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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

—No me extrañaría.<br />

—Pues no lo haré. —Le costó girar la mano, <strong>de</strong>volver el gesto cuando lo más<br />

fácil hubiera sido retirarla bruscamente. Vivir sola aquellas tempestuosas<br />

emociones—. Pero veré su cara, Nate. Estaré en el lugar a<strong>de</strong>cuado para verle la cara<br />

cuando lo <strong>de</strong>tengas.<br />

La calle principal estaba llena <strong>de</strong> gente dispuesta a coger las mejores plazas. En<br />

las aceras se veían sillas plegables y neveras portátiles; algunos asientos estaban ya<br />

ocupados y muchos tomaban refrescos en vasos <strong>de</strong> plástico.<br />

Se respiraba un ambiente <strong>de</strong> fiesta; los gritos, los chillidos y las risas se abrían<br />

paso en medio <strong>de</strong>l estruendo <strong>de</strong> la música <strong>de</strong> la KLUN.<br />

En las esquinas y en los callejones se veían vehículos <strong>de</strong> venta ambulante <strong>de</strong><br />

helados, polos y perritos calientes. Las ban<strong>de</strong>ritas con los colores <strong>de</strong>l arco iris se<br />

agitaban al viento.<br />

Dos mil personas, calculó Nate, y gran parte <strong>de</strong> ellas eran críos. En un día<br />

normal habría podido entrar en el banco y encontrar a Ed en su <strong>de</strong>spacho.<br />

No era un día normal, ni muchísimo menos.<br />

Aparcó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la comisaría y entró en ella con Meg.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> están Otto y Peter? —preguntó a Peach.<br />

—Fuera, con la multitud, don<strong>de</strong> tendría que estar yo. —La irritación afeaba sus<br />

ojos mientras alisaba por encima <strong>de</strong> sus anchas ca<strong>de</strong>ras la vaporosa falda <strong>de</strong> color<br />

amarillo—. Creíamos que llegaría antes...<br />

—Dígales que vengan enseguida.<br />

—Tenemos a más <strong>de</strong> cien personas haciendo cola junto a la escuela. Hay que...<br />

—¡Que vengan los dos! —insistió. Siguió a<strong>de</strong>lante, cogiendo <strong>de</strong>l brazo a Meg,<br />

hacia su <strong>de</strong>spacho y le dijo—: Y tú quédate aquí.<br />

—Ni lo sueñes. No solo me parece estúpido sino que a<strong>de</strong>más es una falta <strong>de</strong><br />

respeto.<br />

—Él tiene permiso <strong>de</strong> armas.<br />

—Y yo. Dame una pistola.<br />

—Ha matado ya tres veces, Meg. Hará lo que sea para protegerse.<br />

—No soy un paquete que puedas <strong>de</strong>jar en una consigna.<br />

—No estaba...<br />

—Sí estabas. Ha sido tu primera reacción. Yo no voy a pedirte que <strong>de</strong>jes el<br />

trabajo en la comisaría ni voy a quejarme cuando este interfiera en mi vida. No te<br />

pediré que seas quien no eres. Pero tampoco me lo pidas tú. Dame una pistola. Te<br />

prometo que no la usaré a menos que sea imprescindible. No lo quiero muerto. Lo<br />

quiero vivo. Quiero que se pudra en la cárcel durante mucho, muchísimo tiempo.<br />

—Quisiera saber qué ocurre. —Con los puños cerrados, Peach ocupaba toda la<br />

entrada—. Ya he llamado a los muchachos pero ahora no queda nadie para mantener<br />

el or<strong>de</strong>n. Una cuadrilla <strong>de</strong>l instituto ha izado un sostén teñido en el asta <strong>de</strong> la<br />

ban<strong>de</strong>ra, uno <strong>de</strong> los caballos <strong>de</strong> tiro ha pegado una coz a un turista, que<br />

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