Cuentos sacroprofanos.pdf
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agradecimiento, y cogiéndome la mano para besarla, me dijo: -Padre Baltar, ¡qué Dios le pague tanto, tanto tiempo como hace que está engañando a mi marido! ¡Prométame que no le desengañará después de que me muera! -¿Qué es eso? ¿Engañar?... -pregunté, creyendo que desvariaba con la debilidad y la calentura. -Si no fuera por usted -prosiguió sin atenderme-, Andrés estaría también agonizando, porque sabría lo "del niño"... ¡Que no lo sepa nunca! -¿Lo del chico? -exclamé, recordando mi compromiso con don Andrés-. ¡Si el chico está perfectamente, y va a llegar, y abrazará a usted pronto! -Sí que le abrazaré... en el otro mundo... Conmigo no se moleste, que lo supe al momento, y hasta me lo daba el corazón. ¿Usted cree que no tenía allá persona encargada de escribirme cuanto le pasase a mi hijo? Las cartas venían a
nombre de una amiga, y así Andrés no podía enterarse si le sucedía algo malo... Y como yo le había escrito al padre rector pidiéndole que sólo le dijesen a mi marido las cosas buenas y alegres... cuando usted venía con las cartas fingidas de que el niño vivía y trabajaba... le ayudaba a usted a engañar al pobre Andrés... que no está nada bueno... y que no le convienen las desazones... Me ha costado trabajo disimular, padre... porque en tantos años de matrimonio no le he callado otra cosa... Aquí cortó su narración el padre, y mirando alrededor, vio nuestras caras animadas por la simpatía más vehemente. -¡De manera que los dos lo sabían, y mutuamente se lo ocultaban! ¡Qué drama interior! - exclamó el que primero había hablado. -De esas tijeras, padre -dijo el escéptico-, bien puede usted afirmar que eran de oro puro, con incrustaciones de brillantes.
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enterarse si le sucedía algo malo... Y como yo le<br />
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sólo le dijesen a mi marido las cosas buenas y<br />
alegres... cuando usted venía con las cartas fingidas<br />
de que el niño vivía y trabajaba... le ayudaba<br />
a usted a engañar al pobre Andrés... que<br />
no está nada bueno... y que no le convienen las<br />
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padre... porque en tantos años de matrimonio<br />
no le he callado otra cosa...<br />
Aquí cortó su narración el padre, y mirando<br />
alrededor, vio nuestras caras animadas por la<br />
simpatía más vehemente.<br />
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se lo ocultaban! ¡Qué drama interior! -<br />
exclamó el que primero había hablado.<br />
-De esas tijeras, padre -dijo el escéptico-, bien<br />
puede usted afirmar que eran de oro puro, con<br />
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