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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

producirle dolor en los pezones. La respiración <strong>de</strong> Meg se convirtió en un tembloroso<br />

suspiro.<br />

El cosquilleo en la parte inferior <strong>de</strong> la barriga le indicó que estaba a punto. El<br />

<strong>de</strong>seo. La necesidad. Rozando el cuello <strong>de</strong> Nate con sus labios, murmuró:<br />

—Qué bien se está contigo. Qué bien. Penétrame. Entra <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí.<br />

—Primero chilla.<br />

Ella se echó a reír y le mordisqueó con cierta fuerza.<br />

—No pienso hacerlo.<br />

—Sí. —Levantó sus brazos por encima <strong>de</strong> la cabeza, con una mano sujetó sus<br />

dos muñecas y las mantuvo inmóviles—. Sí lo harás.<br />

Deslizó el jabón entre las piernas <strong>de</strong> Meg, restregándoselas, acariciándolas,<br />

observándola mientras su cuerpo se estremecía, camino <strong>de</strong>l orgasmo.<br />

—Nate.<br />

—Te lo he advertido.<br />

Una sensación parecida al pánico se <strong>de</strong>spertó en el interior <strong>de</strong> Meg; pánico con<br />

una mezcla <strong>de</strong> placer que la llevaba al límite a medida que los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Nate<br />

penetraban en su interior. Ella se retorció, en busca <strong>de</strong> la libertad, en busca <strong>de</strong> algo<br />

más. En busca <strong>de</strong> él. Pero Nate la llevaba más allá <strong>de</strong> don<strong>de</strong> ella resistiría, más allá <strong>de</strong><br />

don<strong>de</strong> ella creía que sería capaz <strong>de</strong> aguantar. Espiró en un sollozo; <strong>de</strong>senfrenadas<br />

súplicas salían <strong>de</strong> sus labios mientras el agua caliente caía sobre su tembloroso<br />

cuerpo y el vapor le empañaba la vista.<br />

Cuando aquello explotó en su interior, marcando el límite entre sensatez y<br />

locura, Nate apagó su chillido con la mano.<br />

—Di mi nombre. —Tenía que oírlo, necesitaba saber que Meg se daba cuenta <strong>de</strong><br />

quién se había apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> ella—. Di mi nombre —le or<strong>de</strong>nó mientras la levantaba<br />

por las ca<strong>de</strong>ras y se hundía en su interior.<br />

—Nate.<br />

—Otra vez. Dilo <strong>de</strong> nuevo. —Le costaba expulsar el aliento—. Mírame y di mi<br />

nombre.<br />

—Nate. —Le agarró el pelo y hundió los <strong>de</strong>dos en su hombro. Le miró a la cara,<br />

le miró a los ojos. Le vio y se vio a sí misma—. Nate.<br />

Él la tomó una y otra vez hasta que quedó totalmente vacío, hasta que el cuerpo<br />

<strong>de</strong> Meg quedó exhausto y su cabeza cayó contra su hombro.<br />

Nate tuvo que apoyar una mano en los empapados azulejos para recuperar el<br />

aliento, para reponerse. Buscó a tientas el grifo para cerrar la ducha.<br />

—Necesito sentarme —consiguió <strong>de</strong>cir Meg—. Realmente necesito sentarme.<br />

—Espera un minuto.<br />

La levantó, la colocó sobre su hombro y salió <strong>de</strong> la ducha.<br />

Cogió un par <strong>de</strong> toallas, a pesar <strong>de</strong> que imaginaba que con el calor el agua se<br />

evaporaría <strong>de</strong> sus cuerpos en pocos minutos.<br />

Los perros se levantaron cuando lo vieron llegar al dormitorio con ella.<br />

—Será mejor que les digas a tus colegas que estás bien.<br />

—¿Cómo?<br />

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