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quería más cuitas amorosas con mujeres casadas,<br />
<strong>la</strong> última de <strong>la</strong>s cuales le había dejado una dolorosa<br />
estocada que le atravesó <strong>la</strong> valona y el cartón<br />
de <strong>la</strong> golil<strong>la</strong> y lo hirió profundamente en un hombro.<br />
No quería ratear más mercancías descargadas<br />
en el Arenal, al <strong>la</strong>do de pillos de toda <strong>la</strong>ya.<br />
Tenía que haber otro mundo.<br />
<strong>Nen</strong> y su acompañante —una mujer gorda y<br />
maternal, con unas ampulosas caderas que columpiaba<br />
al caminar, su nantia en pa<strong>la</strong>cio, sombra ejemp<strong>la</strong>r: aparecía<br />
o desaparecía según <strong>Nen</strong> lo quisiera, lo ordenara, casi<br />
con sólo pensarlo— llegaron desde poco antes del amanecer<br />
a insta<strong>la</strong>rse entre <strong>la</strong> gente que esperaba el arribo de<br />
los teules en <strong>la</strong> calzada de Ixtapa<strong>la</strong>pa. Había un como<br />
fulgor azu<strong>la</strong>do, verdoso, en el horizonte, y algunos árboles<br />
aún enmascarados por <strong>la</strong> noche que se iba. Empezaba<br />
apenas el primer canto de los pájaros, el bordoneo de los<br />
insectos cerca del <strong>la</strong>go, los ruidos múltiples, disímiles y<br />
crecientes del amanecer. Era mejor estar ahí cuanto antes<br />
y de todas formas les había resultado imposible dormir.<br />
La sombra de un grueso xoxotl <strong>la</strong>s protegería del calor<br />
inminente.<br />
Un sol muy redondo, que venció <strong>la</strong>s últimas sombras,<br />
iluminó de golpe los trajes multicolores, los abanicos<br />
de palma, los timatli y los máxt<strong>la</strong>tl, <strong>la</strong>s faldas amponas,<br />
<strong>la</strong>s túnicas de algodón, doradas, rojas, recamadas, negras<br />
y b<strong>la</strong>ncas, con ruedas de plumas superpuestas o figuras<br />
pintadas, los rostros de <strong>la</strong>s mujeres emp<strong>la</strong>stados con axin<br />
y con tecozauitl.<br />
La gente empezó a apiñarse desde esas primeras<br />
horas del día, a proteger su sitio, a mostrarse nerviosa, a<br />
mirar esperanzadora hacia <strong>la</strong> lejanía. En sus caras soñolientas,<br />
ardientes, nacía a <strong>la</strong> vez <strong>la</strong> ansiedad y <strong>la</strong> euforia.