ARTURO PÉREZ-REVERTE Y «LA ESPAÑA QUE PUDO SER» P8 ...
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04 V<br />
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PERDIDA EN EL ESPEJO<br />
En clase, rodeada de sus alumnos, se encuentra en su salsa. Cuentas, lectura, historia. Les explica de todo menos geometría. :: JOSÉ RAMÓN LADRA<br />
Terapéutica de Cuenca ante la necesidad<br />
de tener siempre a alguien a su<br />
lado. Claro que para una persona que diferencia<br />
un coche de un contenedor de basura<br />
sólo por la matrícula –«me salvan los números»–<br />
o que nunca sabe por qué calle camina<br />
parece una odisea haber obtenido el<br />
título y la oposición con plaza en...Motilla<br />
del Palancar, a 70 kilómetros de casa.<br />
Se alojó en casa de una tía. En cuanto el<br />
alcalde de este pueblo manchego de 3.000<br />
habitantes se enteró de lo especial que era<br />
su nueva maestra, le envió a la Guardia Civil<br />
por si necesitaba algo. «Lo hizo de buena<br />
fe, porque tiene una hija también enferma.<br />
Pero por poco me da algo cuando vi el<br />
despliegue, con sirenas y todo».<br />
Pavor a los adolescentes<br />
Tres colegios después, logró por fin un<br />
hueco en el instituto público Alfonso VIII,<br />
junto a la plaza de toros de Cuenca. 800<br />
adolescentes desatados por los pasillos.<br />
«Les tenía muchísimo miedo, temía que<br />
me hicieran pifias. Pero necesitan cariño,<br />
como yo. El cariño que me dan es mi válvula<br />
de escape. Me siento útil y valoran<br />
mi trabajo».<br />
–¿Es diferente vuestra ‘profe’?<br />
–Puesss sííí... Es más maja y más tranquila<br />
que el resto.<br />
–Pero no os ve bien la cara. Aunque os conoce<br />
del curso pasado y sois pocos os puede<br />
confundir. ¿No os entran tentaciones?<br />
–¡Joeee! Ella nos ayuda en todo y nosotros a<br />
ella. Ésta es buena. Se pierde por los pasillos,<br />
pero nosotros la ayudamos. La llevamos a<br />
donde quiera.<br />
Hablan Dalila, Daiana, Ana, Felipe y Samuel.<br />
Tienen entre 13 y 15 años, pero aún<br />
no han despejado ninguna ‘x’ ni se han<br />
enfrentado a los ‘phrasal verbs’. Esther les<br />
ayuda con las cuentas básicas, con la comprensión<br />
oral...Les habla y explica como la<br />
madre que algunos de ellos no tienen en<br />
casa. La clase está en la planta baja, muy<br />
cerca de la puerta de entrada. Es la única<br />
que tiene letrero: ‘Aula de apoyo’. Otra<br />
cosa es llegar a la sala de profesores, justo<br />
en el piso de arriba. Esther sube las escaleras,<br />
gira a la cabeza varias veces –también<br />
padece visión tubular, sus ojos sólo abarcan<br />
un ángulo de 5 grados frente a los 180 del<br />
resto, otra secuela de la meningitis– y busca<br />
«cosas rojas. Las sillas son de ese color».<br />
Cuando la puerta, sin ningún número ni<br />
letra, está cerrada, se guía por el ruido.<br />
«Dentro casi siempre hay barullo».<br />
Por los pasillos se cruza, insegura, con decenas<br />
de chavales adornados como en cualquier<br />
otra escuela de España. Ellos, con vaqueros<br />
tres tallas más grandes y el pelo largo<br />
para tapar el acné. Ellas, muy pintadas y<br />
prietas. Esther se relaja cuando se topa con<br />
la directora. «Son ya dos cursos, y he memorizado<br />
los rasgos más sobresalientes de algunas<br />
personas». Franca, Mari Carmen Palomares<br />
recuerda el primer día de la profesora<br />
Chumillas. «Me dijo que necesitaba una colchoneta<br />
por si le daba un ataque epiléptico.<br />
Entre eso y lo de su visión no sabía cómo iba<br />
a acabar todo. Pero ha ido bien. Ella ha pedido<br />
la renovación. Tiene la tranquilidad de<br />
decirnos ‘¡me he perdido!’ y nos reímos. A<br />
veces nos olvidamos de sus dificultades».<br />
En la puerta del centro le espera su salvavidas,<br />
José Chumillas, un hombre jovial<br />
de inolvidable mirada azul que, con una<br />
sonrisa que su hija no verá jamás, la trae y<br />
lleva a diario.<br />
Después de una jornada en tinieblas,<br />
oculta en la lluvia, Cuenca resurge de nuevo<br />
bajo el sol y disfruta de ese tipo de mañana<br />
espectacular que se asocia a La Mancha<br />
en invierno. La ciudad encogida por el<br />
agua parece agrandarse a la luz matinal y<br />
José, incansable, vuelve a sonreír. Esther se<br />
lo piensa ¿o mira? dos veces antes de atinar<br />
con la puerta del coche. Luego, come como<br />
muchos días en casa de sus padres. Un taxi<br />
le acerca después a la universidad donde estudia<br />
cuarto de Psicopedagogía. A la noche,<br />
sola en su piso –a menos de 300 metros del<br />
de su familia–, se mira en el espejo y empieza<br />
a reconocer por partes su melena capeada,<br />
sus ojos sin maquillar, su boca triste.<br />
«Sí, ya he aprendido que esa soy yo. No me<br />
veo como el resto, pero con el tiempo voy<br />
grabando cosas en mi cabeza y ya no me<br />
confundo tanto». En 13 años ha avanzado<br />
algo, pero sigue sin poder darse un brochazo<br />
de colorete y mucho menos peinarse las<br />
pestañas con rímel.<br />
Para intentar entrar en su cabeza es bueno<br />
hacer ejercicios mentales, como plantarse<br />
frente a un espejo enorme de esos que<br />
hay en los campings, donde diez o veinte<br />
personas se asean a la vez. Imagine que no se<br />
encuentra. A Esther le pasó de vacaciones<br />
con su familia. «Yo miraba, miraba y nada.<br />
No me identificaba. Empecé a gesticular<br />
mucho y por fin vi algo parecido a unos bra-<br />
Trabaja de ocho a dos y media. Por la<br />
tarde, estudia en la universidad.<br />
La extraordinaria historia<br />
de Esther protagonizó la<br />
película póstuma de<br />
Joaquín Jordá<br />
Domingo 28.02.10<br />
EL DIARIO VASCO<br />
zos que se movían. Era yo».<br />
Más ejemplos. El oso enorme de peluche<br />
que preside su cama son para ella «dos redondos<br />
grandes». Los interruptores de las<br />
habitaciones, «un recuadro de luz». Los alimentos<br />
de la nevera, «objetos que los distingo<br />
por el color y la balda donde están ordenados.<br />
Mis padres controlan si algún producto<br />
se ha pasado». La compra toca los sábados.<br />
Ella hace la lista. Ellos llenan el carro.<br />
«Somos raros, pero no nos aparten»<br />
Esther nos abre su inquietante mundo porque<br />
quiere que la gente sepa «que nos pasan<br />
cosas muy raras, pero no nos aparten por favor».<br />
Quizás una de las personas que mejor la<br />
ha entendido es el fallecido realizador Joaquín<br />
Jordá. Como ella, el cineasta superó un<br />
coma profundo que le dejó de secuela una<br />
agnosia de otro tipo, justo el negativo de la<br />
de nuestra profesora: él podía codificar objetos<br />
y lugares, pero era incapaz de leer signos.<br />
Conoció el caso de Esther y filmó con ella su<br />
película póstuma, ‘Más allá del espejo’. Poco<br />
después murió y le concedieron el premio<br />
nacional de cinematografía en la 54ª edición<br />
del Festival de Cine de San Sebastián.<br />
Esther recuerda con algo más que gratitud<br />
a Joaquín. A él no le tenía que explicar nada.<br />
«Fue formidable trabajar con todo el equipo».<br />
Pero la excitación del rodaje y de la promoción<br />
pasó. Ella ha vuelto a ser la mujer<br />
austera, discreta y amable de siempre. Como<br />
la gente de Cuenca, que lo mismo acompaña<br />
a la visitante hasta el hotel cuando pregunta<br />
por su dirección, que se explaya, en mitad de<br />
un aguacero, con la ruta más sugerente por la<br />
hoz del Huécar para admirar sus Casas Colgadas.<br />
A Esther le encantan, pero mucho más<br />
escaparse a Madrid. A finales de año el AVE se<br />
lo pondrá a 45 minutos. La profesora más<br />
querida del Alfonso VIII cogerá entonces su<br />
bastón –«al instituto no lo llevo para evitar<br />
que me miren aún más raro»–, saldrá de su<br />
piso y girará a la izquierda para abrir la puerta<br />
del portal que está siempre cerrada. Da a la<br />
calle donde le espera su padre. La del lado<br />
opuesto conduce a una vía trasera. «Menos<br />
mal que esa puerta sigue rota y abierta, si no<br />
me confundiría y me perdería del todo. No<br />
podría salir de mi casa».