1er. semestre - Año XXV - aespat
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134 Sofía Caracushansky<br />
tiva dada inmediatamente después de un<br />
comportamiento negativo, ha producido su<br />
cese, o lo que es lo mismo, ha aumentado<br />
las resistencias. Cada vez se dirigía al sentimiento<br />
real subyacente. Dos casos clínicos<br />
me permitirán examinar las consecuencias<br />
de las caricias positivas en psicoterapia.<br />
1. Alain Lobstacle es un jugador de<br />
“Dame una patada”. Participó en un grupo<br />
de terapia no transaccional. Recibió un<br />
montón de caricias negativas que reforzaron<br />
su juego y, finalmente, abandonó. Él<br />
entra en uno de mis grupos y pone en marcha<br />
el mismo comportamiento infeliz y<br />
agresivo. Su “racket” es la cólera (Holloway,<br />
1973).<br />
De niño, Alain se sentía descorazonado<br />
por su padre cuando éste quería saber los<br />
“cómo” y los “porqué”. Cuando por lo contrario,<br />
hacía lo que se le mandaba, su padre<br />
le daba muchas caricias positivas del<br />
género “Este muchacho aprende muy deprisa”,<br />
“Es inteligente” o “Llegará lejos”. Su<br />
padre estaba orgulloso de que fuera un chico,<br />
rubio y el primogénito. Este reforzamiento<br />
condujo a Alain a decidir no preguntar.<br />
Más tarde cuando era indicado hacerlo,<br />
se abstuvo y se sintió mal. En situaciones<br />
parecidas le sucede regularmente escuchar<br />
un comentario interior tal como: “¿Qué es<br />
lo que hace sentirte mal, hijo mío?” “Tú<br />
eres el rey aquí” o “Tú eres inteligente”, “Tú<br />
aprendes deprisa, eres un hombre, eres rubio,<br />
llegarás lejos”. En la adolescencia,<br />
para probar la veracidad de estos enunciados<br />
internos, rompía los juguetes de su<br />
hermana y gritaba a su madre. Si protestaban,<br />
el padre apoyaba a su hijo contra<br />
viento y marea y se encolerizaba contra<br />
ellas: No entendía que se contrariara al<br />
“pequeño rey”. En consecuencia, Alain<br />
aprendió a expresar la cólera en lugar de la<br />
curiosidad.<br />
Después de una de mis intervenciones<br />
sobre el proceso del grupo, Alain manifiesta<br />
una confusión pasajera. Espero una pregunta<br />
suya. En lugar de hacerla pasa a su<br />
Revista de Análisis Transaccional y Psicología Humanista, Nº 56, <strong>Año</strong> 2007<br />
comportamiento desafiante y crea una perturbación.<br />
Respondo: “Lo que he dicho era<br />
bastante difícil de comprender. Muchas<br />
personas inteligentes se mostrarían curiosas<br />
y desearían recibir una explicación. Yo<br />
creo, Alain, que tú eres una de ellas”. Me<br />
mira estupefacto, como si me viese por primera<br />
vez. Yo me animo todavía más: “venga,<br />
pregunta”. “Aprecio tu voluntad de saber<br />
y explorar”. Alain plantea varias preguntas.<br />
Al responder, le acaricio igualmente<br />
por su oportunidad.<br />
Su comportamiento negativo ha cesado<br />
pero, cuando comenta mi intervención, su<br />
postura implica una vuelta a las concepciones<br />
de su padre. Le hago entonces esta<br />
proposición: “Ahora que tú comprendes mi<br />
forma personal de abordar un problema,<br />
sugiero que tú encuentres otras formas. Tú<br />
eres en realidad lo suficientemente inteligente<br />
para hacerlo”. Revive entonces, una<br />
escena de su infancia en la que su padre le<br />
prohibió explorar y mostrarse curioso.<br />
2. El segundo caso clínico es el de<br />
Etienne, un adolescente diagnosticado<br />
como mentalmente retrasado. Al principio<br />
de su tratamiento con A.T., se le había atribuido<br />
un C.I. de 60, que correspondía a su<br />
comportamiento. Sigue los cursos de una<br />
escuela especial.<br />
Muchos índices convergen hacia el<br />
guión siguiente: de su madre proviene un<br />
mandato “No existas” y de su padre un programa<br />
para jugar a “Estúpido”. Como sus<br />
problemas de pensamiento no son extraños<br />
a su guión, yo lo acepto en un grupo<br />
de A.T. que modera una terapeuta a la que<br />
estoy ayudando en su formación.<br />
En el grupo, Etienne no pregunta y<br />
aprende con dificultad. Hace lo que se le<br />
dice y, prácticamente, no manifiesta ni sorpresa<br />
ni deseo de saber más. Un día, la terapeuta<br />
presenta al grupo una caja cerrada<br />
y pide adivinar el contenido. Para animar a<br />
Etienne dice: “Yo sé que tú eres curioso y a<br />
mí me gusta tu curiosidad”. De golpe,<br />
Etienne enmudece. Al fin de la sesión co-