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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

No soy Grace Kelly pero me excito solo <strong>de</strong> pensarlo.<br />

—¡Caramba, señora! —Pegó un manotazo a un mosquito <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> un<br />

gorrión que pretendía atravesar la capa protectora—. Aquello no fue nada.<br />

—Y yo no estuve nada mal, aunque me mandaras a la maldita acera.<br />

—Te veo mucho mejor ahora. Los abogados sudarán tinta... atenuante <strong>de</strong><br />

enajenación mental, locura pasajera, pero...<br />

—No colará —concluyó Meg.<br />

—Coben sabrá resolverlo, o lo hará el fiscal. Lo tienen bien cogido.<br />

—Si Coben te hubiera escuchado, lo habrías resuelto sin tanto espectáculo.<br />

—Pue<strong>de</strong>.<br />

—Podías haberlo matado.<br />

Nate tomó un sorbo <strong>de</strong> cerveza mientras oía el grito <strong>de</strong> un águila.<br />

—Tú lo querías vivo y yo estoy aquí para complacerte.<br />

—Y complaces.<br />

—De todas formas, tú tampoco lo habrías hecho.<br />

Meg estiró las piernas y miró la gastada punta <strong>de</strong> las viejas botas que usaba<br />

para trabajar en el jardín. Tal vez necesitaba unas nuevas.<br />

—No estés tan seguro, Nate.<br />

—Él no es el único que sabe poner un cebo. Le tomaste el pelo, Meg. Le<br />

apretabas las clavijas para que apartara la pistola <strong>de</strong> la mujer y apuntara a uno <strong>de</strong><br />

nosotros.<br />

—¿Viste los ojos <strong>de</strong> ella?<br />

—No, miraba los <strong>de</strong> él.<br />

—Pues yo sí. En mi vida había visto un pánico así. Era como un conejo con las<br />

patas atrapadas en una trampa. —Se calló un momento mientras acariciaba a los<br />

perros, que le habían acercado—. Dime que por muchos abogados <strong>de</strong> fuera <strong>de</strong><br />

Alaska que contrate pasará mucho, muchísimo tiempo en la cárcel.<br />

—Pasará mucho, muchísimo tiempo en la cárcel.<br />

—Entonces, caso cerrado. ¿Te apetece dar un paseo por el lago?<br />

Nate acercó a sus labios la mano <strong>de</strong> Meg.<br />

—Por supuesto.<br />

—¿Y te apetece que luego nos tumbemos en la orilla y hagamos el amor hasta<br />

que seamos incapaces <strong>de</strong> movernos?<br />

—Por supuesto.<br />

—Seguro que los mosquitos se nos comen vivos.<br />

—Hay riesgos que vale la pena correr.<br />

Y uno era él, pensó Meg. Se levantó y le tendió la mano.<br />

—Dentro <strong>de</strong> muy poco, cuando echemos un polvo, ya estaremos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

legalidad. ¿No crees que eso le quitará un poco <strong>de</strong> encanto?<br />

—Ni un ápice. —Nate volvió <strong>de</strong> nuevo los ojos hacia el cielo—. Me gustan los<br />

días largos. Pero ahora ya no me importa que lo sean las noches. Porque tengo una<br />

luz. —Pasó la mano por el hombro <strong>de</strong> Meg para acercar su cuerpo al <strong>de</strong> él—. Tengo<br />

la luz aquí mismo.<br />

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