aldazabal, jose - do..

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426 Dios hay que acogerlo con apertura y confianza, no con conciencia de poder ofrecer algo nosotros a Dios, sino de recibir de él gratuitamente lo que nos quiere dar. Un Salvador que pertenece a nuestra familia Lo que el Salmo 8 dice del hombre como "poco inferior a los ángeles", lo aplica el autor de la carta a los Hebreos a Jesús, sobre todo en su pasión y muerte. Pero ese momento de total humillación es precisamente cuando "es coronado de gloria y honor", porque Jesús "ha padecido la muerte para bien de todos". Lo sorprendente es que afirma que "Dios juzgó conveniente perfeccionar y consagrar con sufrimientos" al que iba a ser "guía de su salvación", Jesús. Aquí se puede basar la "teología del dolor de Dios", que presentaba muy bien Juan Pablo II en su carta apostólica de 1984 Salvifici doloris: Dios asumió él mismo, al enviar a su Hijo, el castigo que merecía el pecado humano. La muerte de Jesús, por total solidaridad con los hombres, es la prueba mayor del amor de Dios. Es también lo que más acercó a Jesús a nuestra humanidad, y por eso "no se avergüenza de llamarlos hermanos". Nos admira la superioridad de Jesús sobre todo el cosmos, incluidos los ángeles, porque es Hijo de Dios. Pero sobre todo nos conmueve su solidaridad con la raza humana. Se ha querido hacer hermano nuestro. Como dice la Plegaria Eucarística IV, "compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado". Nos ama como a hermanos: "el santificador y los santificados proceden todos del mismo", son de la misma raza y familia. Como seguiremos leyendo en domingos sucesivos, no tenemos un Mediador que no haya experimentado nuestro dolor e incluso nuestra muerte. "Consagrado por los sufrimientos", nos ha salvado desde dentro y se ha hecho uno de nosotros para llevarnos a la comunión de vida con Dios. El Cristo con quien comulgamos en la Eucaristía es el "cuerpo entregado por" y la "sangre derramada por", y participamos así, al celebrar el memorial de su muerte, en el sacrificio de su entrega por nosotros. Es la convicción que nos llena de confianza y nos impulsa a ser también nosotros, en la vida, "entregados por los demás", si queremos contribuir a la salvación de todos. DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO No podemos servir a dos señores -I- El tema del dinero aparece muchas veces en el evangelio. La enseñanza de Jesús y, sobre todo, su ejemplo de vida, nos ayudan a situarnos también nosotros en el justo lugar en relación a los bienes de este mundo. Jesús no desautoriza de entrada el dinero ni a los ricos. Pero sí pone en guardia del peligro que las riquezas pueden representar para la verdadera felicidad. La sabiduría que alaba la I a lectura se concreta sobre todo en el aprecio relativo que hemos de tener de los bienes de este mundo. Pero, sobre todo, es el evangelio el que nos orienta, con el episodio del joven que no se decidió a seguir a Jesús, precisamente porque era rico, y la reflexión un poco dura que hace Jesús a continuación: a los ricos, a los que confían en las riquezas, les va a resultar difícil -imposible, como a un camello pasar por el ojo de una aguja- entrar en el Reino. Sabiduría 7, 7-11. En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza El libro de la Sabiduría, escrito el siglo anterior a Cristo en Alejandría, nos ofrece hoy un himno en alabanza de la sabiduría, atribuido al joven

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Dios hay que acogerlo con apertura y confianza, no con conciencia de<br />

poder ofrecer algo nosotros a Dios, sino de recibir de él gratuitamente lo<br />

que nos quiere dar.<br />

Un Salva<strong>do</strong>r que pertenece a nuestra familia<br />

Lo que el Salmo 8 dice del hombre como "poco inferior a los ángeles", lo<br />

aplica el autor de la carta a los Hebreos a Jesús, sobre to<strong>do</strong> en su pasión<br />

y muerte. Pero ese momento de total humillación es precisamente cuan<strong>do</strong><br />

"es corona<strong>do</strong> de gloria y honor", porque Jesús "ha padeci<strong>do</strong> la muerte para<br />

bien de to<strong>do</strong>s".<br />

Lo sorprendente es que afirma que "Dios juzgó conveniente perfeccionar y<br />

consagrar con sufrimientos" al que iba a ser "guía de su salvación", Jesús.<br />

Aquí se puede basar la "teología del <strong>do</strong>lor de Dios", que presentaba muy<br />

bien Juan Pablo II en su carta apostólica de 1984 Salvifici <strong>do</strong>loris: Dios<br />

asumió él mismo, al enviar a su Hijo, el castigo que merecía el peca<strong>do</strong><br />

humano. La muerte de Jesús, por total solidaridad con los hombres, es la<br />

prueba mayor del amor de Dios. Es también lo que más acercó a Jesús a<br />

nuestra humanidad, y por eso "no se avergüenza de llamarlos hermanos".<br />

Nos admira la superioridad de Jesús sobre to<strong>do</strong> el cosmos, inclui<strong>do</strong>s<br />

los ángeles, porque es Hijo de Dios. Pero sobre to<strong>do</strong> nos conmueve su<br />

solidaridad con la raza humana. Se ha queri<strong>do</strong> hacer hermano nuestro.<br />

Como dice la Plegaria Eucarística IV, "compartió en to<strong>do</strong> nuestra condición<br />

humana, menos en el peca<strong>do</strong>". Nos ama como a hermanos: "el santifica<strong>do</strong>r y<br />

los santifica<strong>do</strong>s proceden to<strong>do</strong>s del mismo", son de la misma raza y familia.<br />

Como seguiremos leyen<strong>do</strong> en <strong>do</strong>mingos sucesivos, no tenemos un Media<strong>do</strong>r<br />

que no haya experimenta<strong>do</strong> nuestro <strong>do</strong>lor e incluso nuestra muerte.<br />

"Consagra<strong>do</strong> por los sufrimientos", nos ha salva<strong>do</strong> desde dentro y se ha<br />

hecho uno de nosotros para llevarnos a la comunión de vida con Dios.<br />

El Cristo con quien comulgamos en la Eucaristía es el "cuerpo entrega<strong>do</strong><br />

por" y la "sangre derramada por", y participamos así, al celebrar el<br />

memorial de su muerte, en el sacrificio de su entrega por nosotros. Es<br />

la convicción que nos llena de confianza y nos impulsa a ser también<br />

nosotros, en la vida, "entrega<strong>do</strong>s por los demás", si queremos contribuir a<br />

la salvación de to<strong>do</strong>s.<br />

DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO<br />

No podemos servir a <strong>do</strong>s señores<br />

-I-<br />

El tema del dinero aparece muchas veces en el evangelio. La enseñanza<br />

de Jesús y, sobre to<strong>do</strong>, su ejemplo de vida, nos ayudan a situarnos también<br />

nosotros en el justo lugar en relación a los bienes de este mun<strong>do</strong>.<br />

Jesús no desautoriza de entrada el dinero ni a los ricos. Pero sí pone en<br />

guardia del peligro que las riquezas pueden representar para la verdadera<br />

felicidad.<br />

La sabiduría que alaba la I a lectura se concreta sobre to<strong>do</strong> en el aprecio<br />

relativo que hemos de tener de los bienes de este mun<strong>do</strong>. Pero, sobre to<strong>do</strong>,<br />

es el evangelio el que nos orienta, con el episodio del joven que no se<br />

decidió a seguir a Jesús, precisamente porque era rico, y la reflexión un<br />

poco dura que hace Jesús a continuación: a los ricos, a los que confían en<br />

las riquezas, les va a resultar difícil -imposible, como a un camello pasar<br />

por el ojo de una aguja- entrar en el Reino.<br />

Sabiduría 7, 7-11. En comparación de la sabiduría,<br />

tuve en nada la riqueza<br />

El libro de la Sabiduría, escrito el siglo anterior a Cristo en Alejandría,<br />

nos ofrece hoy un himno en alabanza de la sabiduría, atribui<strong>do</strong> al joven

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