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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

—¿De qué <strong>de</strong>monios me habla?<br />

—Alguien lo ha usado para cortar el cuello <strong>de</strong>l perro y luego se lo ha clavado en<br />

el pecho para facilitarme la tarea <strong>de</strong> encontrarlo. ¿A qué hora ha salido <strong>de</strong>l cine,<br />

Bing?<br />

—¿Alguien ha matado a ese perro? ¿Alguien ha matado a ese perro? —Cuando<br />

se dio cuenta <strong>de</strong> lo que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle, la expresión <strong>de</strong> sorpresa <strong>de</strong> sus ojos<br />

cambió—. ¿Me está diciendo que yo he matado a ese perro? —Cerró el puño con la<br />

llave inglesa aún en la mano—. ¿Es esto lo que dice?<br />

—Si intenta algo con eso que tiene en la mano, me lo llevo. No creo que quisiera<br />

esa humillación, pero le aseguro que puedo hacerlo. Deje la llave. ¡Vamos!<br />

La ira se reflejó en su rostro e hizo que todo su cuerpo temblara.<br />

—Tiene muy mal genio, ¿verdad, Bing? —dijo Nate en voz baja—. Y eso le ha<br />

llevado a los ataques que constan, en su expediente y a pasar unas cuantas noches<br />

entre rejas. Y es lo que ahora mismo le empujaría a romperme la crisma con esa llave<br />

inglesa. A<strong>de</strong>lante, inténtelo.<br />

Bing lanzó la herramienta hacia el otro lado <strong>de</strong>l local; <strong>de</strong>jó una marca en la<br />

pared <strong>de</strong> hormigón. Respiraba como una máquina <strong>de</strong> vapor y tenía el rostro colorado<br />

como un ladrillo.<br />

—¡Que le <strong>de</strong>n! Claro que he pegado unos cuantos puñetazos y he abierto<br />

alguna cabeza, pero no por eso soy un jodido mataperros. Y si eso es lo que afirma,<br />

no me hace falta una llave inglesa para abrirle el cráneo.<br />

—Yo le he preguntado a qué hora ha salido <strong>de</strong>l cine.<br />

—He salido a fumar un cigarrillo en el intermedio. Usted mismo me ha visto.<br />

Ha hablado <strong>de</strong> que había que prepararse para una posible inundación y he venido<br />

para aquí. He cargado los malditos sacos. —Señaló con el <strong>de</strong>do la caja <strong>de</strong>l camión,<br />

don<strong>de</strong> tenía apilados al menos cien sacos <strong>de</strong> arena—. Se me ha ocurrido que ya que<br />

estaba aquí podía revisar el motor. No me he movido <strong>de</strong> aquí. Si alguien ha ido a<br />

casa <strong>de</strong> Joe y ha matado al perro, no he sido yo. Me caía bien ese animal.<br />

Nate sacó la bolsa con los guantes.<br />

—¿Son suyos?<br />

Con la vista fija en ellos, Bing se pasó el dorso <strong>de</strong> la mano por los labios. El rojo<br />

<strong>de</strong> sus mejillas iba <strong>de</strong>sapareciendo y en su lugar ganaba terreno un tono blanco <strong>de</strong><br />

aspecto húmedo.<br />

—¿Qué <strong>de</strong>monios pasa aquí?<br />

—¿Es eso un sí?<br />

—Sí, son míos, no voy a negarlo. Ya le dije que alguien se los llevó, que se llevó<br />

mis guantes y el cuchillo Buck. Ya lo he <strong>de</strong>nunciado.<br />

—Pero no lo ha hecho hasta esta mañana. Cualquiera podría preguntarse si no<br />

estaba cubriéndose las espaldas.<br />

—¿Y por qué <strong>de</strong>monios iba a matar yo a un perro? ¿Un maldito y estúpido<br />

perro? —Bing se restregó el rostro y luego sacó otro cigarrillo <strong>de</strong>l paquete que<br />

llevaba en el bolsillo <strong>de</strong> la camisa. Sus manos temblaban visiblemente.<br />

—¿Usted no tiene perro, verdad, Bing?<br />

—¿Y eso me convierte en alguien que odia a los perros? ¡Vamos! Tuve uno.<br />

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