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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

Capítulo 25<br />

Había once alumnos en la clase <strong>de</strong> literatura inglesa <strong>de</strong>l último trimestre,<br />

dispuestos a acabar la enseñanza media. Nueve <strong>de</strong> ellos estaban <strong>de</strong>spiertos. John <strong>de</strong>jó<br />

que los otros dos siguieran con la cabezadita mientras una <strong>de</strong> las alumnas más<br />

<strong>de</strong>spiertas <strong>de</strong>strozaba las palabras <strong>de</strong> Shakespeare leyendo el «Fuera, maldita<br />

mancha» <strong>de</strong> lady Macbeth.<br />

Tenía bastantes cosas en la cabeza como para controlar el estudio <strong>de</strong> Macbeth.<br />

Llevaba veinticinco años con ello, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella primera vez en que se enfrentó<br />

con gran nerviosismo a un aula llena <strong>de</strong> alumnos. Por aquel entonces contaba pocos<br />

años más que sus alumnos. Probablemente fuera más inocente y entusiasta que la<br />

mayoría <strong>de</strong> ellos. Deseaba escribir extraordinarias y formidables novelas, llenas <strong>de</strong><br />

alegorías sobre la condición humana.<br />

Puesto que no quería morirse <strong>de</strong> hambre en una buhardilla, optó por la<br />

enseñanza.<br />

Escribió y, a pesar <strong>de</strong> que sus novelas nunca fueron tan extraordinarias y<br />

formidables como hubiera <strong>de</strong>seado, publicó algunas obras. Sin la docencia tal vez no<br />

se hubiera muerto <strong>de</strong> hambre en una buhardilla, pero seguro que no habría comido<br />

tan bien.<br />

Las exigencias —y, con Dios y ayuda, las alegrías— <strong>de</strong> la enseñanza resultaban<br />

algo abrumador para un joven intelectual que anhelaba escribir gran<strong>de</strong>s novelas. Por<br />

ello pegó el salto, el valiente e intrépido salto, y huyó hacia Alaska. Allí adquiriría<br />

experiencia, viviría con sencillez y estudiaría la condición humana en un lugar<br />

primitivo, en el absoluto aislamiento que representaba para él aquel lugar. Escribiría<br />

novelas sobre el valor y la tenacidad <strong>de</strong>l hombre, sobre sus locuras y sus triunfos.<br />

Entonces, llegó a Lunacy.<br />

¿Cómo iba a conocer un joven que no había cumplido aún los treinta el<br />

significado <strong>de</strong> la palabra obsesión? ¿Cómo podía haber captado, aquel joven<br />

inteligente e i<strong>de</strong>alista, que un lugar y una mujer podían enca<strong>de</strong>narlo? Podían<br />

mantenerlo atado por voluntad propia por más que ambos <strong>de</strong>safiaran y negaran sus<br />

necesida<strong>de</strong>s.<br />

Se enamoró, o empezó a vivir una obsesión, ya no se veía capaz <strong>de</strong> establecer la<br />

diferencia, en el instante en que vio a Charlene. Su belleza evocaba un dorado sauce;<br />

su voz, el canto <strong>de</strong> una sirena. Y el <strong>de</strong>rroche <strong>de</strong> placentera sexualidad... Todo en ella<br />

le cautivaba, y le engullía.<br />

Era la mujer <strong>de</strong> otro, la madre <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong> otro. Pero le daba igual. Su amor, si<br />

a aquello podía llamársele así, no era el amor puro y romántico <strong>de</strong> un valeroso<br />

caballero por una dama sino la dulce y lujuriosa ansia que siente un hombre por una<br />

mujer.<br />

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