Cuentos sacroprofanos.pdf
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ebosante corrió al lugar del suplicio, y a fuerza de ruegos logró que le permitiesen los sayones amontonar unas piedras y encaramarse hasta acercar el agua a los labios cárdenos del crucificado. Y cuando esperaba verle paladear el agua consoladora, he aquí que Jesús la rechaza, moviendo la cabeza y repitiendo en un soplo imperceptible: "Sed tengo". Con la penetración del amor -porque en verdad os digo que no hay nada que ilumine el entendimiento de la mujer como amar mucho y de veras-, Magdalena adivinó que Cristo deseaba otra bebida más exquisita y rara que el agua natural, y era necesario traérsela a cualquier precio. Mientras se precipitaba hacia Jerusalén, iba recordando que el despensero y mayordomo del tetrarca Herodes la había obsequiado antaño con un falerno añejísimo, ardiente como fuego y dulce como miel, del cual una sola gota es capaz de reanimar un yerto cadáver. Suplicante y presurosa rogó la arrepentida a su antiguo galán, y como accediese a
sus ruegos, volvió al Calvario radiante, escondiendo bajo su manto el ánfora de inestimable valor, y apoyó el pico en la boca de Jesús. Un movimiento más acentuado de repugnancia y un débil gemido donde casi expiraba inarticulado el lastimoso "Sed tengo", revelaron a la Magdalena que tampoco esta vez poseía el medio de calmar las torturas de la santa víctima. En su desconsuelo y en su enojo contra sí misma por no haber acertado, reverdeció más y más en la Magdalena la memoria de su escandalosa juventud. Bien presente tenía que un patricio romano, epicúreo fastuoso, lector de Horacio y algo poeta, que por la hermosa hierosolimitana hizo mil locuras, solía hablar de los banquetes del Olimpo pagano y de la misteriosa virtud e incomparable esencia del néctar de los dioses, que infunde la felicidad e inyecta vida a oleadas en las venas exhaustas y en el cuerpo expirante. Y como si algún maléfico poder oculto -tal vez el de Satanás, empeñado hasta la última hora en tentar al Redentor para
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sus ruegos, volvió al Calvario radiante, escondiendo<br />
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valor, y apoyó el pico en la boca de Jesús. Un<br />
movimiento más acentuado de repugnancia y<br />
un débil gemido donde casi expiraba inarticulado<br />
el lastimoso "Sed tengo", revelaron a la<br />
Magdalena que tampoco esta vez poseía el medio<br />
de calmar las torturas de la santa víctima.<br />
En su desconsuelo y en su enojo contra sí<br />
misma por no haber acertado, reverdeció más y<br />
más en la Magdalena la memoria de su escandalosa<br />
juventud. Bien presente tenía que un<br />
patricio romano, epicúreo fastuoso, lector de<br />
Horacio y algo poeta, que por la hermosa hierosolimitana<br />
hizo mil locuras, solía hablar de<br />
los banquetes del Olimpo pagano y de la misteriosa<br />
virtud e incomparable esencia del néctar<br />
de los dioses, que infunde la felicidad e inyecta<br />
vida a oleadas en las venas exhaustas y en el<br />
cuerpo expirante. Y como si algún maléfico<br />
poder oculto -tal vez el de Satanás, empeñado<br />
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