Cuentos sacroprofanos.pdf
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cerrase, y de puntillas, se lanzó a oscuras al corredor; bajó a tientas la escalera carcomida, se dirigió a la sala baja donde había hospedado al penitente, abrió la ventana y salió por ella al campo. Tal arte se dio a correr, que cuando amaneció estaba a tres leguas de la granja, camino de Dijón, cerca de unos hatos de pastores. Rendida se metió en un establo, del cual vio salir el ganado antes, y acostándose en la cama de las ovejas, tibia aún, durmió hasta el mediodía. Al despertarse resolvió evitar a Dijón, donde algún parroquiano de su padre podría conocerla. En efecto, desde aquel día procuró buscar las aldeas apartadas, los caseríos, solitarios, en los cuales pedía de limosna un haz de paja y un mendrugo de pan. Mientras caminaba, rezaba mentalmente, y si se detenía, arrodillábase y oraba con los brazos en cruz, como el peregrino. El recuerdo de éste no se apartaba un punto de su memoria y copiaba por instinto sus me-
nores acciones, añadiendo otras que le sugería su natural despejo. Guardaba siempre la mitad del pan que le ofrecían, y al día siguiente lo entregaba a otro pobre que encontrase en el camino. Si le daban dinero, iba corriendo a distribuirlo entre los necesitados, pues recordaba que, según el penitente, nunca el beato Francisco de Asís consintió tener en su poder moneda acuñada. Al paso que seguía esta vida la Borgoñona, se desarrollaba en ella un don de elocuencia extraordinaria. Poníase a hablar de Dios, de los ángeles, del cielo, de la caridad, del amor divino, y decía cosas que ella misma se admiraba de saber y que las gentes reunidas en derredor suyo escuchaban embelesadas y enternecidas. Dondequiera que llegaba la rodeaban las mujeres, los niños se cogían a su túnica y los hombres la llevaban en triunfo. Es de notar que todos la tenían por un jovencito muy lindo, y a nadie se le ocurrió que fuese una doncella quien tan valerosamente arrostra-
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nores acciones, añadiendo otras que le sugería<br />
su natural despejo.<br />
Guardaba siempre la mitad del pan que le<br />
ofrecían, y al día siguiente lo entregaba a otro<br />
pobre que encontrase en el camino. Si le daban<br />
dinero, iba corriendo a distribuirlo entre los<br />
necesitados, pues recordaba que, según el penitente,<br />
nunca el beato Francisco de Asís consintió<br />
tener en su poder moneda acuñada.<br />
Al paso que seguía esta vida la Borgoñona, se<br />
desarrollaba en ella un don de elocuencia extraordinaria.<br />
Poníase a hablar de Dios, de los<br />
ángeles, del cielo, de la caridad, del amor divino,<br />
y decía cosas que ella misma se admiraba<br />
de saber y que las gentes reunidas en derredor<br />
suyo escuchaban embelesadas y enternecidas.<br />
Dondequiera que llegaba la rodeaban las mujeres,<br />
los niños se cogían a su túnica y los hombres<br />
la llevaban en triunfo.<br />
Es de notar que todos la tenían por un jovencito<br />
muy lindo, y a nadie se le ocurrió que fuese<br />
una doncella quien tan valerosamente arrostra-