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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

sangras, estás vivo.<br />

—Me han dado. Maldita sea, me han disparado.<br />

—Y estás vivo —dijo ella mientras la sangre goteaba <strong>de</strong> su mano hacia su<br />

rostro.<br />

Él se encontraba en el callejón que olía a sangre y a pólvora. Y también a<br />

basura y a muerte. Una atmósfera húmeda a causa <strong>de</strong> la lluvia. Frío, frío aunque<br />

estuvieran en abril. Frío, humedad y oscuridad. Todo era vago, los gritos, los<br />

disparos, el dolor cuando la bala penetró en su pierna.<br />

Él se había quedado rezagado y Jack entró antes.<br />

No tenían que haber estado allí. ¿Qué <strong>de</strong>monios hacían?<br />

Más disparos, <strong>de</strong>stellos en la oscuridad. Ruidos sordos. ¿Era acero contra la<br />

carne? Aquel dolor, contun<strong>de</strong>nte, espantoso, en el costado, que le <strong>de</strong>rribó <strong>de</strong><br />

nuevo. Tuvo que arrastrarse por el húmedo cemento hasta don<strong>de</strong> yacía<br />

moribundo su compañero, su amigo.<br />

Pero en esta ocasión, Jack volvió la cabeza, con los ojos rojos como la sangre<br />

que manaba <strong>de</strong> su pecho.<br />

—Tú me has matado. Tú, estúpido hijo <strong>de</strong> puta. Si alguien <strong>de</strong>bía morir eras<br />

tú. Veremos si eres capaz <strong>de</strong> vivir con esto.<br />

Se <strong>de</strong>spertó empapado <strong>de</strong> sudor frío, la voz <strong>de</strong> su compañero en el sueño<br />

seguía retumbando en su cabeza. Hizo un esfuerzo por incorporarse y se cubrió la<br />

cabeza con las manos.<br />

Pensó que hasta entonces lo había llevado pésimamente.<br />

Se levantó y arrastró <strong>de</strong> nuevo el catre hasta el calabozo. Pensó en las<br />

pastillas que guardaba en el cajón <strong>de</strong> su escritorio pero pasó <strong>de</strong> largo y salió a<br />

poner lo que quedaba <strong>de</strong> gasolina en el generador. Solo cuando volvió al interior<br />

se dio cuenta <strong>de</strong> que ya no nevaba.<br />

Ni una brizna <strong>de</strong> viento; la quietud era absoluta. Vislumbró un indicio <strong>de</strong> luz<br />

<strong>de</strong> luna que salpicaba los montículos <strong>de</strong> nieve y les daba un leve tono azulado. Su<br />

respiración salió en forma <strong>de</strong> vapor mientras permanecía como un insecto<br />

atrapado en un cristal.<br />

La tormenta había remitido y él seguía vivo.<br />

«Veremos si eres capaz <strong>de</strong> vivir con esto.» Pues sí. Seguiría intentando vivir<br />

con ello.<br />

Ya <strong>de</strong>ntro, preparó café y puso la radio. Una voz somnolienta, que se<br />

i<strong>de</strong>ntificó como Mitch Dauber, la voz <strong>de</strong> Lunacy, empezó a dar las noticias locales,<br />

los anuncios y el tiempo.<br />

La gente empezaba a salir, osos que abandonaban sus cuevas a rastras.<br />

Amontonaban la nieve y la apartaban. Se juntaban para hablar, comían, andaban y<br />

dormían.<br />

Vivían.<br />

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