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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

Luego inspiró y espiró con dificultad y soltó un: «¡Dios!».<br />

—Creo que he visto a Dios durante un segundo. Me sonreía.<br />

—Ah.<br />

Meg fue incapaz <strong>de</strong> reunir fuerzas para <strong>de</strong>sperezarse, y se limitó a bostezar.<br />

—Alguien llevaba tiempo reprimido. Hum... Qué suerte la mía.<br />

Los circuitos <strong>de</strong>l cerebro <strong>de</strong> Nate empezaban a conectarse <strong>de</strong> nuevo. Habría<br />

jurado que oía cómo crepitaban al restablecer el contacto.<br />

—Mucho tiempo en ayunas.<br />

Llena <strong>de</strong> curiosidad, Meg se colocó <strong>de</strong> costado. Vio las cicatrices que había<br />

seguido con sus <strong>de</strong>dos. Heridas, heridas <strong>de</strong> bala, ella lo sabía, en el muslo <strong>de</strong> Nate.<br />

—Concreta ese «tiempo». ¿Un mes? —El seguía con los ojos cerrados, aunque<br />

movió las comisuras <strong>de</strong> los labios—. ¿Dos meses? ¿Más? ¡Jo<strong>de</strong>r! ¿Tres?<br />

—Cerca <strong>de</strong> un año, diría yo.<br />

—¡Casi nada! No me extraña haber visto las estrellas.<br />

—¿Te he hecho daño?<br />

—No digas chorradas.<br />

—Pue<strong>de</strong> que no, pero la verdad es que te he utilizado.<br />

Meg pasó a propósito el <strong>de</strong>do por la cicatriz que discurría ondulante en su<br />

costado. El rostro <strong>de</strong> Nate no se inmutó, pero ella notó cierta tensión y <strong>de</strong>cidió<br />

<strong>de</strong>jarlo <strong>de</strong> momento.<br />

—Yo diría que nos hemos utilizado mutuamente, tanto y tan a conciencia<br />

que todo el mundo en un radio <strong>de</strong> doscientos kilómetros a la redonda está ahora<br />

mismo tumbado fumando tranquilamente un cigarrillo.<br />

—¿Satisfecha?<br />

—¿Tienes el síndrome <strong>de</strong>l que no recuerda lo que ha pasado hace solo un<br />

momento, Burke? —Ahora sí se <strong>de</strong>sperezó y le pegó un codazo—. ¿De quién ha<br />

sido la i<strong>de</strong>a?<br />

Nate se quedó un momento en silencio.<br />

—Estuve cinco años casado. Fui fiel. Los dos últimos fueron agitados. De<br />

hecho, el último fue un <strong>de</strong>sastre. Las relaciones sexuales se convirtieron en un<br />

recurso. En un campo <strong>de</strong> batalla. Un arma. Nada parecido a un placer natural. Por<br />

eso estoy oxidado y no sé muy bien qué <strong>de</strong>sean las mujeres.<br />

Esta vez no tan a la ligera Meg murmuró:<br />

—Yo no soy las mujeres. Soy yo. Siento mucho que tu ex te hiciera dar<br />

vueltas como una peonza agarrándote por la polla, pero puedo asegurarte que ese<br />

apéndice sigue funcionando y que tal vez haya llegado el momento <strong>de</strong> superar<br />

todo esto.<br />

—Un largo pasado. —Cambió <strong>de</strong> postura y colocó el brazo bajo ella. Notó<br />

que se ponía algo tensa y también cierta vacilación en el cuerpo antes <strong>de</strong> relajarse<br />

<strong>de</strong> nuevo y apoyar la cabeza en su hombro—. No quiero que esto sea el final. Entre<br />

nosotros.<br />

—Veremos qué opinamos <strong>de</strong> ello la próxima vez.<br />

—Me gustaría seguir aquí, pero tengo que volver. Lo siento.<br />

—Yo no te he pedido que te quedaras.<br />

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