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EL PARTIDO REVOLUCIONARIO
Roger Gutiérrez
LA CRÍTICA Y LA AUTOCRÍTICA
Roger Gutiérrez
Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia;
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Caracas – Venezuela
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Portada: Julio Añon. Maquetación: Raúl Tamaris
Corrección de textos:Thalia Ruiz, Xiomara Rojas
Nota al lector:
El texto fue transcrito conservando la gramática y ortografía del autor
Abril 2009. Impreso en la República Bolivariana de Venezuela

EL PARTIDO REVOLUCIONARIO
LA CRÍTICA Y LA AUTOCRÍTICA
Roger Gutiérrez

Presentación
Los revolucionarios de nuestra época estamos
obligados a cumplir con la premisa leniniana de
que “sin teoría revolucionaria, no hay revolución”.
Cobra vigencia histórica esta premisa en la etapa
de la Revolución Bolivariana, porque además de
señalarnos la necesidad de teorizar sobre el proceso,
nos obliga a participar directamente en su
construcción y desarrollo.
Este libro es el primer intento, debajo del cielo de
Mérida, por acercarnos al conocimiento teórico de
lo que es y debe ser el partido revolucionario que
sirva de vanguardia de la Revolución Bolivariana.
Con sencillez y precisión, Roger Gutiérrez lleva al
lector y al estudioso interesado en el tema del partido
desde su conceptualización, pasando por los
principios de organización, hasta llegar a los principios
de funcionamiento. La dialéctica del movimiento
revolucionario a escala mundial nos ha
enseñado qué tipo de partido debemos construir,
cómo conducirlo y, precisamente por ser un proceso
dialéctico, en consecuencia cambiante permanentemente,
ahora de lo que se trata es de
5

establecer en este momento y en este lugar, Venezuela,
las bases para que nuestro Partido Socialista
Unido de Venezuela (PSUV), sea esencialmente,
además de socialista y unido, revolucionario.
El partido revolucionario debe servir de orientación
a los cuadros y a la militancia en general sobre
la conducta que debemos asumir cotidianamente
como miembros de una organización política que
se constituye para conquistar y mantener el poder,
pero fundamentalmente servirá de método en las
tareas que debe cumplir esa organización política
para realizar los grandes cambios estructurales
mediante la revolución social. De ahí la importancia
de leer, entender, discutir y difundir más allá de la
militancia este trabajo que presentamos hoy, y que
esperamos despierte la capacidad de reflexión de
quienes nos inscribimos en esta época de cambios
sociales y económicos liderizados por nuestro
Comandante Hugo Chávez Frías.
6
Ángel Cárdenas

EL PARTIDO REVOLUCIONARIO

I.- CONCEPTOS
Varias definiciones pueden ser propuestas acerca
del concepto partido, sin embargo, y en esencia, un
partido es una organización política que se constituye
para conquistar y mantener el poder. Esto significa
que es una organización de hombres y
mujeres que se conforma como tal, para el fin de
asumir el control político de la sociedad con vistas a
conservar las estructuras sociales existentes o a
cambiarlas. Ahora bien ¿qué es un partido revolucionario?
La pregunta no es ociosa, porque el partido
revolucionario a causa de su especificidad, la de
revolucionario, debe ser definido aparte.
Por revolución entendemos la toma del poder
político, el cambio de estructuras económicas,
políticas y sociales y, sobre esa base, la edificación
de una sociedad centrada en la justicia, la
igualdad, la solidaridad y la cooperación. Por
tanto, el partido revolucionario es una organización
política que se constituye con el fin inmediato o
inicial de conquistar y mantener el poder, realizar
los grandes cambios estructurales mediante la
revolución social protagonizada por todo el pueblo,
9

con el fin último de cancelar una época histórica
basada en el dominio de las clases explotadoras y
en las injusticias sociales, y crear una sociedad
cuya característica principal sea el bienestar del
pueblo. Esto es así porque en el periodo histórico
en que vivimos, un partido es revolucionario
solamente si representa y defiende los intereses
populares.
Acerca de la composición del partido revolucionario
se ha creado lo que pudiera llamarse un falso dilema,
el cual puede expresarse en la pregunta: ¿partido de
cuadros o partido de masas? en la que, en la primera
parte, se asume al partido de cuadros como huérfano
de masas y, en la segunda, se entiende al partido de
masas como desprovisto de cuadros. Decimos que
es un falso dilema porque un partido puede ser de
cuadros y de masas a la vez, lo cual, ciertamente, es
lo deseable y lo revolucionariamente efectivo. Es más,
si alargáramos la reflexión en torno a esto, veríamos
que un partido revolucionario de cuadros necesita y
crea una determinada inserción de masas, y veríamos
también que un partido revolucionario de masas
necesariamente genera su propia estructura de
cuadros, realidad ésta que anula toda esa ortodoxia
conceptual contenida en la pregunta mencionada.
10

Como sea, el debate en torno a tal “dilema” y
la praxis que le ha acompañado, ha producido ya
una síntesis, como se ve en las iniciales líneas
organizativas internas del PSUV, y que puede
resumirse en los siguientes términos: el partido
revolucionario debe estructurarse como una
organización de amplias masas de militancia
sostenida por una columna vertebral de cuadros
comprometidos, combativos, valerosos y heroicos.
Ahora bien, el partido revolucionario para ser una
organización eficaz, necesita estructurarse y actuar
conforme a un conjunto de principios de organización
y funcionamiento. Por principios entendemos aquí
las ideas o bases sobre las que se erige un sistema,
una organización, etc., por lo cual el concepto principios
puede ser sinónimo del concepto fundamentos.
Los que siguen son algunos de ellos:
II.- PRINCIPIOS DE ORGANIZACIÓN
El partido se organiza en torno
de una ética socialmente creada
Ética, según el Diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española, es la “...parte de la filosofía
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que estudia la valoración moral de los actos humanos”,
y también el “...conjunto de principios y normas
morales que regulan las actividades humanas”.
Esta segunda acepción parece ser la más pertinente
para la presente exposición.
Ese conjunto de principios y normas morales varía
con el desarrollo de las sociedades, y más específicamente,
varía según el tipo de sociedades. Así, por
ejemplo, valores que prevalecen en el capitalismo
como la explotación, el egoísmo y la competencia, en
el socialismo serán gradualmente sustituidos por el
trabajo libre, la solidaridad y la cooperación. Por eso
afirmamos que se trata de una ética socialmente creada,
es decir, condicionada por el tipo de relaciones
existentes en la sociedad, y no el producto de la elaboración
de un o unos cuantos pensadores de ética,
si es que puede decirse así.
Lo anterior plantea un problema que debe ser resuelto:
¿Pueden surgir valores éticos socialistas en
el seno de la sociedad capitalista, es decir, antes que
el socialismo esté instalado? Se puede afirmar que
sí, pero entendiendo que surgen como contradicción
a los valores extendidos del capitalismo y, por
tanto, existen inicialmente sólo como patrimonio de
los revolucionarios y como valores difusos de las clases
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populares. Que estos valores se extiendan y se integren
a la conciencia política de las clases objetivamente
revolucionarias de la sociedad, va a depender de que
los revolucionarios realicen una práctica consecuente
de sus postulados teóricos éticos, es decir, de su praxis
revolucionaria. En tal caso, esos valores inicialmente
débiles y solo existentes como contradictores a los del
capitalismo, se convertirán en negación del mismo,
siempre y cuando las masas se convenzan de la necesidad
de que, mediante la revolución social, esos nuevos
valores presidan las relaciones humanas.
Por lo anterior, todos los valores que hacen que
los humanos se sientan orgullosos de su
humanidad, deben acrisolarse en el militante del
partido revolucionario, prefigurando la sociedad
que los revolucionarios socialistas quieren construir,
actuando, por tanto, de manera ejemplarizante
sobre quienes aun no han alcanzado el escalón de
revolucionarios; si no es así, la condición de
revolucionario se niega automáticamente.
Como sería muy extenso nombrar todos los valores
componentes de la ética socialista, limitémonos
a señalar que la búsqueda del valor de la igualdad
social –del cual se generan otros valores–, pero sobre
todo el comportamiento en pie de igualdad con los
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demás, es el principal valor que debe encontrarse en
todo militante del partido revolucionario. Por el
contrario, no se entiende ni debe entenderse como
militante revolucionario al individuo egoísta, incapaz
de desprendimientos y renunciaciones por el bien de
los demás, insolidario, preocupado sólo por obtener
bienes materiales, que ve al partido y al Estado como
escalera para su bastarda ambición de hacer carrera
y riqueza, inescrupuloso, que no echa su suerte con
los pobres y los demás.
El optimismo histórico de que la humanidad
alcanzará los peldaños de la libertad y del bienestar
pleno, y el compromiso duradero con la causa de la
emancipación de todos los pueblos del mundo, debe
ser parte integrante del conjunto de valores nuevos
practicados por los militantes del partido revolucionario.
Ese optimismo conducirá a luchar con
alegría y confianza, como en el caso del comandante
aquel a quien su ayudante le dice: “Comandante, el
enemigo nos tiene rodeados” y él, impertérrito y
festivo, le contesta: “Mejor, así no se nos escapan” o
como cuando Fidel Castro, con apenas un puñado
de hombres y de armas, exclama: “¡Ahora sí
ganamos la guerra!”. Y ese compromiso duradero,
permitirá vivir la vida y las luchas con honor, porque
en definitiva, el partido revolucionario debe ser en
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cada uno de sus militantes y en su todo, la
conciencia, la inteligencia y el honor de la época.
El partido revolucionario se organiza
en torno de los intereses
de determinadas clases sociales
En todas las épocas y en todas partes, cuando
las luchas sociales se agudizan, es decir, cuando a
partir de sus diferencias las clases sociales entran
en contradicción y en antagonismo inconciliable y
traban luchas entre ellas, las clases dominantes
siempre han acusado a los revolucionarios de
inventar y atizar la lucha de clases. Sin embargo,
ocurre que las clases surgen del modo de
producción determinado, y cuando dicho modo de
producción tiene una base antagónica, las clases
sociales que surgen de él, son también antagónicas;
esto es, que las clases sociales y la lucha entre ellas
no son invento de nadie y tienen existencia objetiva.
Durante un largo periodo de la historia humana
no existieron las clases sociales, pero cuando surgió
la propiedad privada éstas aparecieron, dividiéndose
la sociedad. Desde entonces, pero sobre todo
en la modernidad capitalista, los ideólogos burgue-
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ses han tratado de desvirtuar esa realidad, algunas
veces negando de plano su existencia y, en otros
casos, elaborando falacias sobre sus orígenes y características;
así, por ejemplo, las diferencias de clases
las explican como producto de los lugares
donde la gente vive, del grado de educación de las
personas, etc., convirtiendo de esta manera, en términos
generales, la consecuencia en causa.
Pero, ¿qué son las clases sociales? Fue Lenin
quien precisó sus características principales a partir
del examen profundo del modo de producción,
señalando que: “...son grandes grupos de hombres
que se diferencian entre sí por: 1) La relación que
tienen con respecto a los medios de producción, 2) El
lugar que ocupan en el modo de producción
históricamente determinado, 3) El papel que cumplen
en la organización social del trabajo, y 4) La forma y
magnitud en que obtienen su parte de la riqueza
socialmente creada”.
Estas diferencias, en apretada explicación,
significan que: 1) Unas clases son poseedoras de
medios de producción (propiedad privada), y otras
clases sociales no; 2) Que por lo anterior, unas
clases están en la posición de dominantes y
explotadoras, y otras en posición de dominadas y
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explotadas; 3) Que las clases poseedoras dirigen y
organizan la producción y la sociedad, y las clases
desposeídas ejecutan el trabajo y; 4) Que las clases
poseedoras se apropian del producto social en
forma de renta de la tierra, plusvalía o ganancia
capitalista y otras formas, en cantidades muchas
veces mayores que las que obtienen las clases
desposeídas y explotadas en forma de salarios,
sueldos, ingresos en especie, etc., que sólo
representan una parte de lo que han producido.
Cuando las clases explotadas y oprimidas se dan
cuenta de su encuadramiento en las condiciones
precitadas, adquieren lo que en la teoría del socialismo
se denomina conciencia de clase en sí, es
decir, que reconocen su pertenencia a las clases explotadas
y oprimidas; y cuando desde esa primera
conciencia se dan cuenta que tienen sus propios e
independientes intereses respecto a las clases explotadoras,
asumen lo que aquella teoría denomina
conciencia de clase para sí. Es, entonces, cuando
los explotados comienzan a organizar sus luchas
contra sus explotadores y opresores.
Pues bien, el partido revolucionario, que precisamente
surge de esas clases y de esas luchas, si
es consecuente y realmente revolucionario, no
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puede sino interpretar y expresar los intereses de
esas clases y, por tanto, luchar por sus objetivos
inmediatos y estratégicos.
Sin embargo, no debe ignorarse que en un determinado
periodo histórico pueden coincidir los intereses
de clases diferentes, por lo que el partido
debe ser capaz de interpretar, expresar y luchar por
los intereses de ese bloque de clases, sin olvidar
jamás, pero jamás, que su razón de ser son los intereses
de las clases populares.
El partido se organiza en torno de la ideología
Existen varios enfoques con respecto al concepto
ideología, sin embargo en este trabajo asumimos
que ideología es: el conjunto de ideas que, surgiendo
de las condiciones materiales de existencia y
organizadas sistemáticamente como discurso,
explican a los hombres esas mismas condiciones
materiales de existencia y, al mismo tiempo, en
dependencia de cuáles éstas sean, generan en ellos
(hombres, grupos, clases sociales) actitudes de
rechazo o conformidad con esas condiciones, hasta
llegar a la conformación de ideales y desembocar en
praxis social.
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Siendo que las condiciones materiales de
existencia en las sociedades cuya base económica
es antagónica –como es el caso del capitalismo–
no son iguales para todos los hombres y los grupos
sociales como las clases, es natural que las ideas y
las ideologías de las diferentes clases enfrentadas
entre sí, acusen contradicciones y antagonismos.
Las clases dominantes y las clases dominadas se
explican de manera diferente las condiciones
materiales en que existen, de modo que podemos
decir que en las sociedades divididas en clases,
existe una ideología dominante y la ideología de los
dominados, de la cual surge –en un proceso
complejo– la ideología revolucionaria. La ideología
dominante tiene como una de sus principales
funciones lograr que los dominados piensen como
sus dominadores, que asuman las explicaciones
falsas que éstas les dan acerca de por qué viven en
miserables condiciones de existencia.
Igual sucede con la formación de los ideales, o
sea, las aspiraciones colectivas de los hombres, de
las clases sociales y de los bloques históricos de
clases. Los grupos humanos que están conformes
con sus condiciones materiales, porque éstas les
proporcionan bienestar material y espiritual,
tendrán como ideal social el mantenimiento de
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esas condiciones, las cuales son determinadas
estructuras económicas, políticas, jurídicas y
sociales que les garantizan tales beneficios. En
cambio, los grupos que rechazan tales condiciones
porque éstas les producen malestar a sus vidas,
preconizarán el ideal de cambiar dichas condiciones,
esto es, destruir y sustituir por otras las estructuras
económicas, políticas, jurídicas y sociales.
La ideología revolucionaria es un cuerpo de ideas
sistemáticas que explica a las grandes mayorías las
condiciones materiales de su existencia, las causas
de las mismas y, a través de los ideales (postulados
en la estrategia y el programa de la revolución), señala
los caminos de su superación. En tal sentido, a
la ideología revolucionaria le acompaña la teoría revolucionaria.
En la ideología revolucionaria se encuentra, por
lo menos: 1) Una permanente propuesta del cambio
social, 2) El cambio de lo injusto a lo justo, de
la inequidad a la equidad, y 3) La centralidad de los
intereses populares.
Acerca de este tema, el Dr. Heriberto González
Méndez en una breve introducción a su conferencia
“Confrontación entre las ideologías capitalistas y so-
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cialistas”, apunta: “Ideología es un conjunto organizado
de ideas políticas, jurídicas, económicas, morales,
religiosas, artísticas, filosóficas y científicas,
que intentan dar una explicación orgánica de la vida
de los hombres dentro de la sociedad. Este grupo
de ideas sobre la conducción de las sociedades se
divide en dos grandes tendencias, las conservadoras
y las transformadoras.
Las ideologías conservadoras justifican la organización
social existente y sirven para mantenerla.
Están al servicio de los intereses de las clases dominantes,
defienden su poder político, económico y
social, y justifican la sumisión de las clases dominadas.
Las ideas conservadoras tienen mayor fuerza
durante los períodos de estabilidad sociopolítica.
Por el contrario, las ideologías transformadoras
surgen cuando las clases dominadas toman conciencia
de su situación de explotadas; esto suele
ocurrir en los procesos de crisis sociales cuando la
ideología dominante, por cualquier razón, se debilita
y esto permite el florecimiento y la divulgación de las
ideas transformadoras. Estas se dividen a su vez en
dos grupos: 1. Las tendencias reformistas, que pretenden
un proceso de reformas en el sistema sin
cambiarlo y 2. Las tendencias revolucionarias, que
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uscan cambios radicales en las estructuras del sistema
y su sustitución por otra.
En la época actual se está produciendo una
confrontación entre el capitalismo neoliberal o
neoliberalismo liderizado por EE.UU., y un
neosocialismo o socialismo del siglo XXI, liderizado
por Venezuela y Hugo Chávez. Esta confrontación
ocurre en medio de una crisis del capitalismo.
El partido se organiza alrededor de
la estrategia, la táctica y
la línea política coyuntural
Para definir los conceptos de estrategia, táctica
y línea política coyuntural, necesitamos antes definir
qué es una línea política. Para los fines de este
trabajo, diremos que línea política es el conjunto de
orientaciones que traza un partido para guiar su
actividad en períodos más o menos largos, tramos
medianos y para momentos decisivos.
De modo que, línea estratégica es el conjunto de
orientaciones que traza un partido para guiar su actividad
en un período histórico más o menos largo.
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Por su parte, línea táctica es el conjunto de
orientaciones que traza un partido para guiar su
actividad en períodos más o menos cortos.
Y, por último, línea política coyuntural es la
orientación para guiar la actividad en esos momentos
decisivos de la lucha, en que se produce una inflexión
en la misma que obliga a cambiar de táctica, a
avanzar o retroceder.
Existe una correlación necesaria entre estrategia,
táctica y línea política coyuntural, expresada en el
hecho de que la línea política coyuntural se
subordina a la táctica, y las dos se subordinan a la
línea estratégica.
Volvamos a la estrategia y examinemos dos
aspectos importantes: los factores que la
determinan y los elementos que la componen:
En primer lugar, el examen y la conclusión
correcta acerca de la época histórica que se vive,
permitirá definir acertadamente el objetivo estratégico
de la revolución. Pero ¿a qué llamamos época?
Al período más o menos largo de la historia de una
sociedad en que unas clases dominan sobre otras,
ha constituido un sistema económico-social y ejer-
23

cen su dominación y hegemonía. Pues bien, si se
determina correctamente la época dada, se podrá
caracterizar el tipo de revolución a realizar, esto es,
el objetivo estratégico para instalar una nueva
época.
En segundo lugar, la caracterización de las clases
actuantes en la época –principalmente las clases
fundamentales–, la identificación de las contradicciones
que las enfrentan y, además, establecer cuáles
de las clases dominantes son las decisivas,
facilita determinar cuál es el enemigo estratégico
fundamental. Es decir, permite señalar a la o las clases
contra las cuales hay que dirigir los principales
golpes, puesto que al derrumbarse arrastran consigo
la dominación de sus clases aliadas.
En tercer lugar, la caracterización de las clases interesadas
en el cambio de época, permitirá identificar
las fuerzas motrices de la revolución. Son fuerzas motrices
el conjunto de clases interesadas en el cambio,
con el cual saldrían ganando socialmente.
Y, en cuarto lugar, la verificación de la conciencia
que de la época tienen las fuerzas motrices de la
revolución, el estudio sereno del grado de antagonismo
(o tú, o yo) existente en el enfrentamiento de
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clases y, el examen objetivo de la tradición del ejercicio
del poder político por las clases dominantes
(violento, represivo, civil, militarista, civilista de fachada,
democrático, combinado), contribuirá en la
determinación de la vía de la revolución.
También podemos precisar acerca de los factores
que determinan y los elementos que componen la
táctica, lo siguiente:
Lo primero a definir es el período político que se
vive dentro de la época. Llamamos período a una
fase de desarrollo de la época, con sus características
identificadoras específicas. De la definición acertada
del período surgirá, nítidamente cuál debe ser
el objetivo táctico principal.
Luego, al establecer cuáles de las clases dominantes
son las determinantes en el perísodo, se
podrá definir cuál es el enemigo principal y cuál el
peligro central.
Por otra parte, estudiar y precisar cuál es la correlación
de fuerzas y cuál el carácter de las contradicciones
y, sobre todo, cuáles son y qué grado
tienen las coincidencias de intereses entre las clases
favorables al cambio, facilitará la importante labor de
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diseñar la política de alianzas de clase que debe
mantenerse en el período político dado.
Y, finalmente, comprobar la agudeza de las contradicciones
y la intensidad de los enfrentamientos,
va a permitir definir las formas y los métodos de lucha.
Las anteriores ideas y conceptos son sólo generalidades
o pistas para una investigación más
asentada de los factores determinantes y elementos
componentes de la estrategia y la táctica del partido
revolucionario. Su estudio debe ser concreto, objetivo,
multicomprensivo, en una palabra, científico. Y
tiene que ser así, pues los errores en el análisis conducirán
inevitablemente a errores en la práctica. El
cuadro siguiente resume lo dicho:
Espacialmente el partido se estructura
siguiendo los principios territorial y /o
de producción
Como lo sugiere el término, el principio territorial
significa que el partido organiza sus estructuras,
sobre todo las de base, donde viven sus militantes.
Se puede ponderar su importancia si tenemos en
26

EESSTTRRAATTEEGGIIAA
Factores de la estrategia Elementos de la estrategia
Objetivo estratégico
Análisis de la
época histórica
Enemigos estratégicos
Caracterización de las clases
y sus contradicciones
27
Fuerzas motrices
de la revolución
Identificación de las clases
interesadas en el cambio
Vías de la revolución
Conciencia de la época,
grado del antagonismo de clases;
tradición del poder político de las clases
dominantes

TTÁÁCCTTIICCAA
Factores de la táctica Elementos de la táctica
Período político Objetivo principal
Enemigo principal
y peligro central
Clases actuantes;
clase dominante determinante
28
Alianzas de clase
Correlación de fuerzas,
carácter de las contradicciones
Formas y
métodos de lucha
Grado de las contradicciones,
intensidad del enfrentamiento

cuenta que: a) permite influir en los espacios vitales
en los cuales interactúan las personas, y b) facilita el
desarrollo de cierto tipo de tareas, como por ejemplo,
el cuidado de los diferentes espacios nacionales,
atención y resolución de problemas de las
comunidades, el desempeño eficaz de tareas electorales,
etc.
Por su lado, el principio de producción o trabajo
significa que el partido conforma sus organizaciones
donde trabajan sus militantes. Este principio tiene la
virtud de sensibilizar al partido respecto a los otros
problemas vitales de las personas, como los del trabajo,
los del salario, la producción, el estudio, las condiciones
económicas, las luchas reivindicativas, la
organización clasista, etc., haciendo de esta manera
al partido apto para encabezar las luchas sociales.
Sin embargo, hay que hacer notar que no tiene
por que crearse una antinomia entre estos dos principios,
puesto que pueden ser inteligentemente combinados,
esto es, aplicados simultáneamente, a
efecto de cubrir enteramente el conjunto de tareas
que el partido tiene necesariamente que cumplir.
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El partido es una suma de organizaciones
y no de individuos
Naturalmente que esta formulación hay que explicarla
no como que el partido le confiere poca o ninguna
importancia al individuo, sino que reclama de
éste juntar su conciencia, su disposición, sus energías
y sus capacidades a las de otros que también
hacen lo mismo, para producir una potencia: el partido
revolucionario. Pero podemos decir más acerca
de este principio.
Considerar y organizar el partido revolucionario
bajo el principio de que éste es una suma de organizaciones,
contribuye en la creación y la consolidación
de lo colectivo. Afirma el importante papel
que desempeñan los pensamientos y las voces de
todos en el abordaje de la solución de los problemas
de la sociedad, reivindicando así el papel para
el que cada individuo está capacitado. En fin, y ¿por
qué no decirlo? neutraliza y anula las consecuencias
de los individualismos extremos y los dañinos
egocentrismos, frecuentes en los partidos no revolucionarios
en los cuales sus miembros, no tienen
capacidad de decisión.
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Con estas consideraciones en mente, pasemos a
indicar que este principio significa que todo militante
revolucionario debe trabajar en cualquier órgano del
partido al que éste lo asigne y, además, pertenecer a
una de sus organizaciones de base. A lo anterior debemos
prestarle continua y suficiente atención.
En efecto, el reclamo de que todo militante revolucionario
debe trabajar en cualquier órgano del partido
al que éste lo asigne, sugiere la necesidad de
una política de formación y promoción de cuadros
y de preocupación porque los órganos de dirección
y auxiliares funcionen bien, tema que
abordaremos más adelante. Así mismo, la exigencia
de que todo militante debe pertenecer a una de sus
organizaciones de base, hace centro en la esencia
del partido revolucionario: su deber de mantener una
estrecha y permanente vinculación con el pueblo,
pues, como todos sabemos, los organismos de
base, entre muchas otras actividades: a) Analizan,
planifican, organizan y controlan las tareas de los militantes,
b) Vinculan al partido con las masas populares,
y c) Bajo un plan único, organizan su lucha
revolucionaria. A todo esto dedicaremos un trabajo
posterior.
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Para cumplir su papel revolucionario,
el partido jerarquiza su organización
Al inicio de este trabajo, cuando definimos la forma
de organización llamada partido, nos referimos al
mismo en dos niveles. Decíamos que un partido, en
general, es una organización para conquistar y mantener
el poder. Luego, particularizando, señalamos
que el partido revolucionario asume ese papel pero
sólo como condición para cumplir el objetivo de cancelar
una época histórica basada en la injusticia y
construir una sociedad mejor.
Lo anterior evidencia que el partido revolucionario
tiene ante sí mayores exigencias. Si la conquista del
poder es difícil y más difícil mantenerlo, y si la cuestión
es mantenerlo para llevar a cabo una revolución
profunda, resulta entonces que las exigencias que
se le plantean al partido revolucionario son extraordinarias.
Para cumplir exitosamente esa determinación revolucionaria,
el partido debe organizarse adecuadamente,
lo cual implica atender simultáneamente dos
dimensiones organizativas: la organización interna,
propiamente dicha, y la organización del trabajo externo
del partido (o, lo que es lo mismo, su dispositivo
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orgánico de relación). En este punto nos referimos
únicamente a la organización interna.
Así como la organización general está determinada
por la estrategia, la organización interna del
partido sigue a los objetivos del mismo y cristaliza o
expresa sus otros principios.
Ciertamente, sí hay una nueva ética y unos nuevos
valores sociales que afirmar; sí hay unos intereses
de las clases populares que defender y hacer
triunfar; sí hay una ideología revolucionaria que difundir
y consolidar; sí hay que culminar victoriosamente
la estrategia de los cambios, mediante los
éxitos en cada coyuntura y los continuos avances
tácticos; sí hay que implantar sólidamente al partido
en el territorio y en los centros de trabajo donde activan
los militantes y; si la fuerza del individuo hay
que potenciarla en una suma de organizaciones, entonces,
la organización interna debe ser de tal tipo
que contribuya a alcanzarlos. Estamos sosteniendo
que en el tipo de organización interna del partido, se
puede ver anticipadamente si éste podrá alcanzar
sus objetivos.
Para conseguir tal condición, el partido jerarquiza
su organización interna, adoptando formas y
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niveles estructurales que, por lo menos, comprenden:
1. Órganos de decisión estratégica y táctica
(congresos, asambleas, etc.), 2. Órganos Centrales
de Dirección, 3. Órganos Ejecutivos y Auxiliares,
4. Órganos de Dirección intermedia, y 5. Organizaciones
de Base. De esto, lo que se debe retener
es que no tanto cómo se nombren y cuántos niveles
estructurales existan, más importante es la realidad
que expresa.
¿Y qué expresa? Que en sentido ascendente,
cada nivel y estructura organizativa y organismo de
dirección correspondiente, representa un territorio y
un número de militantes (jurisdicción) menor que el
que le sigue y, en sentido descendente, cada nivel y
estructura organizativa y organismo de dirección correspondiente,
representa un territorio y un número
de militantes (jurisdicción) mayor que el que le sigue.
De lo cual se desprende lo siguiente: las organizaciones
partidistas que representan menor territorio y
menor número de militantes se subordinan a las que
representan mayor territorio y mayor número de militantes.
En términos estrictamente organizativos, se
dice: los órganos inferiores se subordinan a los órganos
superiores. En esto consiste lo que denominamos
base material de la unidad orgánica del partido,
condición indispensable para alcanzar sus objetivos.
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Sin la comprensión y desarrollo del principio de
la adecuada jerarquización de la organización interna,
los otros principios (ética, intereses de clase,
ideología, estrategia, estructuración territorial-centro
de producción y organización de los militantes), no
tendrían ninguna importancia práctica, serían pura
declaración. Esto porque es la organización revolucionaria
la que desarrolla los demás principios y con
la cual se consiguen los objetivos. Además, la aplicación
de este principio es garantía de que el partido
actúe coherentemente, como una organización de
combate, para que la línea única se ejecute al unísono.
En pocas palabras: cuando en el tipo de organización
interna cristalizan los otros principios, el
partido está demostrando su voluntad de lucha.
El partido además de unido es único, es decir,
una organización nacional; no es una federación de
partidos estadales, municipales o parroquiales. Tampoco
es un grupo de electores o un revoltijo de tendencias,
ni mucho menos un grupo de diletantes.
Por eso se organiza internamente, jerarquizándose
disciplinadamente, para ser rotundamente eficaz.
Es probable que esta palabra “jerarquización” no
suene bien a ciertas personas, pero mientras encontramos
otra que exprese el mismo concepto, recor-
35

daremos que una organización de lucha sólo es apta
para ello cuando actúa a una sola voz. En el partido
revolucionario, esa sola voz es la suma de las voces
de todos sus militantes, como veremos seguidamente
al examinar los principios de funcionamiento.
III.- PRINCIPIOS DE FUNCIONAMIENTO
Los principios de funcionamiento del partido, deben
ser aplicados con la misma coherencia que se sigue
en la aplicación de los principios de organización. El
debate permanente, la dirección colectiva, el centralismo
democrático, la disciplina única, el despliegue
de la crítica y la autocrítica, la formación y promoción
de cuadros, la vinculación permanente con las
masas, el trabajo planificado y el cumplimiento diario
de tareas, son los principios de funcionamiento que
expondremos en este trabajo.
El debate permanente
El partido revolucionario debe propender constantemente
al desarrollo de la democracia interna, la
cual asegura que todos los militantes y las organiza-
36

ciones del mismo luchen con entusiasmo, disciplina
y convicción. Pues bien, una de las condiciones para
el desarrollo de la democracia interna es el debate
por los militantes de todos los asuntos del partido.
Son asuntos del partido todos los que tengan
que ver con su desarrollo interno y con su vinculación
con el pueblo y la sociedad. Por ejemplo, los
problemas y tareas de organización, finanzas, las
cuestiones ideológicas, la dirección política, la línea
política de masas, etc. Naturalmente, la lista anterior
no agota el conjunto de asuntos que deben ser debatidos.
El debate debe ser una actividad organizada, es
decir, debe ser planificada, sometida a los límites que
plantea la agenda, conducida adecuadamente y
orientada a lograr la formulación de objetivos y tareas.
Sobre esto último, repetimos, volveremos en un próximo
trabajo.
Los organismos regulares del partido, los activos
de militantes, las conferencias específicas y otras, son
el escenario donde debe producirse el debate.
37

La dirección colectiva
El desarrollo del debate ya está expresando la
existencia en el partido revolucionario del principio
de la dirección colectiva, toda vez que se supone
que es con las conclusiones que surgen del debate
con las que los organismos de dirección ejercen su
labor de dirigir todas las actividades del partido.
Pero igual que el debate, la dirección colectiva está
organizada. En la actividad estrictamente interna del
partido revolucionario, los órganos regulares de dirección
se encargan de ejercer esta función de
forma tal que las actividades dirigentes de cada uno
de sus miembros, sea producto de las decisiones
colectivas del organismo. Por otra parte, hacia
afuera de las filas del partido, la línea que se sigue es
la decisión de toda la organización.
En fin, todas las actividades políticas que realicen
los militantes, debe ser producto de las decisiones
de las organizaciones del partido a que pertenecen,
sean de base, de dirección o auxiliares.
38

El centralismo-democrático
Este principio consiste en lo siguiente: una vez tomada
una decisión, los órganos de dirección planifican
su puesta en práctica y todo el partido, incluida
la minoría que estuvo en desacuerdo con ella, cumple
la decisión y las tareas que de ella se desprenden.
Con la anterior formulación, aparece resuelta la
contradicción formal que se observa entre centralismo
y democracia, pues como se puede advertir, el
momento de centralización de la dirección o mando
en los órganos correspondientes, se produce después
de un proceso de debate que garantiza la democracia
interna. Y tiene que ser así porque un
partido revolucionario es una organización de lucha
y toma decisiones para ser llevadas a la práctica, y
para ello se necesita actuar disciplinadamente.
Puede ocurrir, y ocurre a veces, que ante situaciones
críticas o no previstas, los órganos centrales
de dirección se vean en la necesidad de adoptar
decisiones que no habían sido discutidas y que
aseguran la continuidad de la actividad del partido.
En tal caso, sería evidente que el centralismo prevalecería
sobre la democracia, pudiendo ser, incluso,
que tal situación durase cierto tiempo; sin
39

embargo, nadie en su sano juicio político y organizativo,
contradeciría la necesidad de tal mecanismo,
toda vez que, como dijimos, el mismo
aseguraría la continuidad del papel dirigente del
partido. Naturalmente, los órganos de dirección en
cualquier circunstancia, han de atenerse a la línea
general, y procurar, además, mantener formas de
consulta democrática mientras se restablecen “las
condiciones normales”.
El despliegue de la crítica y la autocrítica
Sobre este tema ya hemos escrito en otra parte,
de modo que nos limitaremos a recordar que la crítica
y la autocrítica son el medio para corregir los
errores y mejorar la actividad del partido. También
recordaremos sus características, a saber:
La crítica debe ser: 1) fraterna, franca y leal, 2)
debe ser oportuna, 3) debe realizarse en la organización
del partido en que se milita, 4) debe ser objetiva
y concreta, 5) debe profundizar en las causas del
error, y 6) debe ser propositiva. La autocrítica debe
ser: 1) verbal y práctica, 2) espontánea o reactiva, y
3) sincera, comprometida y honorable.
40

El partido debe crear las condiciones para que
el despliegue de la crítica y la autocrítica se realice
sin cortapisas.
Disciplina única
Entendemos por disciplina el cumplimiento oportuno,
entusiasta, adecuado y consciente de las tareas.
Lo consciente de la disciplina supone
deliberación y convicción, o lo que es lo mismo, las
tareas se cumplen por la conciencia que tenemos
de su necesidad; lo adecuado significa que debe
cumplirse conforme a las indicaciones dadas, sin
que ello niegue la creatividad, y supone, a la vez, que
se cumplan con alegría y presteza.
La disciplina surge de la conciencia
revolucionaria; se extiende y desarrolla por la
justeza y viabilidad del programa político-social y
se garantiza por lo correcto de la línea política
estratégica, táctica y coyuntural; asimismo, se
fortalece por la acertividad de los órganos de
dirección política, por la idoneidad de sus cuadros
y la efectividad de su aparato de trabajo; y se
consolida por lo correcto de los estatutos que
41

norman la vida interna de la organización
revolucionaria, adquiriendo prestigio e inderrotable
fuerza cuando es practicada por todo el pueblo.
En efecto, si se entiende que las tareas contribuyen
al desarrollo de la revolución, la disciplina será una
actitud consciente, voluntaria y completamente
natural. Y si la línea política general y el programa del
partido es son aceptados por el pueblo –criterio
principal de la justeza del mismo–, se desarrollará en
el militante la disposición a ser más disciplinado.
Fortalecerá esta cualidad el hecho de que los órganos
de dirección demuestren elevada capacidad para
conducir al partido en todas las situaciones, que los
integren los más capaces y comprensivos de la
necesidad de desarrollar las capacidades de otros
para promoverlos, en un incesante e inteligente
proceso de renovación. Dadas las anteriores
condiciones, es previsible que los iniciales equipos de
trabajo se desarrollen hasta convertirse en eficaz
aparato partidista (aparato es el conjunto de órganos
relacionados para cumplir una función), eficacia que
redundara en una mayor disciplina de los militantes.
Todo lo anterior debe ser normado, estatuido
coherentemente. Esa disciplina se proyectará hacia
el resto del pueblo, contribuyendo a su disciplina
revolucionaria, haciendo imbatible la revolución.
42

En el partido revolucionario la disciplina es única
para todos sus miembros. La disciplina y otras exigencias
que deben cumplir los militantes, están establecidos
en los Estatutos del partido, los cuales
deben ser observados rigurosamente.
Formación y promoción de cuadros
La política de formación y promoción de cuadros,
es una necesidad vital del partido, pues ella garantiza
la continuidad. Llamamos cuadro al militante
que, sobre la base de su conciencia, mantiene con
el partido, el pueblo y la revolución un compromiso
duradero y decidido, y ha adquirido por esfuerzo
personalísimo y por la preocupación del partido
para elevar sus capacidades, un conjunto de conocimientos
y habilidades para proyectar las políticas
del partido.
Los cuadros se forman en la conjunción de la
teoría y la práctica. Necesitan formación teórica y
actividad práctica revolucionaria. No hay que
despreciar ninguna de esas dos categorías o
dimensiones ni convertirlas en opuestas, porque en
definitiva, la teoría orienta la práctica y la práctica
concreta la teoría y, además, la corrige.
43

El partido ha de organizar la formación de los cuadros.
Sus órganos de dirección, su aparato y sus
cuadros ya formados (es un decir, porque la formación
de los cuadros nunca termina), deben trabajar
porque los militantes que tienen aptitudes y disposición
para serlo, reciban los necesarios elementos
teóricos y metodológicos para tal fin. Nadie será tan
pedante para pensar que las escuelas que se organicen
para ello, forman los cuadros; pero tampoco
nadie será tan simple como para creer que no contribuyen.
Sin embargo, eso no bastará: deberán
hacerles acompañamiento, orientarlos, darles seguimiento,
control-ayuda, en su actividad práctica;
todo ello signado por la camaradería y la fraternidad.
Luego deberá trabajarse con ellos en el procesamiento
de la experiencia de la práctica, a fin de verificar
la validez de la teoría. La crítica resultante,
tanto a la teoría como a la práctica, producirá una
mejor teoría y una mejor práctica. Difícil, ¿si?, largo
tiempo ¿no? Pero es que nadie ha dicho que la formación
de cuadros, del partido, y hacer la revolución,
es tarea fácil y de poco tiempo.
Debe propenderse a que los cuadros adquieran,
en lo teórico y en lo práctico, una formación integral,
omnicomprensiva, y especializada. Integral y espe-
44

cializada, para que no despachen cada caso con directrices
generalizadoras o con formulaciones de
una visión parcial y sectorial. Ni ser difusos, ni ser
dogmáticos. Como se dice, los cuadros no deben
ser ni tan cuadrados pero tampoco tan redondos.
Igualmente, la formación debe orientarse a formar
cuadros tanto para el trabajo interno como para el
trabajo de vinculación del partido con el pueblo y la
sociedad.
Acerca de los mismos, y refiriéndose a un marco
de actividad más amplio, ya en 1962 el Che Guevara
planteaba: “A esta altura podemos preguntarnos,
¿qué es un cuadro? Debemos decir que, un cuadro
es un individuo que ha alcanzado el suficiente desarrollo
político como para poder interpretar las grandes
directivas emanadas del poder central, hacerlas
suyas y transmitirlas como orientación a la masa,
percibiendo además las manifestaciones que ésta
haga de sus deseos y sus motivaciones más intimas.
Es un individuo de disciplina ideológica y administrativa,
que conoce y practica el centralismo
democrático y sabe valorar las contradicciones existentes
en el método para aprovechar al máximo sus
múltiples facetas; que sabe practicar en la producción
el principio de la discusión colectiva y decisión
45

y responsabilidad únicas, cuya fidelidad está probada
y cuyo valor físico y moral se ha desarrollado al
compás de su desarrollo ideológico, de tal manera
que está dispuesto siempre a afrontar cualquier debate
y a responder hasta con su vida de la buena
marcha de la revolución. Es, además, un individuo
con capacidad de análisis propio, lo que le permite
tomar las decisiones necesarias y practicar la iniciativa
creadora de modo que no choque con la disciplina.
El cuadro, pues, es un creador, es un dirigente de
alta estatura, un técnico de buen nivel político que
puede, razonando dialécticamente, llevar adelante
su sector de producción o desarrollar a la masa
desde su puesto político de dirección” ( Tomado de:
El Cuadro, columna vertebral de la revolución. Revista
Cuba Socialista. Septiembre, 1962)
Los cuadros del partido no tienen ni más ni menos
derechos que los demás militantes, pero sí tienen
más responsabilidades.
Vinculación permanente con las masas
La única forma de adquirir conciencia de los problemas
que vive el pueblo, de recogerlos y organi-
46

zarlos como base del programa de la revolución y de
las reivindicaciones cotidianas, de organizar las luchas
en todas sus formas (económicas, políticas,
ideológicas y otras), de elevar su conciencia revolucionaria,
etc., es que el partido mantenga un vínculo
permanente con las masas populares. Es más, se
puede decir que en gran manera esta es la condición
que hace revolucionario al partido revolucionario.
No obstante algunos criterios diferentes, en esta
vinculación el partido debe ejercer su papel de vanguardia
que, en unos cuantos términos, significa que
el partido orienta, organiza y conduce las luchas populares;
va adelante, pero manteniendo el vínculo.
Si marchase detrás, seria retaguardia; si lo hiciese al
lado, sería fuerza de flanco, y si marchase adelante
sin vínculo con las masas, sería algo así como una
secta de iluminados. Las organizaciones de base del
partido son las encargadas de mantener y reforzar
cada día esa vinculación.
Cumplimiento cotidiano
de tareas revolucionarias
Este es un principio de funcionamiento del partido
sobre el cual no hay que hacer mayor abundamiento
47

de palabras. Todos los militantes deben cumplir tareas
del partido todos los días, pues son éstas las
que permiten que el partido se desarrolle, que consolide
su vinculación con las masas y que la revolución
se profundice; pudiera decirse que ello facilita el
desarrollo consecutivo en todo los órdenes, de
modo que con el avance del tiempo las tareas que
se cumplan y los objetivos que se alcancen, sean
superiores.
Las tareas deben existir en todas las áreas que el
partido atienda y en ellas deben involucrarse todos
y cada uno de los militantes. Cada reunión del partido
debe concluir con la definición de las tareas y
su distribución entre todos los militantes.
Los acuerdos o resoluciones que adopte cualquier
órgano del partido deben ser desagregados en tareas,
las cuales, a su vez, deben ser encomendadas
para su cumplimiento a todos y cada uno de sus militantes,
de acuerdo al área de actividad en que se
desempeñen y a las aptitudes reales o potenciales
de los mismos.
48

El trabajo planificado
La estrategia, la línea política táctica son, en realidad,
una especie de planes. Sin embargo, aquí nos
referimos a planes concretos, como por ejemplo,
planes de reclutamiento y desarrollo organizativo,
planes financieros, planes de vinculación de masas,
planes de reforzamiento ideológico, etc.
El espontaneísmo es contrario a la planificación.
La planificación del trabajo diario y del desarrollo del
partido en todos los órdenes, expresa que el mismo
ha llegado o está alcanzando su madurez.
Especial atención hay que prestar a la planificación
del trabajo de los Batallones Socialistas. Aquí
debemos tener en cuenta que hay dos momentos
estelares en la vida y funcionamiento de aquellos: la
asamblea de sus miembros y el período de tiempo
entre asamblea y asamblea. Ambos momentos
deben ser planificados adecuadamente; la asamblea,
para que sea ordenada, operativa y productiva
en el diseño de tareas, y el período entre asamblea
y asamblea, para que los objetivos y las tareas se
concreten plenamente en función del desarrollo del
partido y la revolución.
49

LA CRÍTICA Y LA AUTOCRÍTICA.
MEDIO PARA CORREGIR LOS ERRORES

Los errores
En la cotidiana actividad política cometemos errores,
colectivos o individuales. No es nada nuevo
decir esto, pero tampoco es malo hacerlo, para recordarnos
que debemos adoptar una actitud ante
ellos. No podemos conformarnos con admitir que
los errores existen, se dan o que los cometemos y
que, al fin o al cabo, el hombre es el único animal
que choca dos veces con la misma piedra; por lo
cual los errores son inevitables. Asumir absolutamente
esos lugares comunes es ineficaz y fatalista,
distante de un enfoque revolucionario del problema.
¿Qué es el error, cuándo se produce y por qué?
El error es la “acción desacertada o equivocada”
que puede producirse cuando de la idea, la teoría y
el plan concebido, se pasa a la práctica. Decimos
puede producirse, porque también la acción desacertada
puede no producirse; pero en este último
caso ya no estaríamos ante el o los errores, sino ante
la práctica acertada, y nuestro asunto hoy son los
errores.
53

Es al momento en que se pasa a la acción cuando
se suelen cometer los errores, y de hecho, se cometen;
y como la acción –dijimos– está precedida
de la concepción de una idea, teoría y plan –que se
supone parten de la realidad, reflejándola e interpretándola–,
debemos buscar las causas de los errores
tanto en el momento en que pensamos la idea,
como en el momento de la acción y la práctica.
Si los errores se producen cuando elaboramos
las ideas para la acción, puede obedecer a que no
penetramos suficientemente en el estudio de la realidad
o la interponemos equivocadamente. Pero si
los errores se cometen al momento de la práctica,
entonces las causas pueden ser la impericia en la
operación política, la falta de método, la ausencia de
claridad en los procedimientos, poca creatividad
ante la compleja dinámica social, fallas organizativas
de todo tipo, la acción antagónica del adversario,
entre otras de menor o mayor consideración.
La anterior, sin embargo, no es suficiente explicación.
Los errores en la práctica pueden obedecer
no sólo a causas que se localizan en su propio ámbito
(impericia, falta de método, etc.); sino también
pueden ser el resultado de incorrectos planteamientos
teórico-metodológicos.
54

Cuando los errores en la práctica se producen a
causa de una incorrecta formulación teórico-metodológica
(objetivos, estrategias, tácticas), es obligatorio
corregir, ajustar o reformular la teoría; pero
cuando los mismos ocurren, a pesar de lo correcto
de ésta, es preciso revisar toda la armazón organizativa
y operacional. En términos generales, a esto
es lo que se refiere la afirmación de que la teoría y la
práctica forman una unidad: de la teoría a la práctica
y de esta a la teoría, para volver a una práctica mejorada,
superior; el resultado es el desarrollo.
En el espacio corriente de nuestras vidas, en la
cotidianidad de las comunidades, los conceptos
teoría y práctica adquieren dimensión específica. Así,
la primera puede vaciarse en planes, programas,
proyectos para determinados fines, y la segunda, en
la variada actividad de sus integrantes para
alcanzarlos. Lo mismo puede decirse de las
organizaciones políticas o de otra índole. En el paso
a la búsqueda práctica de los objetivos, pueden
cometerse acciones desacertadas, como producto
de la “disconformidad entre el conocimiento y la
realidad” o de mal manejo de las personas dentro
de esta misma realidad: mal plan, inadecuada
presentación del proyecto, gestión deficiente, etc.
Los ejemplos pueden ser muchos, pero no vamos a
55

llevar a cabo el ejercicio especulativo de inventarlos,
junto con sus causas y motivos; no es necesario,
porque todos tenemos este asunto, de manera
concreta, todos los días frente a nosotros.
Parafraseando a Pisare, pueden tenderse puentes
entre los sueños y la realidad, entre los planes y los
objetivos; estos puentes los constituyen las acciones
prácticas. Pero también pueden interponerse abismos;
esos son los errores grandes o pequeños pero
acumulados, cometidos cuando se actúa. Como los
objetivos son irrenunciables, sobre todo si se trata
de los revolucionarios, se supone que, los errores
que impiden alcanzar aquellos, la actitud consecuente
será alcanzar aquellos, la actitud consecuente
será enmendarlos. El medio para corregir los
errores es el despliegue de la crítica y la autocrítica.
¿En qué consiste la crítica?
Aún cuando entendemos por crítica la postura
u opinión particular y voluntaria sobre un hecho u
objeto cualquiera susceptible de crítica, diremos,
para la comprensión del presente trabajo, que la crítica
es el señalamiento de los errores con el objetivo
56

de que se corrijan. Para que sea tal, la crítica debe
resumir las siguientes características:
Debe ser fraterna, franca y leal
Cuando criticamos los errores de una o un compatriota,
debemos tener en cuenta que se trata de
una o un compañero de lucha, que comparte nuevas
ideas y que está con nosotros en la misma trinchera
de ideas y piedras. Una actitud comprensiva
y un lenguaje respetuoso, deben ser las formas en
que se expresen los señalamientos que se hagan.
La actitud fraterna y el lenguaje que lo expresa le
confieren mayor capacidad de aceptación y persuasión
al discurso crítico, que el grito ofensivo y la frase
lacerante; predispone, incluso al criticado a aceptar
los señalamientos.
La franqueza viene dada en el hecho que, no obstante
la fraternidad y más bien en aras de ésta, nada
debe impedir que la crítica se formule con toda claridad
y en toda su extensión; no deben impedirla ni
la amistad ni esa cierta tensión que a veces existe
entre camaradas de lucha –pero así mismo– la franqueza
significa que la amistad debería mellar el filo
57

de la crítica, ni tampoco la tensión hacerla más dura
de lo necesario. Si se actúa al revés, puede ocurrir
que por amistad hagamos caso omiso de los graves
errores de nuestro amigo e incluso, cometamos la
irresponsabilidad, con él y la revolución, de pretender
justificarlo; o, por el contrario, si se trata de alguien
con quien mantenemos relaciones difíciles,
actuemos con él a la manera de los norteamericanos
con los japoneses al final de la Segunda Guerra
Mundial: fueron francos con ellos, les dijeron nos
caen mal por tercos y crueles, y les lanzaron las
bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
La lealtad es la actitud sucesiva de quien o quienes
formulan la crítica, consciente en que, una vez
señalados los errores y adoptadas las medidas para
su corrección, el tema cesa. La única consecuencia
que debe sobrevenir es la superación de las fallas y
no la continuación del asunto, ni su ventilación posterior
en otros ambientes y ocasiones por quienes
realizaron la crítica. Cuando actúan de otra forma,
los críticos entran en estado de sospecha, pues no
parecen orientados a corregir los errores, sino a utilizarlos
para otros fines.
Además, la lealtad en la crítica existe cuando quienes
hacen uso de ella, procuran que su plantea-
58

miento se ajuste a las características que la identifican.
Esto, por otra parte, tiene un sentido práctico:
sólo si es adecuada la crítica consigue su objetivo
de corregir la mala práctica.
La crítica debe ser oportuna
Debe ser formulada a tiempo, mucho mejor si es
en el tiempo en que está cometiendo el error. Como
esto último no es fácil, porque no siempre contamos
con los mecanismos adecuados de información y
control de la actividad; entonces, por lo menos,
oportunidad debe significar inmediatez.
La oportunidad de la crítica tiene sentido, pues
está en el interés de los revolucionarios que no se
cometan errores, y que, si se cometen no sean graves
ni estúpidamente continuos y en cualquier caso,
se corrijan prontamente para que la revolución
avance y profundice.
El sentido de oportunidad, la conciencia de que
la crítica debe hacerse en el momento preciso, tiene
un fin práctico: hay que criticar a tiempo porque a
tiempo hay que corregir los errores, para que en su
tiempo se cumpla la revolución.
59

Planteada a destiempo, la crítica es como que si no
existiese, pues ya las consecuencias del error se produjeron
y sus causas seguramente sigan operando
sobre la actividad del colectivo y el militante, dañando
al proceso. Hay quienes maliciosamente, toman nota
de los errores pero se los guardan, para mantener
chantajeados a otros militantes. No se debe actuar
con la crítica de la forma que también sugiere la frase
“te espero en la bajadita”, que significaría algo como
te guardo el señalamiento del error para reventarte en
otro momento. Eso es deleznable.
Debe realizarse en el lugar adecuado
Esto significa plantearla en el espacio organizativo
correspondiente, único realmente capaz de adoptar
las medidas de corrección que, por un lado, minimicen
los efectos de los errores y, por otro,
impidan su repetición.
Los militantes revolucionarios desplegamos o debemos
desplegar nuestra actividad desde una estructura
organizada, donde planificamos colectivamente,
organizamos las tareas, distribuimos responsabilidades,
rendimos cuentas de lo realizado, etc. A eso se
le llama militancia organizada. Es en el organismo en
60

que militamos donde debe plantearse la crítica. Como
a veces es necesario hacer críticas a compatriotas
que no pertenecen a nuestro organismo, entonces
debemos recurrir a los canales internos –verticales u
horizontales–, para tramitarla.
Lo que debe quedar absolutamente claro es que
la crítica se ventila en el organismo al cual pertenecemos
y en presencia de quien o quienes son objetos
de la misma; esto último es un elemental
requerimiento ético, pues como dice un dirigente revolucionario
latinoamericano, debemos criticar de
frente, elogiar por la espalda. Pero también hay otra
lógica en este mismo asunto.
Cuando la crítica se hace fuera del organismo y sin
la presencia de las personas responsables de determinados
errores, aquella no tiene ningún resultado
práctico; es como cuando se hace inoportunamente.
En efecto, quienes deben corregir los errores que se
señalan es un o unos militantes concretos, que militan
en un organismo revolucionario concreto en el cual
planifican su actividad, ante el cual rinden cuentas y
sobre el cual recaen los efectos negativos de las fallas.
Siendo así, es ahí y sólo ahí, donde se corrigen
los errores; en el organismo correspondiente y con la
participación del o los militantes responsables de los
61

errores, los cuales hoy pueden ser unos y mañana
otros. Entonces, ¿qué sentido tiene el discurso “crítico”
en la plaza, en las aceras, pasillos y esquinas?
Desde el punto de vista de la necesidad de que la crítica
corrija los errores, ninguno.
La crítica debe ser objetiva y concreta
Si hemos logrado la disciplina de atenernos a
forma, tiempo y lugar para desplegar la crítica, que
es lo que antes se pide, ahora debemos hacer un
esfuerzo para completar sus características.
Este punto trata del deber de objetivar el error
para examinarlo, estudiarlo, ver sus componentes,
sus relaciones, aproximar sus consecuencias, duración,
y poder así, entregar a nuestros compatriotas
un análisis y una síntesis del mismo. Dicho así parece
difícil, pero no lo es tanto. Quizá sea un poco
complejo, pero no confuso.
Objetivar significa que al error, una vez determinado
en qué consiste, lo sacamos de la esfera de la
subjetividad nuestra y lo planteamos como algo que
está fuera de nuestra conciencia e independiente-
62

mente de ella; que existe objetivamente, aunque no
podamos verlo y tocarlo como se ve y se toca un
objeto material, pero que es y tiene su dinámica, negativa
para nuestra actividad revolucionaria, en el
caso del error. Valgámonos de un ejemplo.
En una asamblea cualquiera, unos compatriotas,
llevados por el entusiasmo, plantean un asunto de
manera inadecuada. Bien pudo ser que siendo
conservador el público, el discurso de aquellos
fuera “radical”; o que siendo los asambleístas revolucionarios,
el fraseo fuera “moderado”. Ese es
el error. El resultado es imaginable: en ambos
casos el malestar provocado aleja a los miembros
de esas asambleas de nuestra influencia y pone en
precario nuestro trabajo organizativo. Esta es la
consecuencia del error. Ahora bien, ¿cómo objetivar
el error?
Una respuesta sencilla podría ser: poniendo el
asunto (el error) frente a nuestro intelecto para analizarlo,
estudiar sus partes, clasificarlo, dimensionarlo,
etc., partiendo de interrogantes como ¿en
qué consistió? ¿Cómo fue? ¿En qué circunstancias?
¿Cuándo ocurrió? ¿Ante cuánta gente?
¿Cómo reaccionaron ahí? Al problematizar el error,
63

lo estamos objetivando porque lo colocamos fuera
de nosotros, lo vemos como algo externo a nosotros
para examinarlo. En la ciencia se dice: lo convertimos
en objeto de estudio.
La virtud de una crítica así es que desentraña los
componentes del error; al hacerlo de esa forma se
educa a los militantes –tanto a los que han errado
como a los demás– en el examen de la realidad. Pero
también es meritoria porque “descriminaliza” a quien
se equivocó y ubica la lucha contra los errores como
condición del desarrollo, toda vez que revela las contradicciones
y problemas que entraña la práctica social.
En todo caso, ayuda a prevenirlos y, cuando ya
se han cometido, a enfrentar sus consecuencias negativas.
Por otra parte, la crítica es concreta, en el sentido
que señala el error tal como se cometió, sin añadirle
ni quitarle nada; no debe agregársele otras dimensiones
diferentes, cometidos en circunstancias de
tiempo y espacio distintos, salvo, claro está, cuando
se trata de errores encadenados a una misma
causa. Debe ser así, pues de lo contrario corremos
el peligro de que el error concreto no se corrija, y
que lo que se debía corregir expeditamente se convierta
en un juicio interminable, con capas y capas
64

de argumentos y contrargumentos, propio de los
grupos de diletantes, que no es lo que somos. El
error es concreto, su crítica también.
Lo concreto evita que la crítica se deslice por los
insondables caminos de la exageración. Se dice que
ésta es la mentira de los buenos; pero quién sabe,
porque hay exageraciones y exageraciones. Es mejor
prevenir, y ello se consigue exigiendo que la crítica se
limite exactamente al error cometido; nada tiene que
hacer ahí la prolijidad especulativa, las narraciones
sensacionales y la generosidad de los datos provenientes
del taimado “bueno, a mi me lo dijeron”: También
impide la minimización de los errores, tendencia
presente en quienes sustituyen la camaradería militante
por el amiguismo que se complace en complicidades,
asumidas siempre como festivas y joviales.
En fin, la falta de objetividad y concretividad desdibuja
la naturaleza del error, lo invisibiliza y lo vuelve fantasmal,
impidiéndonos enfrentarlo con éxito.
La crítica debe buscar las causas del error
La búsqueda de las causas de las cosas, es lo
que ha permitido el progreso de la humanidad. Lo
mismo pasa en el tema que nos ocupa.
65

Si en la crítica y la autocrítica no se buscan y no
se encuentran las causas del error, inevitablemente
éste seguirá presentándose y sus consecuencias
gravitarán largamente sobre la actividad del partido
o los partidos revolucionarios.
Con la fraternidad, la franqueza y la lealtad, atendemos
a la forma, categoría importante que siempre
se estudia relacionada con el contenido de las
cosas: una forma adecuada generalmente expresa
un contenido coherente. Al valorar la oportunidad le
asignamos la debida importancia al tiempo determinado
en el cual ocurren o deben ocurrir las cosas, en
este caso la crítica. Al ponderar la necesidad del
lugar adecuado, estamos dándole la entidad que
tiene el espacio organizativo donde aquella debe
desplegarse. Al apelar a la objetividad y concretividad,
sentamos las premisas para describir el contenido
del fenómeno, que en este caso es el error. Y
por último, al buscar las causas del mismo, estamos
aludiendo a la profundidad con que la razón crítica
debe examinar la realidad y los problemas, entre
ellos, los errores.
En el razonamiento filosófico y en la investigación
científica, el estudio de la causa ocupa un lugar importante.
Pero este trabajo no es ninguno de esos
66

ejercicios humanos vitales y necesarios. Sin embargo,
creemos útil dejar apuntadas dos indicaciones
importantes: es conveniente actuar con el
criterio de que los hechos pueden obedecer a múltiples
causas y nunca debe confundirse la causa con
el motivo y mucho menos, con el error mismo. Esto
último, porque como el error produce consecuencias,
es frecuente que a este se le tome como las
causas; pero éstas, en realidad, están más al fondo.
La crítica debe ser propositiva de soluciones
Todo lo anterior puede ser un ejercicio de la crítica
muy bien llevada, pero será incompleto e inefectivo
si no culmina proponiendo soluciones al error.
La proporción de soluciones resume la buena fe,
lo organizado que se es, la objetividad y concretividad;
la capacidad de ir desde el efecto a la causa y,
por último, la eficacia de actuar sobre estas dos dimensiones;
toda proposición para superar los errores,
incluye la consideración de la causa y del efecto,
siendo tal proposición un conjunto de medidas positivas
para una práctica revolucionaria acertada. En
ello radica el papel práctico-revolucionario que desempeña
la crítica, como medio para superar los
67

errores: los revela para proponer soluciones de corrección
inmediata y ahonda en sus causas para evitarlos
en el futuro.
No seremos exhaustivos en este punto. Puede
haber tantas y diferentes proposiciones de soluciones,
como tantos y diferentes errores se cometan.
Hasta aquí dejaremos las características que debe
reunir la crítica. Recordémoslas: 1) la crítica debe ser
fraterna, franca y leal 2) debe ser oportuna 3) debe
ser realizada en un lugar adecuado 4) debe ser objetiva
y concreta 5) debe ser profunda en las causas
del error, y 6) debe proponer soluciones.
Vista así y –mejor aún, desplegada así– la crítica
–como concepto y práctica–, no debería ser adjetiva
o calificativa. Tal ocurre, por ejemplo, cuando
se dice que se está recibiendo una crítica destructiva
o se está haciendo a otros una crítica constructiva;
en realidad, eso no es más que una zamarra
manera de indicar que los señalamientos que se
nos hacen son chismes y que los que nosotros hacemos
a otros, no son chismes. En el nivel y la
forma en que examinemos la crítica en este trabajo,
ésta no puede ser destructiva de nadie ni de nada,
68

sin significar ello que por sí misma la crítica es
constructiva; si participa de la construcción de
algo, eso sólo se verá después.
Aquí sostenemos únicamente que la crítica es el
planteamiento adecuado de los errores, a fin de corregirlos.
Que se corrijan es ya otro momento, aquel
en el cual se asume la crítica y se ordenan las soluciones
propuestas que, en la práctica, superarán los
errores. A esto último se le denomina autocrítica.
¿Qué es la autocrítica?
Es el reconocimiento del error por el individuo o el
colectivo. Constituye el segundo paso en la corrección
de la acción desacertada; el primero fue la crítica.
Reconocimiento tiene aquí el doble significado
–no exactamente etimológico– de conocer el error y
también de admirarlo. La diferencia que media entre
conocer y admirar el error, es la actitud autocrítica
que tengamos o no. La autocrítica también posee
características que la identifican, a saber:
69

Tiene dos momentos: es primero verbal y,
seguidamente, práctica
El reconocimiento del error conlleva la expresa declaración
de que se tiene conciencia de la naturaleza
y magnitud del mismo, y de que se le admite junto
con la disposición a enmendarlo. Pero no basta.
Si la autocrítica es un ejercicio serio y responsable
dentro del colectivo de militantes, especialmente por
parte de quien o quienes han incurrido en errores,
debe prestársele atención y seguimiento camaraderil
al cumplimiento riguroso del conjunto de medidas
propuestas para superarlos. A ese seguimiento le
llamaremos vigilancia revolucionaria, y tiene como fin
reforzar la prevención para que no se repitan los
desaciertos. Debe tenerse en cuenta que una vez
que se ha realizado la crítica y la autocrítica, el colectivo
y militante vuelven a la práctica con un nuevo
plan de acción, y otra vez estará presente la tensión
entre el plan (teoría) y la acción (práctica).
70

La autocrítica puede ser espontánea o reactiva
Es espontánea cuando quien ha cometido el error
se da cuenta por sí mismo de ello y, sin que medien
señalamientos críticos por otros compatriotas, los
expone, analiza y admite.
Es reactiva cuando el conocimiento y la admisión
de los errores, se produce a partir de señalamientos
críticos realizados por otros. En ambos casos, el
valor de la autocrítica es el mismo.
La autocrítica debe ser sincera,
comprometida y honorable
La sinceridad es una cualidad suficientemente conocida,
así que no haremos mayor comentario. Es la
correspondencia entre lo que sentimos, pensamos
hacer y decimos en relación a que reconocemos el
error que nos comprometemos a corregir. La sinceridad
lleva al compromiso, y el compromiso al honor.
Los revolucionarios populares han de prestar esmerada
atención al cultivo de estos valores que
antes, ahora y después, aquí, allá, y acullá, junto a
otros valores, definen la genuinidad revolucionaria.
71

Necesidad, condiciones y consecuencias
de la crítica y la autocrítica
El necesario ejercicio de la crítica y la autocrítica
requiere de ciertas condiciones. Entre éstas, son de
especial importancia las organizativas.
Por condiciones organizativas entendemos, la existencia
de una estructura y funcionamiento partidistas,
sindical, estudiantil, campesina, profesional, comunitaria,
etc.; en los cuales y desde los cuales el militante
revolucionario realiza su actividad política y social. Es
posible que debamos considerar las estructuras institucionales
del Estado en las que militantes ejercen
funciones de gobierno, pero ello requiere un estudio
aparte. De todas aquellas consideraremos especialmente
la organización de partido, como la condición
requerida e indispensable para el despliegue adecuado
de la crítica y la autocrítica.
La razón es sencilla. Se dan por entendido que en
el partido revolucionario se agrupan hombres y mujeres
que tienen ideales, objetivos y compromisos de
cambios sociales profundos, lo cual determina que
el compromiso sea duradero. Si es así, esos hombres
y mujeres han de marchar en cuadro cerrado,
codo a codo, hermanados, entrecuidándose, disci-
72

plinándose; lo cual es un compromiso de obligatorio
cumplimiento. Todo ello sin asombro, porque de otra
manera no puede ser. ¿Cómo de otra forma se consigue
los objetivos estratégicos a los que se oponen
poderosas fuerzas dispuestas a todo, pero a todo,
para impedírnoslo? ¿De qué modo si no así, reunimos
las fuerzas sociales para avanzar en cada tramo
táctico? ¿Cómo, si no con disciplina férrea, cumpliremos
las tareas diarias que son las que aseguran la
consecución de los objetivos? ¿Cómo detectar las
fallas y errores? Si no es con la vigilancia revolucionaria
mutua ¿cómo corregirlos si no ejercemos la crítica
y la autocrítica?
Es notorio que lo dicho aquí atiende a la necesidad
que tiene el partido de la crítica y la autocrítica,
para asegurar el logro de sus objetivos revolucionarios.
Pero también existe la necesidad de ver al partido,
en su organización y funcionamiento, como
condición para el despliegue adecuado de la crítica
y la autocrítica.
Sin estructuras regulares y permanentes que funcionen
continua y debidamente, la crítica y la autocrítica
no fluirán activa y abiertamente como medio de
corrección. Sin esas condiciones, la crítica se ocultará;
se irá por los intersticios de la clandestinidad y
73

emergerá por aquí, por allá, hoy, mañana y siempre,
trasmutada en la sierpe del chisme o en la sibila de
lenguaje indescifrable, pero que se adivina destructor;
le acompañarán sus hermanos que nacieron antes,
con menos pecados pero inevitablemente dañinos: el
rezongamiento y la murmuración. La autocrítica, por
su lado, siendo tan débil ella para mantenerse erguida
aun en condiciones normales, en éstas se esmirriará
y se volverá cinismo. Todo eso, por la falta de buena
estructuración y funcionamiento.
Si, bien lo sabemos, existen personas chismosas
y maldicientes que por más que estén organizados
siempre lo serán. Pero no es en ellos en quienes
pensamos ahora. Tenemos en cuenta a aquellas
personas, muchas de ellas afiliadas a los partidos
revolucionarios, que de buena fe quieren contribuir,
tienen cosas que plantear y observaciones que
hacer; pero no encuentran donde. Se explica entonces,
que no existiendo el organismo donde ventilar
los asuntos, a tales compatriotas –sin que los justifiquemos–
sólo les quede la alternativa del rezongamiento
y la murmuración, a los cuales, solamente
una tenue frontera los separa del chisme. Así, el
chisme es la crítica que no habiendo encontrado un
sitio adecuado donde nacer y crecer, nació en la
calle y al crecer en ella inevitablemente se daño.
74

En tales circunstancias, es natural que la persona
–dirigente o no– a quien se señala algo, se sienta vilipendiado;
y que quien –dirigente o no– señala algo,
se sienta desoído, desestimado. Algo hay de verdad
en ambos casos.
Pero la situación no debe seguir así. El rezongamiento,
la murmuración y el chisme son desorganizadores
por excelencia, terreno abonado para la
labor del enemigo. Cuando el chisme se instala en el
conjunto revolucionario baila una danza vergonzosa
con las mentiras y canalladas de los laboratorios del
enemigo, danza en la que éste marca el paso, avanzando
en una sola dirección: la destrucción del partido
y la revolución. Pero igual de dañina es la
indiferencia de la organización ante estos males. Esa
indiferencia de la “organización” se manifiesta en no
organizarse mejor. Digámoslo de una vez: no organizarse
y funcionar bien es complicidad con el
chisme, la maledicencia y otros vicios.
Deliberadamente este punto lo hemos planteado
en negativo, pues de esa forma resaltamos una de
las consecuencias de la falta de organización o de
suficiente organización y efectivo funcionamiento de
los partidos revolucionarios.
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Contrariamente a lo anterior, eficiente organización
y su funcionamiento ágil, constriñen tales vicios, les
quitan el aire, los vuelven punibles, los hacen odiosos
ante la militancia y, cada vez que se les detecte,
se les puede perfectamente señalar como labor enemiga.
Ello conllevará, además, a la restitución del
valor revolucionario de la crítica, la autocrítica y la
corrección de los errores.
Pero un partido revolucionario no se organiza
exclusivamente para ejercer la crítica y la autocrítica
de los errores. Si así fuera, en vez de un partido lo
que habría de formar sería un club de los eternos
desacertados, cuya vida sería error y crítica, error y
crítica, hasta el infinito. ¡No!, un partido es para
conquistar y mantener el poder. Sin embargo,
debemos enfatizar que un partido revolucionario se
organiza bien y mejor cuando incluye la crítica
y la autocrítica como una de sus normas de
funcionamiento. Esto, porque ellas no son únicamente
medio para corregir los errores cotidianos,
para luchar contra vicios como los mencionados,
para atender asuntos “pequeños”, sino, también,
son factor corrección y ajuste de las grandes líneas
políticas, del programa de acción y de los
planteamientos de gran horizonte.
76

No es automático que una organización adecuada
y eficiente sea, por solo eso, campo fértil de la semilla
de la crítica y de la flor de la autocrítica. Hay organización
–como, por ejemplo, las empresariales o
las fascistas–, bien estructuradas, pero que, por su
tipo e interés, son refractarias a aquellos valores. En
un partido revolucionario, ello se da porque en su
construcción –que es su fundación y su lucha– se
aloja o debe alojarse esa conciencia crítica, que es
colectiva e individual; lo cual es natural, pues a diferencia
de aquellas, la organización revolucionaria es
una unión de iguales.
A las condiciones organizativas deben agregársele
las condiciones personales de los miembros del partido
revolucionario, es decir, la posesión por éstos
de una actitud favorable a la crítica y a la autocrítica.
A esa conciencia se arriba por esfuerzo personalísimo
de cada militante, pero también por la influencia
de la organización, por la positiva presión que las
normas de funcionamiento establecidas ejercen en
el modelamiento de la conducta revolucionaria de
los militantes.
Si se tiene en cuenta que la actitud crítica puede
identificarse con la combatividad, que la actitud autocrítica
es muy parecida a la modestia y que la co-
77

ección de los errores es sinónimo de eficacia, podemos
concluir en que el despliegue de la crítica y la
autocrítica, contribuye significativamente a la elevación
de la calidad revolucionaria del partido.
En resumen: la práctica de la crítica y la autocrítica,
reduce la cantidad y la frecuencia de los errores,
mejora la actividad revolucionaria, desarma los argumentos
del enemigo, fortalece la camaradería,
une las filas de la revolución y nos permite cumplir
los objetivos en beneficio de nuestro pueblo.
78

Presentación 5
I.Conceptos 9
Índice
EL PARTIDO REVOLUCIONARIO
II.Principios de organización 11
III.Principios de funcionamiento 36

Los errores 53
LA CRITICA Y LA AUTOCRITICA
¿Qué es el error, cuándo se produce y por qué? 53
¿En qué consiste la crítica? 56
Debe ser fraterna, franca y leal 57
La crítica debe ser oportuna 59
Debe realizarse en el lugar adecuado 60
La crítica debe ser objetiva y concreta 62
La crítica debe buscar las causas del error 65
La crítica debe ser propositiva de soluciones 67
¿Qué es la autocrítica? 69

Tiene dos momentos:
es primero verbal y, seguidamente, práctica. 70
La autocrítica puede ser espontánea o reactiva 71
La autocrítica
debe ser sincera, comprometida y honorable 71
Necesidad, condiciones y
consecuencias de la crítica y la autocrítica 72