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dioses paganos), relativiza la prohibición de comer esa carne, a no ser que<br />
al comerla se escandalice a los hermanos más débiles.<br />
Esta lectura nos invita a un examen de conciencia y a un chequeo de<br />
nuestra vida de fe, sobre to<strong>do</strong> de las intenciones que nos mueven a actuar<br />
en la vida para con nosotros mismos o en el terreno de la justicia social.<br />
También a nosotros nos puede suceder que no sabemos distinguir entre las<br />
cosas que son verdaderamente importantes y las que no, o que damos más<br />
importancia al cumplimiento externo que al interno. Esa es la tentación del<br />
"formalismo". Cumplir con los mandamientos, e incluso con las normas<br />
eclesiales, por ejemplo referentes a la celebración litúrgica, está muy bien.<br />
Pero no es tan "absoluto" que se anteponga a cualquier otra circunstancia.<br />
A veces, institucionalmente, hemos caí<strong>do</strong> en una casuística exagerada, que<br />
parecía más preocupada por el cumplimiento externo que por la búsqueda<br />
del senti<strong>do</strong> interior de la ley. Baste recordar la importancia que hemos<br />
da<strong>do</strong> durante siglos al latín, a pesar de que dificultaba lo principal, que es<br />
la participación en la celebración. O la ley del ayuno eucarístico, desde la<br />
medianoche, que, con la idea de expresar el respeto a la Eucaristía, parecía<br />
anteponer a ella el cumplimiento de esa ley que, en el fon<strong>do</strong>, era una norma<br />
eclesial no tan importante como el admirable <strong>do</strong>n que Cristo nos dejara<br />
en herencia. Recordemos el acierto del "concilio de Jerusalén", cuan<strong>do</strong><br />
decidieron no imponer más cargas que las necesarias a los que provenían<br />
el paganismo. Cedien<strong>do</strong> en detalles pequeños (el sába<strong>do</strong>, la circuncisión,<br />
algunas comidas) para salvar lo principal: la universalidad de la salvación<br />
de Cristo.<br />
¿Somos nosotros como los fariseos en la interpretación meticulosa de<br />
la norma? ¿somos capaces de perder la paz y hacerla perder a otros por<br />
minucias insignificantes en la vida familiar o eclesial? ¿nos conformamos<br />
con la apariencia exterior, o entramos en la interioridad de nuestros<br />
motivos de actuación?<br />
Lo que entra en la boca y lo que sale del corazón<br />
Para Jesús lo que cuenta es lo que nace de dentro, no la mera observancia<br />
exterior ("me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí").<br />
El tiempo ordinario 393<br />
Su lenguaje está toma<strong>do</strong> de la vida y lo entienden to<strong>do</strong>s: lo que entra de<br />
fuera por la boca no tiene tanta importancia como lo que sale del corazón<br />
humano. Del corazón es de <strong>do</strong>nde manan los malos propósitos, los<br />
adulterios, la codicia de dinero, la envidia, la difamación del hermano...<br />
Eso sí que hace impuro a uno, y no tanto lo que come o deja de comer, o si<br />
se ha lava<strong>do</strong> las manos o no.<br />
To<strong>do</strong> esto puede pasarnos también en nuestro ambiente familiar o<br />
comunitario. A veces perdemos la paz y el humor por una antífona más<br />
o menos, o por si nos arrodillamos o no en tal momento, y no parecen<br />
preocuparnos las actitudes internas que deben estar debajo de esas<br />
normas.<br />
El salmista se preguntaba "quién puede hospedarse en tu tienda", que ahora<br />
podría equivaler a "quién puede llamarse buena persona, buen cristiano".<br />
Y la respuesta no era entonces, y tampoco ahora, sólo las cosas de oración<br />
y culto, sino la honradez, la comprensión para con los demás, abstenerse<br />
de la usura o del soborno, no difamar al hermano...". Y sigue sien<strong>do</strong> verdad<br />
que "el que así obra nunca fallará".<br />
La religión verdadera: escuchar y hacer<br />
A los que escuchamos con frecuencia la Palabra de Dios nos pone Santiago<br />
en guardia contra el peligro de conformarnos con oírla, sin poner empeño<br />
en practicarla, o contra la falsa idea de una religión que se contente con<br />
palabras, mientras que lo que agrada a Dios son las obras: en concreto<br />
ayudar al prójimo y no dejarse contaminar por las costumbres y la<br />
mentalidad del mun<strong>do</strong>.<br />
En la selección que leemos de esta carta saltamos una comparación muy<br />
expresiva que hace su autor: "si alguno se contenta con oír la Palabra sin<br />
ponerla por obra, ese se parece al que contempla su imagen en un espejo,<br />
se contempla, pero en yén<strong>do</strong>se, se olvida de cómo es".<br />
Si la Palabra que oímos la olvidamos apenas termina la misa, no produce<br />
ningún fruto en nosotros. Como la semilla que cayó entre piedras o entre<br />
espinas.