cuando él se volvió y le<br />

hizo señas de que se aproximara. Meredith se acercó con una<br />

gran tensión en la boca del estómago. Sin poder evitarlo, se<br />

asomó al interior del carro. En él yacía una mujer. Su largo<br />

cabello rojizo, sucio y enmarañado, se hallaba derramado sobre<br />

las tablas de madera. La inclinación de su cabeza describía<br />

un ángulo extraño, en tanto que sus ojos, inmóviles y carentes<br />

de brillo, le devolvían la mirada.<br />

La mujer estaba muerta.<br />

Un grito se le heló en la garganta. Meredith sintió que<br />

se tambaleaba pero, afortunadamente, logró mantenerse de<br />

pie gracias a sus propias fuerzas.<br />

Los delgados dedos de él se cerraron alrededor de su brazo.<br />

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

—Quítate el hábito —ordenó aquella voz a la que ya<br />

había comenzado a temer.<br />

Meredith observó cómo su captor retiraba la cuerda<br />

con la que le habían sujetado las muñecas y al hacerlo se preguntaba<br />

si habría perdido completamente la razón. ¿Era<br />

aquello un sueño, un horrible engaño perpetrado por su mente?<br />

Cerró los ojos con fuerza y se dijo a sí misma que se encontraba<br />

de regreso en su celda, arrebujada en su cama. Tragó<br />

saliva y dejó que sus párpados se elevaran.<br />

Entonces pudo ver las botas de un hombre. Desafortunadamente,<br />

él permanecía allí, una presencia tan poco grata<br />

como al principio…<br />

E igual de intimidante.<br />

Su mandíbula se desplegó.<br />

—No te lo diré nuevamente.<br />

Una densa bruma parecía danzar en torno de Meredith.<br />

Pensó que no, que no podía haber oído eso. Abrió la boca. Sintió<br />

su mandíbula moverse, pero no emergió sonido alguno.<br />

—De acuerdo, entonces. A mí poco me importa. —Sus<br />

autoritarias manos se posaron sobre los hombros de Meredith<br />

en busca del cuello del hábito. Sintió su cuerpo sacudirse a<br />

medida que aquellos ardorosos dedos rozaban su piel desnuda.<br />

Meredith se apartó como si la hubieran quemado.<br />

—¡No! —repuso jadeando.<br />

—Hazlo… o tendré que hacerlo yo.<br />

Meredith bien podía creer que aquel hombre quería<br />

expresar exactamente lo dicho. No era necesario que observara<br />

sus rasgos para darse cuenta de que ésa era realmente su<br />

intención. Podía percibirlo en el tono de su voz, deducirlo de<br />

la postura de sus hombros. En efecto, existía en él un firme<br />

propósito que no podía negarse ni ignorarse.<br />

Su amenaza resonó en todo su ser. Meredith movía los<br />

dedos con torpeza a causa del miedo… y de la dolorosa vergüenza<br />

de saber que se hallaría desnuda frente a él. Cumplió<br />

con turbación la orden, al mismo tiempo que se regañaba a sí<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

misma. ¡Ah, sí que era tonta al acatar aquello con tal disposición!<br />

¿Por qué no podía ser más fuerte? Por dentro se enfureció.<br />

¿Actuaría siempre con tal docilidad y sumisión? Era una<br />

mujer débil, en mente, cuerpo y corazón, puesto que carecía<br />

de poder para plantarle cara a aquel hombre. A modo de brutal<br />

castigo, Meredith pensó que no podría doblegar su fuerza<br />

ni su voluntad.<br />

Con la mirada abatida, dio un paso fuera de la gruesa y<br />

oscura tela que ahora yacía formando un charco a sus pies. Ardiendo<br />

de vergüenza, trató de cubrirse el cuerpo con las manos<br />

no sólo para protegerse del aire frío de la noche, sino también<br />

de la intromisión de aquellos ojos enmarcados en acero.<br />

Sin embargo, su captor no le dedicó una sola mirada al<br />

inclinarse a levantar su hábito del suelo húmedo. En cambio,<br />

se dirigió hacia el carro, en el que procedió a quitarle el vestido<br />

al cadáver de la mujer. Para su asombro, se lo lanzó.<br />

—¡Póntelo!<br />

Esta vez Meredith no se demoró. Se colocó el sucio e<br />

inadecuado vestido con manos temblorosas, agradecida de poder<br />

cubrir su cuerpo nuevamente.<br />

Para cuando terminó de hacerlo, los otros dos hombres<br />

habían regresado en compañía de tres caballos. El corazón de<br />

Meredith dio un brinco. ¿Es que acaso planeaban llevarla con<br />

ellos? Su mente apenas se había hecho a la idea cuando las dos<br />

figuras se aproximaron al cadáver desnudo que todavía yacía<br />

en el suelo. Perpleja, Meredith observó cómo le colocaban el<br />

hábito del que ella se había deshecho. ¡Su hábito! Una vez concluida<br />

la tarea, dirigieron una mirada inquisitiva a su líder.<br />

—¡Hacedlo! —ordenó éste en voz baja.<br />

Uno de ellos tomó a la mujer del brazo izquierdo; el<br />

otro, del derecho. Juntos la arrastraron unos cincuenta metros<br />

hacia el Este. Lo que sucedió luego conmocionó a Meredith<br />

hasta las entrañas.<br />

El cadáver fue arrojado por los acantilados contra las rocas<br />

salientes ubicadas más abajo. Por supuesto, no se oyó nin-<br />

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

gún grito. Aun así, Meredith podía escucharlo en las silenciosas<br />

recámaras de su mente. Solo se sintió un golpe sordo…<br />

Meredith sintió náuseas. Las rocas desgarrarían la carne<br />

de la mujer como los dientes rechinantes de un monstruo<br />

marino y dejarían su cuerpo desangrado y quebrado… ¡Pobre<br />

criatura! Quizá era una bendición que ya hubiera muerto…<br />

Y sin embargo, ¿por qué la habrían matado? ¿Para qué quitarle<br />

la vida si luego la arrojarían por los acantilados…?<br />

Un terror paralizante se apoderó de su ser. ¿Sería ella<br />

la próxima? Nadie podía sobrevivir a la caída desde aquellos<br />

acantilados. Eran mortales; su sola altura bastaba para matar.<br />

De hecho, si bien Meredith no le temía a las alturas, siempre<br />

había evitado los acantilados.<br />

El corazón se le retorció al pensar en aquella mujer.<br />

Había sido bonita, eso estaba claro. Moza y bonita y demasiado<br />

joven para morir…<br />

Dirigió una rápida plegaria al cielo por el descanso del<br />

alma de aquella mujer y en ese preciso instante palideció.<br />

Sólo entonces comenzó a comprender el significado de lo que<br />

acababa de presenciar. Aquel flameante cabello rojizo… el cadáver<br />

vestido con su hábito…<br />

Su mirada se deslizó hacia él, que permanecía inmóvil,<br />

con los ojos posados en ella, como a la espera de su reacción.<br />

—Por todos los santos —dijo débilmente—. Yo… creerán<br />

que… —Y no pudo continuar. Tragó saliva, y lo intentó<br />

una vez más—. Quieres que las hermanas piensen que…<br />

—Esa mujer eres tú. —La satisfacción enmarcaba su<br />

sonrisa, una satisfacción que Meredith ni siquiera podía pretender<br />

comprender—. Las rocas mutilarán su cuerpo —expresó en<br />

forma prosaica—. Quedará quebrado y cubierto de sangre.<br />

Dios misericordioso, su captor tenía razón. Poco después<br />

de su llegada a Connyridge, el cuerpo de uno de los vecinos<br />

del pueblo había sido arrastrado contra las rocas. Se trataba<br />

de un pescador. Su carne se había hecho trizas y su rostro<br />

se había hinchado y palidecido de tal modo que había sido im-<br />

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SAMANTHA JAMES<br />

posible reconocerlo. Aquello le había provocado náuseas tales<br />

que había llegado a sentir que echaría todo lo que llevaba en el<br />

estómago. Oh, sí, la nota que había escrito era en efecto prueba<br />

irrefutable. Las monjas verían el cabello rojizo de la mujer<br />

y pensarían que se trataba de ella, que se había arrojado desde<br />

los acantilados.<br />

El corazón se le retorció. Al menos aquella pobre mujer<br />

ya estaba muerta cuando la arrojaron… De pronto, su respiración<br />

se detuvo.<br />

—Tú la mataste, ¿no es verdad? ¡Fuiste tú!<br />

La tensión se prolongó en forma interminable. Él no<br />

respondió… lo que siguió fue un silencio tirante capaz de expresar<br />

mucho más que las meras palabras.<br />

Meredith sacudió la cabeza. Por un espantoso momento,<br />

temió vomitar allí mismo.<br />

—¿Por qué? —Le ardía la garganta, por lo que le resultaba<br />

doloroso hablar—. ¿Por qué harías algo así?<br />

Aquel silencio debilitante se hizo presente una vez más.<br />

—¿Soy la próxima, verdad? —Sirviéndose de una audacia<br />

con la que desconocía que contaba, enderezó sus hombros<br />

y se dio un puñetazo en el pecho—. ¡Mátame, entonces,<br />

si es que te atreves! ¡Mátame ahora!<br />

—¿Matarte? —Su risa era áspera y quebradiza mientras<br />

señalaba los acantilados—. Por Dios. ¿Verdaderamente<br />

crees que me habría tomado todas estas molestias si hubiera<br />

querido matarte? Ahora, pues, ¿vendrás conmigo o tendré<br />

que atarte las manos nuevamente?<br />

Meredith bajó la cabeza, luchando contra sí misma<br />

como nunca antes lo había hecho. ¡Una mujer se hallaba<br />

muerta por su causa y en todo lo que podía pensar era en<br />

cómo salvar su propia alma! ¡No sólo era débil, sino también<br />

egoísta, y únicamente podía esperar que Dios la perdonara!<br />

Pero algo se rebelaba en su interior, algo se negaba a dejar que<br />

aquel hombre infame ganara con tanta facilidad.<br />

Meredith supo que su captor había terminado con ella<br />

tan pronto como desvió la mirada. Éste hizo un gesto a sus<br />

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<strong>VENGANZA</strong> Y <strong>DESEO</strong><br />

hombres, quienes trajeron los caballos. Ni siquiera se dignó a<br />

mirarla al hacerle un gesto para que se aproximara.<br />

—Ven —fue todo lo que dijo.<br />

Meredith respiró hondo para fortalecerse.<br />

—No —repuso con toda claridad. Al parecer, lo había<br />

hecho. Sintió entonces el roce de aquellos ojos de fuego helado<br />

incluso antes de obligarse a enfrentar su mirada—. Estás<br />

loco y no iré a ninguna parte contigo.<br />

Junto a ella se escuchó que alguien maldijo. Y un golpe<br />

violento en medio de su espalda la envió hacia delante. Fue él<br />

quien la sostuvo y la salvó de caer de bruces frente a sus pies.<br />

—¡No, Finn, déjala!<br />

Meredith casi tenía miedo de respirar. Podía sentir las<br />

manos de aquel hombre alrededor de sus muñecas como grilletes<br />

de hierro, capaces de volverla prisionera con la misma<br />

seguridad que una trampa. Oh, sí, podía advertir la fuerza que<br />

lo habitaba y sabía que, si esa fuera su voluntad, ella podría<br />

perder la vida.<br />

Lentamente levantó su cabeza de la imponente anchura<br />

de su pecho.<br />

—No iré a ninguna parte contigo.<br />

—Ah, pero lo harás, Meredith Munro. Lo harás.<br />

—No, no lo haré —volvió a decir. Meredith elevó la<br />

barbilla, de pronto no tan segura de sí misma. En su corazón<br />

la sorprendía su audacia. ¡Quizá era ella la que estaba loca!—.<br />

¿Quién eres tú? ¿Por qué haces esto? ¿Qué quieres de mí?<br />

Entonces la soltó. Meredith resistió el impulso de dar<br />

media vuelta y huir. En cambio, se mantuvo firme. Con los dedos<br />

de los pies desnudos, escarbaba la tierra cubierta de rocío.<br />

—¿Quién eres? —reiteró—. Pretendes conocerme,<br />

¡pero juro que no te he visto nunca antes de esta noche!<br />

—No, muchacha, no lo has hecho.<br />

—Pues entonces, ¿quién eres? —Su determinación<br />

barrió sus miedos e incertidumbre. Si había de morir, sabría<br />

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al menos los motivos… ¡y conocería al menos la identidad del<br />

hombre que le quitaría la vida!—. ¿Quién eres?<br />

Sus ojos la rozaron, como una espada de acero fundido.<br />

—Mi nombre es Cameron —fue lo único que dijo para<br />

explicarlo. De hecho, era todo lo que necesitaba decir—. Del<br />

clan MacKay.

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