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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

<strong>de</strong> la chaqueta.<br />

Como si creyeran que empezaba un espectáculo, se separaron para facilitarle el<br />

paso hacia el otro lado <strong>de</strong> la calle. Empezaron a oírse gritos a medida que él apartaba<br />

a la gente a golpes y pisaba a los que se habían caído.<br />

Nate se metió a empujones en la calle y oyó unos disparos.<br />

—¡Al suelo! ¡Todo el mundo al suelo!<br />

Cruzó la calle corriendo y saltando por encima <strong>de</strong> los horrorizados<br />

espectadores. Vio que Ed andaba hacia atrás por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las vallas; apuntaba con la<br />

pistola a la cabeza <strong>de</strong> una mujer.<br />

—¡Atrás! —gritó—. Suelte la pistola y retroceda o la mataré. Sabe que lo haré.<br />

—Sé que lo hará.<br />

A su espalda podía oír los gritos así como el final <strong>de</strong> la música. En aquella zona<br />

había coches y camionetas aparcados en el bordillo y supuso que las puertas laterales<br />

<strong>de</strong> los edificios estarían abiertas.<br />

Tenía que mantener la atención <strong>de</strong> Ed sobre él, antes <strong>de</strong> que el pánico le llevara<br />

a arrastrar a su rehén hacia el interior <strong>de</strong> algún edificio.<br />

—¿Adón<strong>de</strong> va, Ed?<br />

—No se preocupe por eso, preocúpese por ella. —Pegó una sacudida a la mujer<br />

y los tacones <strong>de</strong> sus zapatillas <strong>de</strong>portivas chocaron contra el bordillo—. Voy a<br />

meterle una bala en el cerebro.<br />

—Como hizo con Max.<br />

—Hice lo que tenía que hacer. Así es como se sobrevive aquí.<br />

—Quizá. —El sudor cubría el rostro <strong>de</strong> Ed. Nate lo veía brillar bajo la luz <strong>de</strong>l<br />

sol—. Pero no se saldrá con la suya. Lo <strong>de</strong>jaré seco aquí mismo. Sabe que lo haré.<br />

—Si no tira el arma, será usted quien la habrá matado. —Siguió arrastrando<br />

otros dos o tres metros a la mujer, que ahora lloraba—. Como mató a su compañero.<br />

Es usted un <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> casos perdidos, Burke. No pue<strong>de</strong> vivir así.<br />

—Yo sí puedo. —Meg avanzó unos pasos al lado <strong>de</strong> Nate y apuntó a Ed entre<br />

los ojos—. Me conoces, hijo <strong>de</strong> puta. Voy a liquidarte como haría con un caballo<br />

enfermo, y te aseguro que no me robará ni un segundo <strong>de</strong> sueño.<br />

—Meg —le advirtió Nate—, cálmate.<br />

—Puedo matarla a ella y a uno <strong>de</strong> vosotros, si hace falta.<br />

—Probablemente a ella sí —respondió Meg—, pero me importa un comino.<br />

A<strong>de</strong>lante, dispara. No habrá llegado al suelo y tú ya estarás muerto.<br />

—Tranquilízate, Meg. —Nate alzó luego un poco la voz pero no apartó ni un<br />

instante la vista <strong>de</strong> Ed—. Haga lo que le digo, ahora mismo.<br />

Seguidamente oyó voces y vio pies que tropezaban. La gente avanzaba llena <strong>de</strong><br />

curiosidad, fascinación y terror, sentimientos que pesaban mucho más que el miedo.<br />

—Arroje el arma —or<strong>de</strong>nó Nate—. Ahora mismo. Así tendrá una posibilidad.<br />

—Vio que Coben había dado la vuelta y aparecía por <strong>de</strong>trás y supo que alguien iba a<br />

morir.<br />

Se armó un gran revuelo.<br />

Ed se volvió como movido por un resorte y disparó. En una fracción <strong>de</strong><br />

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