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De noche llegan - Noticias Irreverentes

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Ediciones<br />

<strong>Irreverentes</strong><br />

Cecilia Urbina<br />

<strong>De</strong> <strong>noche</strong> <strong>llegan</strong>


Cecilia Urbina<br />

<strong>De</strong> <strong>noche</strong> <strong>llegan</strong><br />

Colección de Narrativa<br />

Ediciones <strong>Irreverentes</strong>


Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por<br />

cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su<br />

contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.<br />

<strong>De</strong> la edición: © Ediciones <strong>Irreverentes</strong> S.L.<br />

<strong>De</strong> la obra © Cecilia Urbina<br />

Diciembre 2012<br />

http://www.edicionesirreverentes.com<br />

ISBN: 978-84-15353-11-9<br />

<strong>De</strong>pósito legal: M-33741-2012<br />

Diseño de la colección: Absurda Fábula<br />

Imprime: Publidisa<br />

Impreso en España.


TIM<br />

...en silencio hablábamos.<br />

Paciente y compañera era la <strong>noche</strong>,<br />

amante y cómplice la montaña.<br />

Subcomandante Marcos.<br />

Chiapas, 10 de abril de 1994.<br />

En la <strong>noche</strong> <strong>llegan</strong>. Un grado más intenso de negrura los distingue apenas<br />

en la oscuridad. Cuando las sombras revelan las siluetas bañadas<br />

de plata y la luz de la luna dibuja claros en los senderos, adquieren el<br />

valor de lo inexistente. Mimetizados con el entorno, su presencia se<br />

siente como una brisa nueva en el calor de la selva. No los ha visto<br />

nunca. Si sus sentidos no estuvieran agotados por la costumbre urbana,<br />

por las luces estridentes y los claxons, tal vez podría penetrar la<br />

<strong>noche</strong> y vislumbrarlos, percibir el crujido de una rama o el suspiro de<br />

la tela en movimiento, el destello del cañón de un fusil. No es que lo<br />

desee. Prefiere su soledad, el anonimato. Sin las conversaciones con<br />

el muchacho, interrumpidas por periodos de apatía, dudaría de su<br />

voz. Los habitantes del poblado son visibles pero silenciosos como<br />

las sombras nocturnas. Sabe que su presencia es aceptada por el agua<br />

y los alimentos que depositan junto al muro todas las mañanas. Sólo<br />

la mujer de ojos tristes se le acerca y lo mira sin hablarle. Él la llama<br />

María, con la esperanza de convocar mediante un nombre la posibilidad<br />

del diálogo. Pero ella no niega ni afirma. A señas le indicó,<br />

aquella primera mañana, que debía hervir el agua. Él no entendió; su<br />

empeño en las palabras lo hizo locuaz, la persiguió a preguntas con<br />

el riesgo de ahuyentarla. Ella tomó el recipiente que él sólo después<br />

reconoció como una olla de peltre ennegrecida; con paciencia avivó<br />

las brasas, colocó encima la olla y se sentó a esperar. Él supuso que<br />

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quería preparar café y sacó una lata del saco de lona. La mujer negó<br />

con la cabeza. Tras un larguísimo intervalo, el agua empezó a hervir<br />

y ella le hizo señas de esperar aún. Cuando el tiempo de hervor le pareció<br />

suficiente, tomó el asa con la punta del rebozo para no quemarse,<br />

retiró la olla del fuego y la puso a un lado. Acercó el traste de<br />

barro con frijoles, un montón de tortillas; contempló la estética de su<br />

pequeña naturaleza muerta y salió sin mirarlo. Él dijo gracias.<br />

<strong>De</strong>sde entonces aprendió la lección y sale muy temprano a buscar<br />

la ofrenda nocturna y deja hervir largamente el agua. Es su primera<br />

ocupación del día, su ritual. Se ha vuelto ahorrativo, con el agua ya<br />

casi fría llena las dos cantimploras. Sólo así tienen que beber en las<br />

<strong>noche</strong>s y no se ven obligados a consumir el líquido tibio que apaga la<br />

sed pero no la satisface. Si tuviera otra olla almacenaría reservas, pero<br />

sólo cuenta con las cantimploras, la suya y la que encontró junto al<br />

muchacho. Por lo demás, eso implicaría salir a recolectar agua de<br />

algún riachuelo, explorar el territorio. Las pocas veces que se aventuró<br />

fuera de su refugio pudo ver siluetas desapareciendo con prisa<br />

dentro de las chozas. Lo cuidan pero no quieren verlo o que él los vea.<br />

Ha aprendido a respetarlos. Sólo María, la del nombre inventado,<br />

María la embajadora, niega las posibilidades fantasmales del lugar.<br />

Cuando se despierta al alba, la sorprende atravesando la tierra de<br />

nadie que separa el poblado de su refugio para traerles los suministros<br />

que los mantienen con vida. Camina ladeada por el peso de la olla,<br />

idéntica a la que recoge. Las ollas se convierten en el único lazo entre<br />

ellos y el poblado, el reconocimiento de su mutua existencia; inevitablemente<br />

se sustituyen una a la otra, engranes de una precaria cadena.<br />

El muchacho se sostiene apenas con su ayuda, brinca en un solo<br />

pie en sus momentos alegres. Él desearía ser más hábil en este tipo de<br />

contingencias. Sin embargo, se ha instalado en una especie de aletargamiento<br />

mental. Suspension of disbelief. Todo es posible, o nada, y<br />

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sólo hay una meta: llevarse al muchacho de aquí. Entiende que hay dos<br />

treguas, la externa y la que se le ha otorgado a él. Por cuánto tiempo,<br />

no lo sabe. Ni sabe si está por llegar algún auxilio, que él no ha pedido<br />

porque tampoco sabe cómo ni a quién. Aquí es donde se evidencia<br />

su falta de capacidad. Cualquier otro habría traído un radio, dejado<br />

instrucciones de su destino, de buscarlo al cabo de algunos días. Claro<br />

que buscarlo, dónde. Ni él lo sabía. Megan debe estar haciendo algo.<br />

Por el muchacho desde luego; también por él. Pero como no puede<br />

hacerlo oficialmente, sus esfuerzos serán lentos y difíciles. Se encuentran<br />

en un territorio peligroso, el muchacho y él. Física y metafóricamente.<br />

Ecuaciones molestas para todos los bandos. Si pertenecieran<br />

a alguna organización reconocida sería distinto; se harían indagaciones,<br />

se diría en los periódicos. Así, nadie querrá asumir una paternidad<br />

cuestionable: la embajada porque no quiere ver a sus ciudadanos<br />

envueltos en un delicado asunto interno. Las autoridades, tal vez,<br />

porque su presencia reforzaría las acusaciones de injerencia extranjera.<br />

Pero no de este lado del espectro. Los gringos no hacen buenos<br />

guerrilleros ante la opinión pública. Confunden las lealtades. Y ellos,<br />

los hombres de la selva, lo que menos necesitan es aliados susceptibles<br />

de señalarse como miembros de la CIA. Lo cual sería inevitable;<br />

un sociólogo y un periodista con una historia de ambiguas definiciones.<br />

Megan hizo una elección equivocada. No encontró otra, seguramente.<br />

Eso para que no te hagas ilusiones. No fue por amor ni por<br />

confianza, sino por necesidad. Lo que sucedió entre ellos se explica<br />

por la angustia del hijo desaparecido que requiere la presencia de<br />

alguien más, una esperanza. Ni siquiera el recuerdo. Sus últimas palabras<br />

entonces fueron you fucking traitor. Triste manera de terminar un<br />

romance, de calificar a quien horas antes le hacía el amor. La empresa<br />

que le adjudicó necesitaba un héroe, un hombre audaz y experimentado.<br />

Ya se lo dijo Pepe, la última <strong>noche</strong> que estuvieron juntos. No te<br />

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metas, estas cosas son para otro tipo de gente. Cuando no hay nadie<br />

más...El muchacho se queja en sueños, por incomodidad o dolor.<br />

Quien sea que le entablilló la pierna sabía su oficio. Afortunadamente,<br />

porque él se habría paralizado. No parece haber fracturas complejas,<br />

ni otras heridas. Sólo que la curación improvisada le impide<br />

trasladarse, lo ata al catre que alguien consiguió para depositarlo ahí,<br />

entre los muros semiderruidos de algo que habrá sido una casa, un granero.<br />

<strong>De</strong>sde luego no guarda relación con el poblado de chozas de palma<br />

y troncos. Incluso la tierra de nadie, como él la llama, marca una<br />

distancia. ¿La hacienda de un antiguo terrateniente? ¿Una especie de<br />

fuerte en una época de guerras olvidadas? Lo poco que queda, restos<br />

de un arco, los tres pedazos de muro que sin embargo ofrecen un<br />

refugio suficiente, no permiten adivinar gran cosa. Mientras no llueva,<br />

esas cortinas de agua cerradas e interminables de estas zonas. Las<br />

quejas del muchacho le preocupan; se imagina huesos destrozados,<br />

gangrena, infecciones. Aunque despierto se comporta con tranquilidad.<br />

Es tan joven que no ha perdido el orgullo del estoicismo. Siempre<br />

se las arregla para hablar de cuando vengan por nosotros, o de<br />

cuando nos vayamos. Como si fueran dos los heridos, y no tuviera ninguna<br />

confianza en que él aporte la solución. Con buenas razones<br />

hasta ahora. El podría irse solo, sin duda. Tomar su mochila y su cantimplora<br />

y desaparecer una <strong>noche</strong>, antes de que venga María. Buscar<br />

la carretera por la que llegó y caminar hasta otro poblado más grande,<br />

un sitio comunicado desde donde llamar a Megan. Misión cumplida.<br />

Sólo que no habría tal.<br />

Se recarga contra las piedras desiguales del muro para fumar<br />

un cigarro. Casi las dos de la mañana. Hace un esfuerzo por distinguir<br />

alteraciones en la oscuridad. No es tan profunda hoy. A pesar de que<br />

no hay luna, es una <strong>noche</strong> clara. Sabe que es inútil, aunque es su<br />

hora. Los vio cuando ellos quisieron, y entonces su aparición fue<br />

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súbita. El espacio vacío se llenó con las figuras de tres hombres a<br />

quienes no oyó llegar hasta que los tuvo enfrente. Disfruta las bocanadas<br />

lentas. El muchacho no fuma, lo que le ha permitido ahorrar<br />

su provisión de cigarros. Les ofreció, aquella <strong>noche</strong>, y uno de ellos<br />

aceptó. Percibió la mirada codiciosa del que ha estado privado de<br />

un placer por largo tiempo. Aun así, se limitó a tomar dos cigarros y<br />

le agradeció con un ademán. Disciplina o discreción. Ya al irse, él le<br />

extendió la cajetilla y el otro la tomó y la guardó en la bolsa de la<br />

camisa caqui. Cada vez que saca un nuevo paquete del saco de lona<br />

hace un esfuerzo para no contar los que quedan. Es el límite que se<br />

ha fijado; antes de que se le acaben encontrarán la forma de irse. El<br />

muchacho, Tim, se recuperará lo suficiente para trasladarlo, o llegará<br />

el grupo anunciado. Si hubiera un animal, un burro o un caballo<br />

para treparlo en él. Lo único que se mueve en los alrededores son las<br />

gallinas de los habitantes del poblado; una vez entrevió algo que no<br />

supo si era un borrego o algún animal salvaje. <strong>De</strong>be haberlos, pero los<br />

ruidos que oye son de los pájaros, sobre todo a la salida y la puesta del<br />

sol. Siempre ha pensado que si algo sucede, será a esas horas, cuando<br />

el escándalo de los pájaros cubre cualquier otro sonido. Si fuera un<br />

buen cazador, podría tratar de tirarle a alguno con el arma que le<br />

dejaron. No sabe si son comestibles, y un balazo retumbaría a muchas<br />

millas de distancia.<br />

Tim lo llama con su voz animada de los despertares. María y la<br />

voz de Tim son los acontecimientos que trae el amanecer. Los hábitos<br />

de siempre desaparecen tan fácilmente. No recuerda haber dejado<br />

de leer por más de un día o dos en su vida. Un libro le daría la<br />

posibilidad de encontrar un tiempo paralelo, aliviaría la inacción. Ya<br />

se acostumbró a llenar las horas con gestos pequeños, como hervir el<br />

agua o tostar las tortillas para que pierdan el sabor ligeramente terroso,<br />

meras interrupciones en su quehacer principal: la contemplación<br />

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de la selva que empieza no muy lejos del refugio, después del leve<br />

descenso. El poblado está construido en un promontorio, como para<br />

tener una mejor vista sobre el mar de árboles. <strong>De</strong>sde el aire le recordó<br />

una coliflor, macizos redondos, tan juntos que nada parece poder<br />

penetrarlos. El piloto de la avioneta, proclive al humor negro, le dijo,<br />

mire, se cae uno ahí y no lo encuentran nunca. Eso que ve está a<br />

muchos metros del suelo, y es tan denso que lo atrapa como una red.<br />

Si se cae una avioneta desaparece entre las copas, no llega a tocar<br />

piso. No le creyó del todo pero tampoco le pareció tranquilizador el<br />

comentario. Imaginó su esqueleto como un títere, suspendido por<br />

los siglos de las ramas de una ceiba. Imponente tumba, hermosa.<br />

Balancearse para siempre entre los gritos de las guacamayas y los<br />

pájaros de todas clases que habitan ese otro bosque invisible desde abajo.<br />

Cuando aterrizaron pudo darse cuenta de la longitud de los tallos<br />

de la coliflor y la densidad de los macizos, y le creyó al hombre.<br />

Piensa en Megan en su departamento, donde él insistió que se<br />

quedara para evitar el gasto del hotel. No sé cuanto tiempo va a llevar<br />

esto, estarás más cómoda. La convenció con lo del teléfono, la contestadora.<br />

Más seguro que la recepcionista. Sobre todo si sales. No<br />

tengo a qué salir. Por Dios, no puedes quedarte enclaustrada las veinticuatro<br />

horas del día. Sal a comer, al cine. No quiero hablar. No<br />

puedo. Megan. Cuando oyó su voz por teléfono se le perdieron veinte<br />

años. Cómo me encontraste. La embajada, y luego la agencia de<br />

noticias. Él se portó cauteloso, por aquello del you fucking traitor. No<br />

se lo merecía pero tampoco son las palabras ideales para recordar.<br />

Cuando fue a buscarla al aeropuerto acabaron de perdérsele los años.<br />

Megan es casi la misma; más delgada tal vez, o en diferente forma.<br />

Menos alta de lo que la recuerda. Arrugas muy ligeras que alargan sus<br />

ojos. La melena castaña más corta, pocas canas en el mechón que le<br />

cae sobre la frente. Idéntico. La cara angulosa, eso sí, ahora con un ges-<br />

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to duro alrededor de la boca que antes no tenía. No supo si darle un<br />

beso, alargar la mano, abrazarla, y se petrificó en una sonrisa idiota.<br />

Ella, más dueña de sí, se estiró sobre las puntas de los pies para besarlo<br />

en la cara. Ese gesto, ese pararse de puntas le dejó las manos sudorosas<br />

y un hueco en el estómago. No es posible, casi treinta años<br />

después. You fucking traitor.<br />

***<br />

Cuando lo encontró después de las misteriosas entrevistas y el viaje,<br />

primero en avión, luego en avioneta, en jeep y por último a pie, no<br />

pudo asimilarlo a la fotografía que le dio Megan. Ahí era casi un niño<br />

en uniforme de beisbol, la gorra ladeada y la sonrisa amplia. Lo que<br />

vio frente a él fue un hombre, muy joven, pero indiscutiblemente<br />

adulto. El pelo largo, el atuendo semimilitar con el paliacate rojo al cuello,<br />

y el gesto de dolor en medio de la barba de muchos días. En la selva<br />

no hay muletas; sus compañeros habían implementado unas,<br />

ingeniosas: un par de troncos largos y, sujetada con tiras de tela, una<br />

cruceta de otros más pequeños. El cuerpo colgaba un poco, como el<br />

de un torturado medieval, porque los sostenes eran cortos para su<br />

estatura. La pierna sana se apoyaba firme, y la otra arrastraba, tiesa en<br />

su andamiaje de tablas y vendas. Hablaba con sus compañeros en<br />

un español con muy poco acento, salpicado de palabras desconocidas.<br />

Los hombres aparentemente trataban de convencerlo que él era<br />

de fiar, lo señalaban con gestos y quiso entender algo como vino de<br />

lejos, es de la capital. Gringo. La palabra se repite muchas veces. Es<br />

gringo, como tú. El muchacho lo mira fijamente. Gringo from where,<br />

como primer indicio de que toma en cuenta su presencia. Soy amigo<br />

de tu madre. No quiso contestarle en inglés, aislarse con él en un<br />

enclave idiomático. Aunque por lo menos uno de los hombres lo<br />

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habla fluidamente, lo oyó bromear con el muchacho. Ya lo checamos.<br />

<strong>De</strong>spués se lo llevaron aparte y le explicaron. El poblado, el<br />

refugio. Puedes quedarte con él hasta que vengan a buscarlos. ¿Quiénes?<br />

Ya veremos. Estarán seguros, mientras no haya ataques. Hay<br />

grupos de auxilio, mandaremos avisar. Todo le pareció demasiado<br />

vago. ¿No podemos quedarnos con ustedes? El hombre se rió y luego<br />

le dijo, en tono serio: no puede venir con la pierna así. Nos vamos<br />

hacia adentro. Él hubiera preferido la seguridad del número, contar<br />

con estos individuos evidentemente capaces para ayudarlo con el<br />

herido. <strong>De</strong> lejos vio al muchacho abrazar a uno de sus compañeros,<br />

aferrarse a él con riesgo de perder el equilibrio. El otro lo consuela con<br />

palmadas, le habla largamente, se da la vuelta y se pierde entre los<br />

árboles. <strong>De</strong> pronto casi todos han desaparecido, sólo quedan dos<br />

para ayudar al muchacho y otro que lo jala a él de un brazo. Lo lleva<br />

por un sendero difícil de adivinar entre la maleza, a ratos suben resbalándose,<br />

atraviesan un vado semiseco. <strong>De</strong>sde luego no es el camino<br />

por donde llegó. Ese lo recorrió aturdido, tropezándose al seguir<br />

la sombra frente a él. No más de una sombra. El encuentro fue de<br />

<strong>noche</strong>. Tuvo que esperar casi tres horas junto a la carretera, si se le<br />

puede llamar así, un camino de terracería destrozado por las pasadas<br />

lluvias. Ahí lo dejó el jeep, con la consigna de esperar. El territorio del<br />

silencio. A partir del momento en que logró que le creyeran, ha pasado<br />

de mano en mano y nadie le ha dicho una palabra más de las<br />

indispensables. Toma el vuelo número tal. Alguien te estará esperando.<br />

Supone que tienen fotos suyas; si no, es inaudita la certidumbre<br />

con la que los sucesivos alguien lo identifican, se le acercan, lo<br />

guían hasta el relevo. Eso es, una carrera de relevos, y él la estafeta<br />

muda. Ya se acostumbró a no hacer preguntas; se deja llevar, dócil, trepa<br />

al vehículo en turno sin cuestionar. Sólo el piloto de la avioneta se<br />

mostró locuaz, aunque no reconfortante. <strong>De</strong>sde luego no se le ocu-<br />

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ió comentar su destino que, por lo demás, no conocía. El hombre<br />

pareció tomarlo por experimentado en estos asuntos.<br />

Vio caer la <strong>noche</strong> junto al camino, y con ella sus temores. <strong>De</strong><br />

fallarle a Megan, de fracasar ahora que está a punto de encontrarlo.<br />

Más poderoso, el pánico a que lo dejen abandonado en esta desolación,<br />

a los animales, las víboras. Sentado sobre el saco de lona, contempla<br />

el recodo por donde desapareció el jeep, y calcula el tiempo de<br />

recorrido desde la pista de aterrizaje. Otro eufemismo; un llano<br />

demasiado corto, que obligó al piloto a frenar con toda el alma.<br />

Como cinco horas; a pie...y en la <strong>noche</strong>. Ni pensarlo. En todo caso,<br />

tendrá que buscar dónde refugiarse y esperar el día. Esperar. <strong>De</strong>sde<br />

que llegó Megan, su vida se convirtió en un largo compás de espera.<br />

El parloteo de los pájaros parece llevarse la luz; la oscuridad y el ruido<br />

se acercan paralelos. Primero se borran los árboles más lejanos, luego<br />

los de su lado del camino; éste es ya casi lo único visible. Empieza<br />

a dibujarse como un sendero metálico, salpicado aquí y allá de puntos<br />

brillantes, ínfimos destellos preciosos entre los pedruscos. A lo<br />

lejos, el recuerdo del sol roza el borde de alguna nube, y de pronto, el<br />

cielo se prende de rojos y grises; bandadas de pájaros, guacamayas tal<br />

vez, cruzan por el horizonte incendiado, llenando todo con sus gritos.<br />

La garganta se le cierra. Cómo es posible, en tantos años de vivir<br />

en este país, no conocer semejante esplendor. Atardeceres sí, muchos,<br />

en las mágicas playas, en los desiertos del norte. Pero nunca en esta<br />

soledad. Podría ser el último hombre. O el primero. Pero no es el<br />

único. A su lado se materializa una figura y casi deja escapar un grito.<br />

La ve como un recorte sólido contra el trasfondo grisáceo. Una<br />

mano toca su hombro, una cabeza hace señas. Carga el saco sobre la<br />

espalda y se dispone a seguirlo.<br />

Así empezó la última etapa. Caminó interminablemente, siempre<br />

detrás de su guía; hombre o gato, tal es su habilidad para colocar<br />

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los pies en el lugar correcto, mientras él tropieza, resbala. No ve las<br />

ramas hasta que siente el golpe o los arañazos en la cara, no percibe<br />

lo empinado del terreno hasta que éste se convierte en una pared<br />

frente a él y tiene que avanzar con las manos extendidas para atrapar<br />

un arbusto, un tronco, y jalar con todas sus fuerzas. El guía debe oír<br />

su respiración, porque a intervalos aminora el paso y lo deja alcanzarlo.<br />

En un momento siente que debe detenerse para que no le estallen<br />

los pulmones. Espérame, jadeante. El hombre voltea, se recorta contra<br />

el cielo; no tiene cara, la cabeza es un todo negro donde apenas se<br />

distinguen los ojos. Un reflejo de pánico. No es humano, es una<br />

pesadilla que lo va adentrando en este infierno de cansancio. El ser,<br />

unos pasos adelante, parece descomunalmente alto, alto y negro,<br />

inclinado, mirándolo como a un insecto. Su miedo debe olerse, palparse.<br />

Es tarde, dice el hombre, y en el tono se insinúa una sonrisa. El<br />

sonido lo devuelve a la razón. Esto es la selva, éste es un individuo de<br />

carne y hueso, y yo me estoy muriendo de fatiga. Con enorme esfuerzo<br />

se pone de pie; el hombre negro da unos pasos hacia él y le quita<br />

el saco. Yo lo llevo. Intenta protestar, pero sabe que con ese peso<br />

no podrá seguirlo mucho tiempo. Su guía se lo echa a la espalda con<br />

facilidad. Ahora la sombra es más voluminosa, la distingue mejor<br />

frente a él. No tiene idea del tiempo, pone un pie frente a otro mecánicamente<br />

y poco a poco logra respirar al ritmo de la marcha. El<br />

hombre lo nota y acelera, como si estuviera unido a él por un hilo invisible<br />

destinado a mantener la distancia entre ellos siempre igual.<br />

Apenas oyó un, espera aquí, cuando sintió el saco rodar a sus pies<br />

y el guía desapareció. Agotado, se acomodó contra la lona y prendió<br />

un cigarro. La llama del encendedor alumbró un pequeño círculo,<br />

los árboles son menos espesos aquí. Al exhalar el humo levanta la<br />

cabeza y percibe una claridad difusa entre el ramaje alto. El amanecer<br />

o la luna; no tiene idea de las horas transcurridas. Ellos deben<br />

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calcular perfectamente cuáles <strong>noche</strong>s los protegen y cuáles ofrecen el<br />

peligro de una luminosidad reveladora. Aunque la luz se extiende<br />

allá arriba, sobre las copas. A ras del suelo se vive en un sótano verde<br />

donde los seres se escurren invisibles; la tierra desaparece bajo<br />

su húmeda capa vegetal que apaga todo sonido. Ellos, criaturas de la<br />

selva, se disuelven en el verdor y la oscuridad. Podría estar rodeado<br />

sin darse cuenta. Sacerdotes de tiempos paganos, habitan los troncos<br />

y los helechos, se revelan a los ojos mortales cuando quieren.<br />

***<br />

<strong>De</strong>be haberse quedado dormido; los dedos sostienen el filtro ya sin<br />

tabaco. Siente la camisa acartonada por el sudor y un hormigueo de<br />

cansancio en las piernas. Se levanta, prende otro cigarro y da unos<br />

pasos. La claridad de antes es ahora un domo gris fragmentado por<br />

los trazos negros del follaje. <strong>De</strong>be ser la luna, o ya habría amanecido.<br />

The rain forest. ¿Lo será realmente, o es sólo el nombre genérico que<br />

le adjudica a estos territorios desconocidos? Él es un especimen<br />

urbano y las sutilezas de la biodiversidad se le escapan.<br />

Esta vez sí los oye; cuerpos que arrastran las ramas, algún murmullo<br />

en sordina y por fin pasos. Aquí, tan lejos de todo asentamiento<br />

humano, no se cuidan. <strong>De</strong>spués se dio cuenta que estaban a poca<br />

distancia del poblado, pero entonces se sentía perdido. Llegaron en<br />

grupos de dos o tres, todos el mismo hombre sin rostro. En ese<br />

momento oyó la conversación de uno de ellos con el muchacho,<br />

notó las reticencias de éste, y por fin la pregunta: gringo from where.<br />

Ya lo checamos. Apenas le dieron tiempo de decirle unas palabras<br />

antes de separarlos para alcanzar el refugio por rutas distintas. Encontró<br />

imposible estar tan cerca, y se sintió engañado como en esos juegos<br />

de niños en que hacen girar a la víctima vendada para que pierda<br />

15


el sentido de ubicación. Llegaron al amanecer; la neblina subía del<br />

suelo hasta confundirse con el humo de las chozas. Oyó cantar un<br />

gallo, y dos o tres siluetas blancas se movieron a lo lejos.<br />

16<br />

***<br />

Tim es un enigma para él, a pesar de la cercanía impuesta por la<br />

reclusión. A veces buen conversador, en otras se retrae como<br />

molusco dentro de su concha, contesta con monosílabos, o se pasa<br />

horas en silencio de cara a la pared. Es medio niño todavía, se dice,<br />

un niño que ha vivido más allá de sus años. Le ayuda varias veces al<br />

día a dar unos pasos al aire libre; la pierna entablillada le pesa demasiado,<br />

su respiración se acelera, puede sentir el sudor a través de la<br />

camisa. Se bañan en las <strong>noche</strong>s, para refrescarse y poder dormir; una<br />

pasada del trapo mojado con el agua que queda en el fondo de la<br />

olla. El muchacho se frota con furia y deja escurrir las últimas gotas<br />

sobre el pelo, sacudiéndose después como un joven animal impaciente.<br />

Es entonces cuando se le ve entusiasta y platican. Nunca le<br />

ha preguntado sobre su relación con su madre; parece asumir como<br />

normal que un desconocido venga a enterrarse a la selva para cuidar<br />

al hijo ¿de quién? ¿de una amiga? ¿de una amante? La situación<br />

no le provoca curiosidad, por lo visto. ¿Tendrá Megan tantos hombres<br />

en su vida dispuestos a cualquier cosa por ella? Él ha aludido<br />

al pasado, vagamente, como una invitación que se recibe sin interés.<br />

Cuando conocí a tu madre, las épocas universitarias... El muchacho<br />

lo ignora o cambia la conversación. ¿Habrá rencores de por<br />

medio, una madre cuya actitud demasiado libre incomoda al hijo<br />

adolescente? Viuda muy joven para cancelar ciertos aspectos personales.<br />

Sin embargo, habla de ella como de una amiga, alguien que<br />

aprueba su conducta sin condiciones. Megan entusiasta y equívoca.


Así era, y tal vez lo siga siendo. No puede evitar un sentimiento<br />

de injusticia hacia su persona. Con casi tres décadas de intermedio,<br />

Megan viene a deshacer su vida. Por momentos siente que esto<br />

es un sueño; no es él, hombre de existencia precavida, el que se<br />

pasa las horas fumando frente al telón verde en medio de la nada.<br />

Los otros sueños, los que lo hacen agitarse por las <strong>noche</strong>s en su<br />

sleeping-bag, construyen un escenario surrealista. Se encuentra casi<br />

siempre en un bosque, pero no éste que lo rodea, sino uno mítico,<br />

de pinos que <strong>llegan</strong> hasta una playa de fuerte oleaje. A menudo<br />

aparece ella, en distintos tiempos, la joven de antes y la mujer de ahora<br />

que se echó en sus brazos como buscando un salvador. Sale del<br />

mar cubierta por una camisa transparente, una y otra vez, como un<br />

disco lastimado que repitiera los mismos acordes siempre. El deseo<br />

por ese cuerpo casi desnudo lo despierta. Nunca la alcanza, no llega<br />

a tomarla en sus brazos para arrancarle la camisa empapada. Sólo<br />

puede verla desde una altura inverosímil que le permite abarcar la<br />

playa y los bosques. Se levanta a refrescarse fuera del sleeping y piensa.<br />

Megan y las olas, una metáfora idónea. A lo mejor se equivoca; no<br />

sabe de los años intermedios. Sabe de la aparente tranquilidad de los<br />

suyos, pero no de la imaginada turbulencia de los de ella. En esos<br />

dos vocablos se asientan las razones. Tal vez la certidumbre de esa<br />

distancia lo hizo mantenerse lejos. No podría atrapar el recuerdo de<br />

una tentación consciente por buscarla, averiguar su paradero, algo<br />

tan fácil. Rabia, rencor, desencanto, impotencia. Miedo. Cómo<br />

jerarquizar la escala de sentimientos, trazar la evolución de algo<br />

que entonces no podía definir. Creía haberla borrado de su memoria.<br />

¿Olvidó en verdad a Megan durante tantos años? Si así fue, es<br />

incomprensible esta disponibilidad demente. Pareciera haberla estado<br />

esperando para reaccionar como siempre lo hizo con ella. Salvo<br />

esa vez.<br />

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