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Los textos oracionales de la Misa insisten sobre to<strong>do</strong> en el "admirable<br />
misterio" de la "eterna Trinidad y la Unidad to<strong>do</strong>poderosa" (colecta) y<br />
dicen que confesamos nuestra fe "en la Trinidad santa y eterna y en su<br />
Unidad indivisible" (poscomunión). El prefacio -que hasta hace pocos<br />
años decíamos cada <strong>do</strong>mingo- ensalza la comunión de las tres Personas en<br />
una única naturaleza: "un solo Dios, un solo Señor, tres Personas en una<br />
sola naturaleza", "sin diferencia ni distinción, de única naturaleza e iguales<br />
en su dignidad".<br />
Es admirable y nunca podremos comprender bien el misterio de esas tres<br />
Personas llenas de vida, trascendentes, plenamente unidas entre sí.<br />
Un Dios cercano, que elige, que libera, que salva, que nos hace sus<br />
hijos<br />
Pero tal vez tengamos que esforzarnos más en "vivir" ese misterio que<br />
en "comprenderlo". Nuestro Dios no es un Ser perfectísimo y lejano,<br />
omnipotente y frío, retrata<strong>do</strong> en un problema "aritmético" de personas y<br />
naturalezas. Dios es admirable en sí mismo y en la obra de la creación y,<br />
a la vez, cercano a la historia del pueblo de Israel, de la Iglesia y de cada<br />
uno de nosotros.<br />
Si las oraciones de la Misa hablan en una dirección, hay que completarlas<br />
con lo que dicen las lecturas bíblicas, que nos presentan a un Dios personal,<br />
cáli<strong>do</strong>, cercano y salva<strong>do</strong>r. Un Dios que se define no a partir de ideas o<br />
teorías, sino de acontecimientos y de actuaciones salva<strong>do</strong>ras.<br />
Un Dios que ha crea<strong>do</strong> admirablemente al hombre, que luego se ha<br />
mostra<strong>do</strong> salva<strong>do</strong>r y libera<strong>do</strong>r, que dirige su Palabra al pueblo al que ha<br />
elegi<strong>do</strong> entre to<strong>do</strong>s y lo libera de la esclavitud, como Moisés recuerda en<br />
el libro del Deuteronomio. A lo largo del AT aparece claramente como<br />
per<strong>do</strong>na<strong>do</strong>r, rico en misericordia, cercano a su pueblo.<br />
Esta cercanía se hace más palpable en el NT, porque aparece como el Padre<br />
de nuestro Señor Jesús. Un Dios que amó tanto al mun<strong>do</strong> que le envió a su<br />
propio Hijo como Salva<strong>do</strong>r. Así se hizo "Dios-con-nosotros".<br />
Pablo, en el pasaje de hoy, da un paso más: el Espíritu de Dios ha hecho<br />
El tiempo ordinario<br />
que los que nos dejamos llevar por él seamos hijos de Dios. Y si hijos,<br />
también herederos, "coherederos con Cristo". Así, en compañía del mismo<br />
Jesús, podemos "gritar: Abbá, Padre".<br />
Ciertamente, el Dios de la Biblia es un Dios cercano, no meramente<br />
filosófico y "to<strong>do</strong> Otro". Es un Dios que es Padre, que ha entra<strong>do</strong> en<br />
nuestra historia, que nos conoce y nos ama. Un Dios que es Hijo, que se ha<br />
hecho Hermano nuestro, que ha queri<strong>do</strong> recorrer nuestro camino y se ha<br />
entrega<strong>do</strong> en la cruz por nuestra salvación. Un Dios que es Espíritu y nos<br />
quiere llenar en to<strong>do</strong> momento de su fuerza y su vida, y "da testimonio de<br />
que somos hijos de Dios".<br />
Ser hijos significa no vivir en el mie<strong>do</strong>, como los esclavos, sino en la<br />
confianza y en el amor. Ser hijos significa poder decir desde el fon<strong>do</strong> del<br />
corazón, y movi<strong>do</strong>s por el Espíritu, "Abbá, Padre". Significa que somos<br />
"herederos de Dios y coherederos con Cristo": hijos en el Hijo, hermanos<br />
del Hermano mayor, partícipes de sus sufrimientos, pero también de su<br />
glorificación.<br />
Es un Dios cáli<strong>do</strong> el Dios bíblico. La Escritura se preocupa más de<br />
decirnos cómo actúa ese Dios que cómo podemos entender el misterio de<br />
su unidad y su trinidad. Como cuan<strong>do</strong> Jesús quiso dejarnos un retrato de<br />
su Padre, no con teologías razonadas, sino identificán<strong>do</strong>lo con el padre del<br />
hijo pródigo.<br />
¿Creemos en ese Dios de la Biblia y vivimos según esa fe?<br />
En un mun<strong>do</strong> como el nuestro, en el que parece estar de mo<strong>do</strong> ser ateos, o<br />
al menos agnósticos, en el que Dios no cuenta en los programas ni de los<br />
pueblos ni de muchas personas, hoy nos enfrentamos a una interpelación<br />
personal: ¿quién es Dios para mí? ¿es un Ser supremo al que le tengo<br />
mie<strong>do</strong>, o es un Padre y un Hermano que está cercano a mí y me quiere<br />
llenar de vida?<br />
¿Creemos de veras, aunque no le entendamos plenamente, en ese Dios que<br />
se presenta él mismo como compasivo y misericordioso, rico en clemencia<br />
y lealtad? ¿Podemos decir con sinceridad "dichoso el pueblo que el Señor<br />
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