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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

como usted, tan in<strong>de</strong>pendiente, tan manitas con las máquinas... Sería lo más lógico.<br />

—Demasiado trabajo. Yo quiero trabajar con los pies en el suelo. A<strong>de</strong>más, para<br />

pilotar hay que estar un poco majara.<br />

—Eso dicen. Alguien me ha hablado <strong>de</strong> un piloto con un nombre muy curioso.<br />

Seis Dedos o algo así.<br />

—Sería Dos Dedos. Perdió tres en un pie porque se le congelaron o no sé qué<br />

rollos. Valiente hijo puta. Está muerto.<br />

—¿Ah, sí? ¿Se estrelló?<br />

—No. Le dieron la <strong>de</strong>l pulpo. Ah, no... —Frunció el ceño—. Lo apuñalaron.<br />

Cosas <strong>de</strong> la ciudad. Eso les pasa por vivir como sardinas.<br />

—Pues sí. ¿Alguna vez subió a la montaña con él?<br />

—Una vez. El muy cabrón nos llevó, éramos un grupo, a la montaña a cazar<br />

caribús. Nadie sabía que llevaba un globo acojonante hasta que estuvo a punto <strong>de</strong><br />

matarnos a todos. De todas formas acabó con un ojo morado —dijo Bing con<br />

<strong>de</strong>leite—. El muy cabrón.<br />

Nate iba a respon<strong>de</strong>r pero Meg salió <strong>de</strong> la cocina... y la puerta <strong>de</strong> la calle se<br />

abrió.<br />

—¡Jefe Nate! —Jesse entró disparado, unos pasos por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> David—. ¡Está<br />

aquí!<br />

—¡Y tú! —Nate chasqueó los <strong>de</strong>dos ante la nariz <strong>de</strong>l pequeño—. ¿Qué tal están<br />

Rose y el bebé, David?<br />

—Bien. Muy bien. Hemos <strong>de</strong>cidido darle un respiro y venir a por un <strong>de</strong>sayuno<br />

<strong>de</strong> hombres.<br />

—¿Po<strong>de</strong>mos sentarnos con usted? —preguntó Jesse—. Ya que estamos entre<br />

hombres...<br />

—Claro.<br />

—Los hombres más atractivos <strong>de</strong> Lunacy. —Meg sirvió a Nate los copos <strong>de</strong><br />

avena, unas tostadas y un cuenco con macedonia—. ¿Ya conduces, Jess?<br />

Él se echó a reír y se sentó al lado <strong>de</strong> Nate.<br />

—No —replicó—. ¿Me <strong>de</strong>jas pilotar tu avioneta?<br />

—Cuando los pies te lleguen a los pedales. ¿Café, David?<br />

—Sí, gracias. ¿Seguro que esto es comestible? —preguntó a Nate.<br />

—Claro. Ya echaba <strong>de</strong> menos a mi colega <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sayunos. ¿Sienta bien eso <strong>de</strong><br />

ser hermano mayor?<br />

—No sé. La niña llora. Muy fuerte. Y luego duerme. Mucho. Pero me agarra el<br />

<strong>de</strong>do. Y chupa la teta <strong>de</strong> mamá para la leche.<br />

—Vaya —fue todo lo que se le ocurrió <strong>de</strong>cir a Nate.<br />

—¿Te pongo un poco <strong>de</strong> leche en un vaso? —Meg sirvió café a David.<br />

—Rose se ha enterado <strong>de</strong> que estás sustituyéndola. —David añadió azúcar a la<br />

taza—. Quería que supieras que te lo agra<strong>de</strong>ce. Todos te lo agra<strong>de</strong>cemos.<br />

—Tranquilo. —Meg levantó la vista cuando apareció Charlene—. Voy a buscar<br />

la leche mientras <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>s en qué consistirá ese <strong>de</strong>sayuno <strong>de</strong> hombres.<br />

Nate <strong>de</strong>jó su coche a Meg y se fue a pie a la comisaría. El sol proyectaba una luz<br />

débil, pero algo era. Las montañas se veían empañadas por las nubes, aquel tipo <strong>de</strong><br />

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