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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

ardieron.<br />

—¡Virgen santísima!<br />

Se asfixió y, cuando consiguió inspirar <strong>de</strong> nuevo, tragó llamas en lugar <strong>de</strong><br />

hielo. En sus oídos resonaba una carcajada.<br />

¿O era el aullido <strong>de</strong> un lobo gigante y enloquecido?<br />

—¿Qué coño es esto? —Seguía resollando y las lágrimas que salían <strong>de</strong> sus<br />

ojos se congelaban en las mejillas—. ¿Ácido? ¿Plutonio? ¿Fuego <strong>de</strong>l infierno<br />

licuado?<br />

Bing cogió <strong>de</strong> nuevo la botella, echó otro trago y la tapó.<br />

—Whisky <strong>de</strong> zurullo <strong>de</strong> caballo.<br />

—Ya, vale.<br />

—El hombre que no aguanta este whisky no es hombre.<br />

—Entonces <strong>de</strong>bo <strong>de</strong> ser una mujer.<br />

—Le llevo a casa, señora. Se ha hecho todo lo que se ha podido por el<br />

momento.<br />

—¡Aleluya!<br />

Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> Bing se formaron unas pequeñas arrugas que<br />

podían indicar la aparición <strong>de</strong> una sonrisa. Dio marcha atrás y giró.<br />

—He apostado veinte a que no aguanta usted ni hasta final <strong>de</strong> mes.<br />

Nate siguió inmóvil, con la garganta encendida, un terrible escozor en los<br />

ojos y con los pies como dos icebergs a pesar <strong>de</strong> los dos pares <strong>de</strong> calcetines<br />

térmicos y las botas.<br />

—¿Quién guarda el dinero?<br />

—Jim, el flaco que trabaja en el bar <strong>de</strong>l Lodge.<br />

Nate se limitó a asentir.<br />

No entendía <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> había sacado Bing aquel sentido <strong>de</strong> la orientación,<br />

pero pensó que habría podido hacer <strong>de</strong> guía <strong>de</strong> Magallanes. Aceleró la máquina en<br />

medio <strong>de</strong> la cegadora nevada y lo llevó como una flecha hasta la acera <strong>de</strong>l Lodge.<br />

Las rodillas y los tobillos <strong>de</strong> Nate se quejaron al saltar <strong>de</strong>l vehículo. La nieve<br />

acumulada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l hotel le cubría las piernas, que tenía completamente<br />

congeladas, y el viento le daba <strong>de</strong> lleno en la cara mientras se agarraba a la cuerda<br />

guía para acercarse a la puerta.<br />

El calor <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro le resultó casi <strong>de</strong>sagradable. La voz <strong>de</strong> Clint Black, en la<br />

máquina <strong>de</strong> discos, ocupó el lugar <strong>de</strong>l silbido en su oído. Había una docena <strong>de</strong><br />

personas entre la barra y las mesas, bebiendo, comiendo, conversando, como si al<br />

otro lado <strong>de</strong> la puerta no se estuviera <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nando la cólera <strong>de</strong> Dios.<br />

«Locos —pensó—. Hasta el último.»<br />

Le apetecía café, casi hirviendo, y carne. Se la comería cruda.<br />

Hizo un gesto con la cabeza a los que le llamaban y mientras se peleaba con<br />

los cierres y las cremalleras Charlene se le echó encima.<br />

—¡Pobrecito! Tiene que haberse quedado como un témpano. Ya le ayudo con<br />

la chaqueta.<br />

—Ya está...<br />

—Seguro que tiene los <strong>de</strong>dos helados.<br />

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