Cuentos sacroprofanos.pdf
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del estudiante se la figuraba a la joven honda como el ruido de gigantesca fragua. ¡Oh tentación, tentación! Sentóse en el lecho, y a la luz del fuego, que aún ardía, miró al estudiante dormido, pareciéndole que en su vida había contemplado cosa mejor, más sabrosa. Y así, embebida en el gusto de mirar, fuese acercando hasta casi beberle el aliento. De pronto el durmiente se incorporó bien despierto, abriendo los brazos y sonriendo con sonrisa extraña. La doncella dio un gran grito, y acordándose del penitente, exclamó: -¡Hermano Francisco, valme! Al mismo tiempo saltó del lecho y huyó de la habitación como loca. Cuatro a cuatro bajó las escaleras; halló la puerta franca y encontróse en la calle; siguió corriendo, y no paró hasta una gran plaza, donde se elevaba un edificio de pobre y humilde arquitectura; allí se detuvo sin saber lo que le pasaba.
Trató de coordinar sus pensamientos; los sucesos de la noche le parecían soñados, y lo que la confirmaba en esta idea era que no podía, por más que se golpease la frente, recordar la linda figura del estudiante. La última impresión que de ella guardaba era la de un rostro descompuesto por la ira, unas facciones contraídas por furor infernal, unos ojos inyectados, una espumante boca. Del edificio humilde salieron cuatro hombres vestidos de túnicas grises amarradas con cuerdas y llevando en hombros un ataúd. La Borgoñona se acercó a ellos, y ellos la miraron sorprendidos, porque vestía su mismo traje. Impulsada por indefinible curiosidad, la doncella se inclinó hacia el ataúd abierto y vio, acostado sobre la ceniza, sin que pudiese caber duda alguna respecto a su entidad, el cadáver del penitente. -¿Cuándo murió ese santo? -preguntó, trémula y horrorizada. -Ayer tarde, al sonar el cubrefuego.
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Trató de coordinar sus pensamientos; los sucesos<br />
de la noche le parecían soñados, y lo que<br />
la confirmaba en esta idea era que no podía,<br />
por más que se golpease la frente, recordar la<br />
linda figura del estudiante. La última impresión<br />
que de ella guardaba era la de un rostro<br />
descompuesto por la ira, unas facciones contraídas<br />
por furor infernal, unos ojos inyectados,<br />
una espumante boca.<br />
Del edificio humilde salieron cuatro hombres<br />
vestidos de túnicas grises amarradas con cuerdas<br />
y llevando en hombros un ataúd. La Borgoñona<br />
se acercó a ellos, y ellos la miraron sorprendidos,<br />
porque vestía su mismo traje. Impulsada<br />
por indefinible curiosidad, la doncella<br />
se inclinó hacia el ataúd abierto y vio, acostado<br />
sobre la ceniza, sin que pudiese caber duda<br />
alguna respecto a su entidad, el cadáver del<br />
penitente.<br />
-¿Cuándo murió ese santo? -preguntó, trémula<br />
y horrorizada.<br />
-Ayer tarde, al sonar el cubrefuego.