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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

—A los perros, Meg. Tranquilízalos antes <strong>de</strong> que crean que te he <strong>de</strong>jado<br />

inconsciente.<br />

—Rock, Bull, tranquilos. —Casi se <strong>de</strong>slizó <strong>de</strong> sus brazos cuando él la <strong>de</strong>jó sobre<br />

la cama—. La cabeza me da vueltas.<br />

—Será mejor que te seques. —Dejó una <strong>de</strong> las toallas sobre su vientre—. Voy a<br />

buscarte una camisa o algo.<br />

Meg ni se molestó en secarse: permaneció allí tumbada disfrutando <strong>de</strong> la<br />

familiar sensación <strong>de</strong> relajamiento <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

—Parecías cansado cuando has llegado. Cansado y <strong>de</strong> malas pulgas, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />

mantener una actitud fría. El mismo aspecto que tenías frente al ayuntamiento. Y en<br />

alguna otra ocasión. Cara <strong>de</strong> poli.<br />

Nate no respondió, se limitó a ponerse un pantalón <strong>de</strong> chándal y a pasarle a ella<br />

una camisa <strong>de</strong> franela.<br />

—Es una <strong>de</strong> las cosas que me ha excitado. Curioso.<br />

—El camino que lleva a tu casa es peligroso. Tendrás que quedarte aquí.<br />

Meg esperó un momento mientras ponía <strong>de</strong> nuevo en or<strong>de</strong>n sus pensamientos.<br />

—Me has <strong>de</strong>spachado. Antes. Cuando estábamos en la calle. —Aún veía a<br />

Yukon, el corte en el cuello, el cuchillo clavado hasta la empuñadura en su pecho—.<br />

Me has <strong>de</strong>spachado y me has dado ór<strong>de</strong>nes; parecía una intimidación verbal. No me<br />

ha gustado nada.<br />

Esta vez Nate tampoco respondió; cogió la toalla y se secó el pelo.<br />

—¿No piensas disculparte? —preguntó Meg.<br />

—No —contestó simplemente Nate.<br />

Meg se incorporó para ponerse la camisa que él le había ofrecido.<br />

—Conocía a ese perro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que era un cachorro. —Iba a quebrársele la voz y<br />

apretó los labios. Se controló—. Tengo razones para estar afectada.<br />

—No digo que no.<br />

Nate se fue hacia la ventana. La nieve era apenas una neblina. Tal vez habían<br />

acertado los <strong>de</strong>l tiempo.<br />

—Y tenía razones para inquietarme por mis perros, Nate. Y <strong>de</strong>recho a<br />

comprobar yo misma si estaban bien.<br />

—Hasta cierto punto. —Se apartó <strong>de</strong> la ventana pero <strong>de</strong>jó las cortinas abiertas—<br />

. Es normal inquietarse, pero no había motivo para ello.<br />

—No les había pasado nada, pero podía haberles pasado algo.<br />

—No. Quien lo hizo fue a por un solo perro, un perro viejo. Los tuyos son<br />

jóvenes y fuertes y tienen unos dientes envidiables. Son prácticamente siameses.<br />

—No veo...<br />

—Reflexiona un par <strong>de</strong> segundos en lugar <strong>de</strong> limitarte a revolverte. —Su voz<br />

sonó impaciente mientras lanzaba la toalla—. Imaginemos que alguien quisiera<br />

atacarlos. Que alguien, que incluso podría ser una persona a la que ellos conocieran,<br />

a la que permitieran que se les acercara, intentara hacer daño a uno <strong>de</strong> ellos. Que<br />

llegara a hacerlo. El otro se lanzaría inmediatamente sobre él y lo haría pedazos.<br />

Cualquier persona que los conoce lo suficiente como para acercarse a ellos lo sabe.<br />

Meg dobló las rodillas contra el pecho, apoyó la cara en ellas y empezó a llorar.<br />

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