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370<br />
mun<strong>do</strong> y están comprometi<strong>do</strong>s en la familia o en la sociedad, pueden<br />
conocer también momentos de crisis en su camino, momentos tal vez no<br />
tan dramáticos como los de Elias, pero en que se desaniman, se sienten<br />
aban<strong>do</strong>na<strong>do</strong>s de to<strong>do</strong>s, cansa<strong>do</strong>s de trabajar en vano y de hacer el bien,<br />
poco anima<strong>do</strong>s por la comunidad y escépticos respecto a las propias<br />
fuerzas, y les entran deseos de "dimitir" y dejarlo estar. Se encuentran en el<br />
desierto, como Elias. En dirección contraria a la que trajeron gozosamente<br />
los israelitas cuan<strong>do</strong> venían de Egipto: ahora Elias marcha de la ciudad<br />
hacia Egipto. No le vienen a los labios cantos gozosos como "qué alegría<br />
cuan<strong>do</strong> me dijeron...". Tampoco a nosotros, muchos días de nuestra vida.<br />
Aunque seguramente no hasta el extremo de tumbarnos bajo la retama y<br />
desearnos la muerte.<br />
La respuesta de Dios<br />
A pesar de las apariencias, Dios no aban<strong>do</strong>na a Elias. De momento no<br />
le hace oír su voz -lo hará cuan<strong>do</strong> llegue al monte Horeb- pero sí la del<br />
ángel: "levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas". Hace que<br />
encuentre una hogaza de pan y un jarro de agua, para que siga su camino y<br />
tenga fuerzas hasta el final: "levántate, come".<br />
Dios no le libera de su misión profética: le da fuerzas para llevarla a cabo.<br />
En efecto, Elias "se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel<br />
alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches".<br />
Tal vez Dios le está dan<strong>do</strong> una lección porque le ve demasia<strong>do</strong> confia<strong>do</strong> en<br />
sus propias fuerzas, un poco presuntuoso y violento en sus méto<strong>do</strong>s. Sin la<br />
ayuda de Dios no podrá hacer nada. Más adelante, cuan<strong>do</strong> se le aparezca en<br />
el monte, le dará otra lección: no se hace reconocer ni en la tormenta ni en<br />
el fuego ni en el terremoto, sino en una suave brisa. Finalmente, le mandará<br />
que vuelva de nuevo a la ciudad, de la que estaba huyen<strong>do</strong>, a continuar su<br />
misión.<br />
Cuan<strong>do</strong> nosotros flaqueamos en el camino -un camino que a veces nos<br />
resulta realmente difícil- no podemos apoyarnos sólo en nuestras propias<br />
fuerzas, sino en Dios.<br />
El tiempo ordinario 371<br />
También a nosotros nos hace oír Dios unas "voces", que no necesariamente<br />
son de un ángel, pero sí de personas y acontecimientos que nos están<br />
recordan<strong>do</strong> que él nos está cercano y que, como dice el salmista, "si el<br />
afligi<strong>do</strong> invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias".<br />
También a nosotros nos ha prepara<strong>do</strong> Dios "una hogaza de pan coci<strong>do</strong> y un<br />
jarro de agua", que nos ayuda a proseguir nuestro camino, por áspero que<br />
sea: la Iglesia, su <strong>do</strong>ctrina, sus sacramentos, en especial la Eucaristía, el<br />
buen ejemplo de nuestros hermanos... Sobre to<strong>do</strong>, su Hijo Cristo Jesús, que<br />
es el Pan de la vida, y su Espíritu, a quien se representa muchas veces como<br />
el agua de la vida. Para que continuemos nuestro camino sin desánimos ni<br />
dimisiones.<br />
También a nosotros tal vez nos convenga que Dios nos dé una lección, si<br />
somos presuntuosos y nos fiamos de nosotros mismos, o queremos trabajar<br />
con un estilo que puede no ser el de Cristo o el de Dios.<br />
"Yo soy el Pan de la Vida"<br />
Como respuesta a nuestra debilidad ha pensa<strong>do</strong> Dios darnos un alimento<br />
para el camino: su Hijo Jesús. Como sucedió con aquella multitud cansada<br />
y hambrienta de la que se compadeció Jesús y les alimentó con el pan<br />
milagroso, pero apuntan<strong>do</strong> al Pan que era él mismo: "yo soy el Pan vivo<br />
que ha baja<strong>do</strong> del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre".<br />
Si creemos en él, o sea, si le admitimos sinceramente en nuestra vida,<br />
tendremos fuerza para seguir el camino: tendremos "vida eterna". Si no<br />
creemos en él, si construimos nuestra vida independientemente de él, sin<br />
dejarnos iluminar y alimentar por él, no construiremos nada sóli<strong>do</strong>, y nos<br />
perderemos por el desierto.<br />
Los que oyeron el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún no parece<br />
que estuvieran muy decidi<strong>do</strong>s a creer en él: ¿cómo puede decir este que ha<br />
baja<strong>do</strong> del cielo? Se escudaron en que al "hijo de José" le conocían desde<br />
pequeño, así como también conocían "a su padre y a su madre".<br />
Por una parte no nos extraña este escepticismo. Si un obrero del pueblo<br />
de al la<strong>do</strong> nos dijera de repente que es el Hijo de Dios y que hay que creer