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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

educadas calificarían <strong>de</strong> oronda, con el pecho ancho y una barriga voluminosa. A los<br />

setenta y nueve años, su voz retumbaba con la misma fuerza que lo había hecho<br />

durante las décadas en que había presidido el tribunal.<br />

El grueso pantalón <strong>de</strong> pana <strong>de</strong> color <strong>de</strong> estiércol hacía frufrú con el movimiento<br />

<strong>de</strong> las piernas <strong>de</strong>l juez. Completaba su indumentaria con una chaqueta, también <strong>de</strong><br />

pana, sobre una camisa <strong>de</strong> color tostado. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> un aro, absolutamente fuera <strong>de</strong><br />

lugar, que lucía en la oreja <strong>de</strong>recha.<br />

—¿Un café, juez?<br />

—No diré que no. —Se sentó en una silla y soltó un pesado suspiro—. Menudo<br />

embrollo le ha caído encima.<br />

—Más bien les ha caído encima a las autorida<strong>de</strong>s estatales.<br />

—Ya. Jo<strong>de</strong>r a quien le jo<strong>de</strong> a uno, ¿verdad? Dos <strong>de</strong> azúcar en el café. Sin leche.<br />

Carrie Hawbaker fue a verme anoche.<br />

—Está pasando un mal momento.<br />

—El marido acaba con una bala en el cerebro; sí, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que es un mal<br />

momento. ¿No te fastidia?<br />

Nate le ofreció el café.<br />

—No fui yo quien le metió la bala en el cerebro.<br />

—No, ya lo imagino. Pero a una mujer en la situación <strong>de</strong> Carrie no le importa<br />

matar al mensajero. Quiere que utilice mi influencia para quitarle el cargo y, si es<br />

posible, facturarle lejos <strong>de</strong> aquí.<br />

Nate centró la vista en su taza.<br />

—¿Tanta influencia tiene usted?<br />

—Podría tenerla. Si insistiera. He estado aquí veintiséis años. Podría <strong>de</strong>cirse que<br />

he sido <strong>de</strong> los primeros lunáticos <strong>de</strong> Lunacy. —Sopló sobre la superficie humeante<br />

<strong>de</strong>l café y luego tomó un sorbo—. Ni una sola vez en mi vida un poli me ha ofrecido<br />

un café <strong>de</strong>cente.<br />

—Ni a mí. ¿Ha venido a pedirme que renuncie al cargo?<br />

—Soy un cascarrabias. Como cualquiera que llega a los ochenta, por eso estoy<br />

practicando. Pero no soy tonto. No es culpa suya que Max haya muerto, pobre<br />

<strong>de</strong>sgraciado. Ni tampoco lo es que se encontrara una nota en su or<strong>de</strong>nador que<br />

afirmaba que él había matado a Pat Galloway.<br />

Sus ojos se veían muy vivos tras los gruesos cristales mientras miraba a Nate,<br />

asintiendo.<br />

—Sí, me lo ha dicho ella, y está intentando convencerse a sí misma <strong>de</strong> que lo ha<br />

tramado usted para po<strong>de</strong>r atar cabos. Se le pasará. Es una mujer sensata.<br />

—¿Y por qué me cuenta eso?<br />

—Es probable que le cueste un poco recordar cómo ser sensata. Mientras tanto,<br />

pue<strong>de</strong> que intente complicarle la vida. Probablemente la ayudará a sobrellevar la<br />

pena. Voy a fumarme este puro. —Sacó uno bastante gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong> la<br />

camisa—. Pue<strong>de</strong> multarme en cuanto lo haya encendido si le da la gana.<br />

Nate abrió uno <strong>de</strong> los cajones <strong>de</strong> su escritorio y vació el contenido <strong>de</strong> una caja<br />

<strong>de</strong> chinchetas. Se levantó, se acercó al juez y se la entregó para que la utilizara <strong>de</strong><br />

cenicero.<br />

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