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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

segundo Nate vio que Coben se balanceaba e intentaba cubrirse. La bala le había<br />

alcanzado el hombro. El revólver <strong>de</strong> reglamento <strong>de</strong> Coben estaba en la acera.<br />

Nate oyó el ruido sordo <strong>de</strong> una segunda bala, que alcanzaba el edificio que él<br />

tenía al lado, y luego los gritos <strong>de</strong> la gente.<br />

Apenas los oyó. Era como un témpano <strong>de</strong> hielo.<br />

Pegó un empujón a Meg y la tiró al suelo. Ella lo maldijo al ver que avanzaba<br />

sujetando con firmeza el arma.<br />

—Si alguien va a morir hoy —dijo con absoluta serenidad— será usted, Ed.<br />

—¿Qué hace? —gritó Ed al ver que Nate seguía avanzando hacia él—. ¿Qué<br />

<strong>de</strong>monios hace?<br />

—Mi trabajo. Este es mi pueblo. Arroje el arma, o acabo con usted como si fuera<br />

un caballo herido.<br />

—¡A la mierda! —Con un gesto violento, empujó a la mujer, que seguía<br />

llorando, contra Nate y se lanzó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un coche.<br />

Nate <strong>de</strong>jó que la mujer se <strong>de</strong>slizara sobre la acera. Luego se metió rodando<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> otro coche y salió por el lado contrario.<br />

Agazapado, echó una ojeada hacia don<strong>de</strong> estaba Meg y vio que tranquilizaba a<br />

la mujer cuya vida había afirmado que le importaba muy poco.<br />

—Vamos —exclamó ella—, ve a por ese cabrón.<br />

Luego se arrastró hacia Coben, que seguía sangrando.<br />

Ed disparó: la bala chocó contra el parabrisas.<br />

—Aquí se acaba la historia. ¡Y se acaba ahora! —gritó Nate—. Tire el arma o se<br />

la quitaré yo mismo.<br />

—¡Usted no es nadie! —La voz reflejaba mucho más que pánico o ira—. Ni<br />

siquiera es <strong>de</strong> aquí.<br />

Hecho una furia, salió al <strong>de</strong>scubierto y empezó a disparar. Los cristales se<br />

hacían añicos, volaban como estrellas letales; los pedazos <strong>de</strong> metal repicaban por<br />

todas partes.<br />

Nate se levantó y se plantó en la calle apuntando con el arma. Notó una<br />

punzada en el brazo, como el aguijón <strong>de</strong> una enorme abeja.<br />

—Suéltela <strong>de</strong> una vez, cabrón.<br />

Con un grito, Ed dio media vuelta y apuntó.<br />

Nate disparó.<br />

Vio que Ed se agarraba la ca<strong>de</strong>ra y caía. Se dirigió hacia él y se hizo con el arma<br />

que este había soltado al caer.<br />

—Está <strong>de</strong>tenido, hijo <strong>de</strong> puta. Es usted un cobar<strong>de</strong>. —Hablaba con voz<br />

tranquila mientras colocaba a Ed boca abajo, tiraba <strong>de</strong> sus brazos hacia atrás y le<br />

esposaba. Agachado, en voz muy baja, mirándole a los ojos, que estaban vidriosos<br />

por el dolor, le dijo—: Ha disparado a un policía. —Volvió un instante los ojos hacia<br />

el hilo <strong>de</strong> sangre que bajaba por su hombro—. A dos. Está perdido, Ed.<br />

—¿Tenemos que llamar a Ken? —El tono <strong>de</strong> voz <strong>de</strong> Hopp parecía normal, pero<br />

cuando Nate volvió la cabeza y la vio avanzando entre cristales rotos con sus<br />

elegantes zapatos vio que le temblaban las manos y los hombros.<br />

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