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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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NORA ROBERTS AURORA BOREAL<br />

Capítulo 10<br />

Cuando <strong>de</strong>spertó, el sueño empezó a <strong>de</strong>svanecerse, <strong>de</strong>jando tan solo un<br />

sabor amargo, salado, en su garganta. Como si hubiera sorbido las lágrimas. Oía la<br />

respiración <strong>de</strong> Meg a su lado, suave y regular. Algo que en su interior luchaba bajo<br />

el peso <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación le empujaba a volverse hacia ella. A buscar el consuelo<br />

y el olvido <strong>de</strong>l sexo.<br />

Ella era cálida, le <strong>de</strong>volvería a la vida.<br />

Pero se giró hacia el otro lado. Sabía, estaba convencido <strong>de</strong> que era<br />

contraproducente optar por el sufrimiento, pero salió <strong>de</strong> la cama solo, a oscuras.<br />

Encontró su ropa, se vistió y la <strong>de</strong>jó durmiendo.<br />

En el sueño, escalaba la montaña. Ascendía a duras penas por el hielo y las<br />

rocas a centenares <strong>de</strong> metros por encima <strong>de</strong>l mundo. Estaba en el cielo, sin<br />

oxígeno; cada inspiración era una agonía. Tenía que subir, estaba obligado a<br />

arañar un centímetro <strong>de</strong> terreno tras otro mientras abajo no veía más que un mar<br />

blanco arremolinado. Si caía, se ahogaría en él silenciosamente.<br />

Así, ascendió hasta que sus <strong>de</strong>dos empezaron a sangrar y a <strong>de</strong>jar manchas<br />

rojas en la roca cubierta <strong>de</strong> hielo.<br />

Exhausto pero eufórico, se arrastró hasta un saliente. Allí vio la entrada <strong>de</strong> la<br />

cueva. De ella salía una luz que iluminaba su esperanza mientras avanzaba hacia<br />

el interior.<br />

La cueva se abría; parecía un mítico palacio <strong>de</strong> hielo. Unas enormes<br />

estructuras bajaban <strong>de</strong>l techo, subían <strong>de</strong>l suelo, formando columnas y arcos<br />

blancos <strong>de</strong> un azul fantasmagórico en los que el hielo brillaba como mil diamantes.<br />

Las pare<strong>de</strong>s, lisas y pulidas, relucían como espejos y le <strong>de</strong>volvían su imagen<br />

multiplicada por cien.<br />

Se incorporó y dio la vuelta a aquel esplendor, <strong>de</strong>slumbrado por el brillo, la<br />

amplitud y los <strong>de</strong>stellos.<br />

Podía vivir allí, solo. Su fortaleza <strong>de</strong> soledad. Allí encontraría la paz, en el<br />

silencio, en la belleza, solo.<br />

Luego vio que no estaba solo.<br />

El cuerpo se <strong>de</strong>splomó contra la reluciente pared, pegado a ella tras años <strong>de</strong><br />

frío implacable. El mango <strong>de</strong>l piolet sobresalía en su pecho y la sangre congelada<br />

brillaba, roja sobre la parka negra.<br />

El corazón le dio un vuelco cuando se dio cuenta <strong>de</strong> que en <strong>de</strong>finitiva no<br />

había ido allí a buscar la paz sino a cumplir con su <strong>de</strong>ber.<br />

¿Cómo llevaría el cadáver hasta abajo? ¿Cómo soportaría aquel peso en el<br />

largo y duro viaje <strong>de</strong> vuelta al mundo? No conocía el camino. No poseía la<br />

<strong>de</strong>streza, el equipo, la fuerza.<br />

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