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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

—Rachel se casó. No sé por qué aquello me sentó como una patada en el<br />

estómago, pero fue así y creo que se notó. Jack, mi compañero, me propuso salir a<br />

tomar unas copas. Era un hombre muy casero. Él habría preferido volver a casa con<br />

su mujer e hijos, pero como yo estaba <strong>de</strong>primido y él era mi amigo, quiso que nos<br />

tomáramos unas cervezas para que yo me <strong>de</strong>sahogara. Él tenía que estar en su casa y<br />

no en la salida <strong>de</strong> un bar en plena noche. Su lugar estaba en la cama, con su esposa.<br />

Pero estaba conmigo. Cuando salimos <strong>de</strong>l bar vimos aquello a media manzana <strong>de</strong><br />

don<strong>de</strong> nos encontrábamos. Trafiqueo. Uno <strong>de</strong> los tipos empezó a disparar y nosotros<br />

los perseguimos. Entramos en un callejón, y allí me dieron.<br />

«Un disparo —pensó ella—. Las cicatrices <strong>de</strong> la pierna y el costado <strong>de</strong>recho.»<br />

—Seguí, con la pierna herida, y le dije a Jack que estaba bien. Con el móvil, pedí<br />

refuerzos. Y cuando empezaba a incorporarme, el tipo disparó a Jack. El pecho, la<br />

barriga. ¡Madre mía! No podía alcanzarlo. Me era imposible. Y el que había<br />

disparado seguía. Enloquecido, colocado. Completamente ido, hasta el punto <strong>de</strong><br />

volver en lugar <strong>de</strong> huir. Me disparó otra vez, aunque en esta ocasión la bala tan solo<br />

me rozó. Tuve la sensación <strong>de</strong> una flecha caliente clavada bajo las costillas. Y yo le<br />

vacié el cargador encima. No me acuerdo, pero es lo que me contaron. Sí recuerdo<br />

haberme arrastrado hacia Jack, y ver cómo moría. Me acuerdo <strong>de</strong> su mirada, <strong>de</strong> que<br />

me cogió la mano, pronunció mi nombre... como si dijera: «¿Qué coño ha pasado?». Y<br />

pronunció también el <strong>de</strong> su esposa, cuando lo comprendió todo. Es algo que<br />

recuerdo todas las noches.<br />

—¿Y te echas la culpa?<br />

—Él no <strong>de</strong>bía haber estado allí.<br />

—Yo no lo veo así. —A Meg le hubiera gustado abrazarlo y mecerlo como a un<br />

niño. Un error para él, una compensación para ella. Así pues, sentada a su lado, se<br />

limitó a ponerle la mano en el muslo—. Cada <strong>de</strong>cisión que toma una persona le lleva<br />

a alguna parte. Tampoco habrías estado allí si tu mujer te hubiera esperado en casa.<br />

De modo que también podrías echarle la culpa a ella y al tipo con el que salía. O<br />

culpar a quien le disparó, porque tú sabes, en el fondo estás convencido <strong>de</strong> ello, que<br />

la culpa solo la tiene él.<br />

—Todo eso lo sé. Lo he oído mil veces. Y no cambia lo que siento a las tres <strong>de</strong> la<br />

madrugada o a las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. O en el momento que me asalta esta i<strong>de</strong>a.<br />

Ya podía <strong>de</strong>cirlo todo, contárselo todo, costara lo que costase.<br />

—Caí en un pozo, Meg, en un inmenso, negro y repugnante pozo. He intentado<br />

salir <strong>de</strong> él, y a veces estoy a punto <strong>de</strong> conseguirlo, llego hasta el bor<strong>de</strong>. Pero <strong>de</strong><br />

repente algo tira <strong>de</strong> abajo y me arrastra <strong>de</strong> nuevo hacia el fondo.<br />

—¿Seguiste una terapia?<br />

—El <strong>de</strong>partamento se ocupó <strong>de</strong> ello.<br />

—¿Medicamentos?<br />

Nate volvió a cambiar <strong>de</strong> postura.<br />

—No soy partidario <strong>de</strong> ellos.<br />

—La química salva vidas —dijo Meg, pero no le hizo sonreír.<br />

—Me ponían <strong>de</strong> los nervios, acababa <strong>de</strong>squiciado o perdía la cabeza. No puedo<br />

trabajar medicado, y si no puedo trabajar, nada tiene sentido. Pero tampoco podía<br />

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