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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

una gran sacudida y la nieve se le metió en los ojos, en la boca y en la nariz en el<br />

preciso instante en que ponía los pies en la calle.<br />

La linterna casi no servía para nada, pero él continuaba sosteniéndola y<br />

seguía la cuerda con el haz <strong>de</strong> luz. Luego se la metió en el bolsillo, se agarró a la<br />

cuerda y siguió a<strong>de</strong>lante.<br />

En la acera la nieve le llegaba a los muslos. Pensó que allí una persona podía<br />

ahogarse en silencio, incluso antes <strong>de</strong> morir <strong>de</strong> frío.<br />

Consiguió llegar a la calzada, don<strong>de</strong>, gracias al trabajo <strong>de</strong> Bing y al whisky<br />

<strong>de</strong> zurullo <strong>de</strong> caballo, la nieve le llegaba solo al tobillo, excepto en los lugares<br />

don<strong>de</strong> se acumulaba.<br />

Tenía que cruzar la calle casi a ciegas y, sin la guía, llegar a la comisaría.<br />

Cerró los ojos y evocó mentalmente la imagen <strong>de</strong> la calle con la situación <strong>de</strong> cada<br />

uno <strong>de</strong> sus edificios. Luego, bajando los hombros contra el viento, soltó la cuerda,<br />

utilizó <strong>de</strong> nuevo la linterna y se dispuso a cruzar.<br />

Tanto podía encontrarse en plena naturaleza como en un centro urbano con<br />

calles pavimentadas y aceras, con gente que dormía protegida por ma<strong>de</strong>ra y<br />

ladrillo. El viento llegaba a sus oídos como el oleaje en la tempestad y le<br />

amenazaba con <strong>de</strong>rribarle mientras avanzaba a duras penas.<br />

Constantemente moría gente cruzando una calle, pensaba. La vida estaba<br />

llena <strong>de</strong> horribles trampas, y <strong>de</strong> sorpresas aún más horribles. Un par <strong>de</strong> tipos<br />

podían salir <strong>de</strong> una cafetería y uno <strong>de</strong> ellos acabar muerto en un callejón. Un<br />

estúpido podía meterse en la ventisca, intentar cruzar la calle y acabar dando<br />

vueltas sin rumbo hasta caer muerto <strong>de</strong> frío a un metro <strong>de</strong> un cobijo.<br />

Mientras profería maldiciones sus botas dieron con algo sólido. Imaginó que<br />

sería la acera, y estiró los brazos como un ciego para coger la guía.<br />

«Para nuestra próxima e increíble hazaña», murmuró subiendo a la nevada<br />

acera. Fue empujando hasta que encontró la cuerda que cruzaba, entonces cambió<br />

<strong>de</strong> dirección y siguió el camino hacia la puerta exterior <strong>de</strong> la comisaría.<br />

Se preguntó por qué se había molestado en cerrar; buscó las llaves y gracias a<br />

la linterna encontró las cerraduras. En la entrada se sacudió la nieve que llevaba<br />

encima pero se quedó con la ropa puesta. Tal como imaginaba, el local estaba<br />

helado. Tanto que las ventanas se habían cubierto <strong>de</strong> escarcha por <strong>de</strong>ntro.<br />

Alguien más previsor que él había <strong>de</strong>jado un montón <strong>de</strong> leña junto a la<br />

estufa. La encendió, se quedó un rato con las manos, aún cubiertas con los<br />

guantes, junto a la llama, y cuando recuperó el aliento cerró la estufa.<br />

Cogió velas, una lámpara que funcionaba con pilas y se dispuso a empezar a<br />

trabajar.<br />

Localizó la radio y sintonizó la emisora <strong>de</strong> Lunacy. Tal como habían<br />

prometido, seguían emitiendo, y alguien con un sentido <strong>de</strong>l humor algo retorcido<br />

acababa <strong>de</strong> poner los Beach Boys.<br />

Sentado a su mesa, con un oído en KLUN y el otro en la radio <strong>de</strong> Peach, echó<br />

en falta un café, pero se comió el bollo.<br />

A las ocho y media seguía estando solo. Era una hora razonable para<br />

comunicarse por radio. Peach le había enseñado los rudimentos para utilizarla y<br />

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