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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

Capítulo 27<br />

A Charlene siempre le había gustado lo que en Alaska se consi<strong>de</strong>raba<br />

primavera. Le encantaba cómo se alargaban los días, cómo iban dando <strong>de</strong> sí,<br />

estirándose y estirándose hasta que no había más que luz.<br />

Estaba en su <strong>de</strong>spacho, junto a la ventana, con el trabajo <strong>de</strong>satendido sobre el<br />

escritorio, mirando hacia la calle. Estaba muy concurrida. Gente a pie, en coche, para<br />

arriba, para abajo. Lugareños y turistas, gente <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores a por provisiones o<br />

en busca <strong>de</strong> compañía. De las veinte habitaciones, tenía catorce ocupadas y durante<br />

la siguiente semana conseguiría el lleno tres días. A partir <strong>de</strong> ahí, la intensa y<br />

prácticamente ilimitada luz empezaría a atraer a los turistas como moscas a la miel.<br />

Trabajaría intensamente casi todo el mes <strong>de</strong> abril y mayo y <strong>de</strong> ahí hasta que<br />

empezara a helar.<br />

Le gustaba trabajar, tener el establecimiento atestado, y oír el ruido y el barullo<br />

que armaba la clientela. Y por supuesto el dinero que gastaba.<br />

Había montado un buen negocio. Había encontrado lo que buscaba, al menos<br />

buena parte <strong>de</strong> lo que buscaba. Miró hacia el río. Ya se veían barcos que navegaban<br />

entre las islas <strong>de</strong> hielo que empezaban a <strong>de</strong>shacerse.<br />

Miró más allá <strong>de</strong>l río, hacia las montañas. Blanco y azul, con el ver<strong>de</strong> que se<br />

extendía poco a poco, muy poco a poco, a los pies <strong>de</strong> estas. Las cimas blancas, el<br />

blanco eterno <strong>de</strong> aquel mundo congelado y extraño.<br />

Ella nunca había escalado, nunca lo haría.<br />

Jamás había sentido la llamada <strong>de</strong> las montañas. Pero sí otras llamadas. La <strong>de</strong><br />

Pat. Charlene sintió esa llamada en todo su ser, como mil trompetas que sonaran,<br />

cuando él entró con gran estruendo en su vida. No había cumplido aún los diecisiete,<br />

recordó, y seguía virgen. Atascada, ¿acaso no había permanecido atascada en<br />

aquellas planicies <strong>de</strong> Iowa a la espera <strong>de</strong> que alguien la sacara <strong>de</strong> allí?<br />

Era la típica chica <strong>de</strong> pueblo <strong>de</strong>l Medio Oeste que buscaba <strong>de</strong>sesperadamente<br />

una escapatoria, pensaba ahora. Y apareció él, revolviendo aquel aire gris con su<br />

moto, con su aspecto peligroso, exótico y... diferente.<br />

Sí, la llamada vino <strong>de</strong> Pat, recordó Charlene, y ella respondió. Salía a hurtadillas<br />

<strong>de</strong> la casa en aquellas frías noches <strong>de</strong> primavera para encontrarse con él, para<br />

revolcarse los dos <strong>de</strong>snudos en la ver<strong>de</strong> y suave hierba, libre y <strong>de</strong>spreocupada como<br />

un cachorro. Y tan perdidamente enamorada... Vivió el amor que quema, que levanta<br />

ampollas, el que tal vez solo pue<strong>de</strong> vivirse a los diecisiete años.<br />

Él se marchó y Charlene se fue con él; <strong>de</strong>jó atrás casa, familia, amigos, y se alejó<br />

a toda velocidad <strong>de</strong>l mundo que ella conocía, hacia otro, montada en una Harley.<br />

Tener diecisiete años, pensaba, y volver a ser temeraria.<br />

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