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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

cierta época llevaba el banco yo solo, y vivía aquí. Guardaba el dinero en aquella caja<br />

fuerte.<br />

Señaló una caja negra que llegaba hasta el suelo.<br />

—No lo sabía.<br />

—Llegué aquí con veintisiete años. Quería labrarme un futuro en este lugar<br />

inexplorado, civilizarlo a mi antojo. —Esbozó una sonrisa—. Creo que eso es lo que<br />

hice. Los Hopp y el juez Royce fueron mis primeros clientes. ¡La fe que <strong>de</strong>bían <strong>de</strong><br />

tener en mí para poner su dinero en mis manos! Es algo que no olvidaré nunca. Pero<br />

teníamos un sueño y con él creamos esta población.<br />

—Un lugar muy agradable.<br />

—En efecto, y me siento orgulloso <strong>de</strong> haber colaborado en su creación. Ahí<br />

estaba el viejo Hi<strong>de</strong>l con el Lodge originario. También me confió su dinero, poco<br />

tiempo <strong>de</strong>spués. Luego llegaron otros. Peach con su tercer... perdón, con su segundo<br />

marido. Vivieron un tiempo fuera <strong>de</strong>l núcleo, pero venían a menudo a buscar<br />

provisiones y compañía. Ella se instaló aquí cuando su marido murió. Otto, Bing,<br />

Deb y Harry. Hace falta tener un carácter fuerte y mucha ilusión para montarse la<br />

vida aquí.<br />

—Tiene razón.<br />

—Pues bien... —Aspiró por la nariz—. Pat tenía ilusión y carácter. Lo <strong>de</strong> fuerte<br />

ya no puedo asegurarlo. Lo pasabas bien con ese cabrón. Espero que el caso se cierre<br />

como es <strong>de</strong>bido. ¿Usted cree que algún día sabremos qué ocurrió <strong>de</strong> verdad allí<br />

arriba?<br />

—Las probabilida<strong>de</strong>s no son muchas. Pero estoy seguro <strong>de</strong> que Coben le<br />

<strong>de</strong>dicará el tiempo y los esfuerzos necesarios. Buscará al piloto y a quien pudiera<br />

haber visto a Galloway los días anteriores a la escalada. Tal vez le pregunten a usted<br />

acerca <strong>de</strong> los pilotos a los que recurría para sus excursiones.<br />

—Él solía acudir a Jacob. Pero, <strong>de</strong> haberle subido él, habría informado <strong>de</strong> que<br />

Pat no había vuelto. —Levantó los hombros—. Lógicamente <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser otro.<br />

Vamos a ver...<br />

Cogió una pluma <strong>de</strong> plata y tamborileó con ella con expresión ausente en la<br />

carpeta <strong>de</strong>l escritorio.<br />

—Cuando subíamos con Jacob recuerdo que a veces recurría a... ¿cómo se<br />

llamaba aquel tipo? Un veterano <strong>de</strong> Vietnam... Lakes... Loukes. ¡Eso es! Y también me<br />

acuerdo <strong>de</strong> aquel zumbado... a quien llamaban Dos Dedos. ¿Cree usted que <strong>de</strong>bería<br />

llamar a ese tal Coben y contárselo?<br />

—No estaría <strong>de</strong> más. Yo tengo que volver al trabajo. —Se levantó y le ofreció la<br />

mano—. Supongo que hemos hecho las paces, señor Woolcott.<br />

—Llámeme Ed. Sí, las hemos hecho. Maldita barrena. Pagué <strong>de</strong>masiado por ella<br />

y por eso todavía me fastidia más. Está asegurada, igual que las cañas, pero es<br />

cuestión <strong>de</strong> principios.<br />

—De acuerdo. ¿Sabe qué haré? Me acercaré a su cabaña y echaré un vistazo por<br />

allí.<br />

La satisfacción se reflejó en el rostro <strong>de</strong> Ed.<br />

—Se lo agra<strong>de</strong>zco. He puesto una cerradura nueva. Le daré las llaves.<br />

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