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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

Murió en junio hará dos años. De cáncer. —Se aclaró la voz, aspiró profundamente el<br />

humo <strong>de</strong>l cigarrillo—. El cáncer acabó con él.<br />

—Cuando alguien mata a un perro, suelo preguntarme si ese alguien ha tenido<br />

problemas con el perro o con su propietario.<br />

—Nunca he tenido ningún problema con ese perro. Tampoco tengo problemas<br />

con Joe, Lara o con ese hijo suyo. Pregúnteselo a ellos. Pregúnteles si hemos tenido<br />

algún problema. Lo que sí está claro es que alguien tiene problemas conmigo.<br />

—¿Tiene i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> por qué?<br />

Se encogió <strong>de</strong> hombros con una especie <strong>de</strong> sacudida.<br />

—Lo único que tengo claro es que yo no maté a ese perro.<br />

—Manténgase localizable, Bing. Si tiene intención <strong>de</strong> <strong>de</strong>splazarse por lo que sea,<br />

avíseme antes.<br />

—No pienso permitir que la gente me señale con el <strong>de</strong>do.<br />

—Tiene que estar localizable —insistió Nate.<br />

Y se fue por don<strong>de</strong> había llegado.<br />

Meg bebía su cerveza y alimentaba su malhumor. No le gustaba esperar y Nate<br />

se enteraría cuando volviera. Le había dado ór<strong>de</strong>nes como si ella fuera un recluta<br />

novato y él, el general.<br />

No le gustaban las ór<strong>de</strong>nes y <strong>de</strong> eso también se enteraría Nate.<br />

¡Vaya si se enteraría cuando volviera!<br />

¿Dón<strong>de</strong> <strong>de</strong>monios se había metido?<br />

Estaba muy preocupada por sus perros, por más que su lado pru<strong>de</strong>nte insistiera<br />

en que no les había ocurrido nada, en que Nate cumpliría con su palabra y los<br />

recogería. Tenía que haberle permitido que ella los recogiera en lugar <strong>de</strong> obligarle a<br />

permanecer en esa especie <strong>de</strong> arresto domiciliario.<br />

Lo que menos le apetecía era estar allí, sufriendo, tomando cerveza y jugando al<br />

póquer con Otto, Jim el flaco y el profesor para matar el tiempo.<br />

Había ganado veintidós dólares y pico y le importaba un pepino.<br />

¿Dón<strong>de</strong> diablos estaba Nate?<br />

¿Y quién <strong>de</strong>monios creía que era, para <strong>de</strong>cirle lo que tenía que hacer y<br />

amenazarla con encerrarla en el calabozo? Y lo habría hecho, pensaba Meg mientras<br />

sacaba el ocho <strong>de</strong> tréboles y completaba un precioso full.<br />

Ahí fuera, bajo la lluvia, al lado <strong>de</strong> aquel perro, no había visto precisamente al<br />

Nate cariñoso <strong>de</strong> ojos tristes que ella conocía. Era otra cosa, otra persona. La persona<br />

que Meg podía imaginar que había sido en Baltimore antes <strong>de</strong> que las circunstancias<br />

le <strong>de</strong>strozaran el corazón.<br />

Eso también le importaba un pepino. Realmente un pepino.<br />

—Veo esos dos dólares —dijo a Jim—. Y subo dos —dijo mientras echaba su<br />

dinero en el montón.<br />

Charlene le había dado una hora libre a Jim y ella se ocupaba <strong>de</strong>l bar. No había<br />

excesivo trabajo, pensó Meg mientras el profesor se retiraba y Otto añadía otros dos<br />

dólares a la apuesta. Aparte <strong>de</strong> su mesa, había otra ocupada por cuatro forasteros.<br />

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